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La Gubernamentalidad

daniella31121228 de Septiembre de 2013

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Espacios de poder

MICHEL FOUCAULT

La gubernamentalidad

[Exposición realizada en el Colegio de Francia en enero de 1978.]

En la lección anterior sobre los dispositivos de seguridad, habíamos intentado ver cómo aparecían los problemas específicos de la población. Y nos habíamos visto reenviados a la problemática del gobierno. Se trataba de analizar la serie seguridad, población, gobierno. Y es esta cuestión del gobierno la que quisiera tratar hoy.

No han faltado ciertamente en la Edad Media ni en la Antigüedad grecorromana tratados que se presentaban como "Consejos al Príncipe", referentes al modo de comportarse, de ejercer el poder, de hacerse aceptar y respetar por los súbditos; consejos para amar a Dios, obedecerle, hacer cumplir la ley de Dios en la ciudad de los hombres, etc. Pero el hecho más sorprendente es que durante todo el periodo que va desde la mitad del siglo XVI a finales del siglo XVIII, se perfila y florece toda una notable serie de tratados que no son ya exactamente "consejos de príncipes" ni tampoco tratados de ciencia política, sino que se presentan como "arte de gobernar". En general, el problema del gobierno emerge en el siglo XVI de una forma simultánea y a propósito de cuestiones muy distintas y bajo múltiples aspectos. Problema, por ejemplo, del gobierno de sí mismo retorno al estoicismo, que en el siglo XVI se despliega en torno a la ritualización de cómo gobernarse. Problema también del gobierno del alma Y de la vida que es todo el tema de la pastoral católica y protestante. Gobierno de los niños, y estamos en la gran problemática de la pedagogía tal como aparece y se perfila en el siglo XVI y en fin, sólo en fin de cuentas, el gobierno de los Estados por el Príncipe. Cómo gobernarse, cómo ser gobernados, cómo gobernar a los otros, de quién se aceptará ser gobernados, cómo hacer para ser el mejor gobernante posible, etc. Estos problemas son en su intensidad y en su multiplicidad, creo, característicos del siglo XVI; y esto en el entrecruzamiento, por decirlo de forma esquemática, de dos procesos: el proceso de resquebrajamiento de las estructuras feudales y de instauración de los grandes Estados territoriales, administrativos y coloniales; y por otra parte un movimiento completamente distinto que con la Reforma, y a continuación la Contrarreforma, se pone en cuestión el modo según el cual debe ser dirigido espiritualmente en esta tierra y hacia la propia salvación.

Movimiento por una parte de concentración estatal, y por otra, de dispersión y de disidencia religiosa: en el entrecruzamiento de estos dos movimientos es donde se plantea, creo, con una intensidad particular el problema de cómo ser gobernados: quién, hasta qué punto, con qué fin, con qué método, etc. Es una problemática del gobierno en general.

En toda esta literatura inmensa y monótona del gobierno que se extiende hasta finales del siglo XVIII con la transformación que intento delimitar a grandes trazos, querría simplemente aislar algunos puntos dignos de resaltar que se refieren a la definición misma de lo que se entiende por gobierno del Estado, lo que hoy llamaríamos el gobierno en su forma política. Para hacer esto, lo más simple seria probablemente opone, toda esta literatura a un solo texto, que tanto en el siglo XVI como en el XVII, no ha dejado de constituir, de modo explícito e implícito, el punto respecto al cual, por rechazo o aceptación, se sitúa la literatura del gobierno: este texto es, por supuesto, "El Príncipe" de Maquiavelo. Texto del que sería interesante retrazar las relaciones que ha tenido con todos los otros textos que lo han seguido criticado, refutado, etc.

Es preciso recordar que "El Príncipe" no ha sido inmediatamente execrado, sino más bien honrado por sus contemporáneos y sucesores inmediatos, alabado de nuevo a finales del siglo XVIII, o mejor justo a comienzos del siglo XIX, en el momento preciso en que empieza a desaparecer toda esta literatura sobre el arte del gobierno: El Príncipe reaparece pues a comienzos del siglo XIX, especialmente en Alemania, donde es traducido, presentado, comentado por gente como Rehberg, Leo, Ranke, Kellermann, etc., y en Italia; reaparición que convendría analizar de forma precisa, situarla en un contexto que era, por una parte, napoleónico pero además el creado por la revolución y por el problema de la revolución en Estados Unidos: cómo y en qué condiciones se puede mantener la soberanía de un soberano sobre el Estado; contexto además de la aparición, con Clausewitz, de los problemas de las relaciones entre política y estrategia y de la importancia política -hecha evidente en el Congreso de Viena (1815) —de las relaciones de fuerza y del cálculo de las relaciones de fuerza como principio de inteligibilidad y de racionalización de las relaciones internacionales en último lugar contexto de la unidad territorial de Italia y de Alemania dado que Maquiavelo era de los que había intentado definir las condiciones bajo las cuales podría ser realizada la unidad territorial italiana.

Es pues en esta situación cuando Maquiavelo resurge de nuevo. Pero es cierto que entre el honor hecho a Maquiavelo a comienzos del siglo XVI y su redescubrimiento en el XIX, se ha jugado en torno a él tocía una partida, partida compleja y multiforme: algunos elogios explícitos (Naudé, Machon), numerosas críticas frontales de origen católico: Ambrogio Politi, Disputationes de Libris a Christiano detestandi; y de origen protestante: Innocent Gentillet Discours sur les moyens de bien gouverner contre Nicolas Machiavel, 1576), y numerosas críticas implícitas (G. de la Perrière, Miroir politique, 1567; Th. Elyott, The Governor, 1580, P. Parata, Della Perfezione della Vita politica, 1579).

Este gran debate no sólo es visto en relación al texto de Maquiavelo, a lo que tenía de escandaloso y de radicalmente inasimilable para su época, sino en relación a algo que se intentaba definir en su especificidad: un arte de gobierno. Unos refutaban la idea de un nuevo arte de gobierno centrado en el Estado y en la razón de Estado, estigmatizándola con el nombre de maquiavelismo; otros refutaban a Maquiavelo por defender que existía un arte de gobernar, al mismo tiempo racional y legítimo, del cual el Príncipe no era más que una aproximación imperfecta, casi una caricatura; otros, en fin, para mostrar la legitimidad de un arte de gobierno justificaban al menos algunos textos de Maquiavelo (lo que hacia Naudé en sus comentarios a Tito Livio; Machon había incluso intentado mostrar que nada era más maquiavélico que el modo mediante el cual, según la Biblia, Dios mismo y sus profetas hablan guiado al pueblo hebreo). En todo caso, se trataba de una cierta concepción del arte de gobierno que, según sus fundamentos teológicos o sus justificaciones religiosas, tuviese por puro objetivo y principio de racionalidad el sólo interés del Príncipe. Mantenemos entre paréntesis el problema de si la interpretación que se ha hecho de Maquiavelo en este debate era o no correcta. Lo esencial es que se internaba hacer aparecer un tipo de racionalidad que seria intrínseca al arte de gobierno sin estar subordinada a la Problemática del Príncipe, y a su relación con el principado del que es señor y patrón.

El arte de gobierno se definirá, pues, diferenciándose de una cierta habilidad del Príncipe que algunos creyeron encontrar en los textos de Maquiavelo, que otros no encontraron, mientras que otros incluso llegaron a criticar este arte de gobierno como una nueva figura del maquiavelismo.

Esta política más o menos ficticia del Príncipe respecto a la que intentamos distanciarnos está caracterizada por un principio: que para Maquiavelo, sea esto cierto o no poco importa, el Príncipe estaría en una relación de singularidad y de exterioridad de tras. candencia respecto a su principado. Recibe su principado por herencia, por adquisición o por conquista, en todo caso no forma parte de él es exterior a él. Los lazas que lo ligan a su principado son de violencia o de tradición, ya se haya establecido por tratados, o con la complicidad y alianza de otros príncipes; es pues una ligazón puramente sintética, no hay una pertenencia fundamental, esencial, natural y jurídica entre el príncipe y su principado. Corolario de este principio: en la medida en que la relación es de exterioridad, es frágil y no cesará de estar amenazada. Amenazada desde el exterior por los enemigos del Príncipe que quieren apropiarse o reapropiarse de su principado, y desde el interior ya que no hay razón a priori para que los súbditos acepten el principado del Príncipe. En fin, de este principio y de este corolario se deduce un imperativo: el objetivo: el objetivo del ejercicio del poder será mantener, reforzar y proteger este principado entendido no como el conjunto constituido por los súbditos, sino en cuanto relación del Príncipe con aquello que posee, con el territorio que ha heredado o adquirido, con los súbditos. Es esta ligazón frágil la que debe tener como objetivo el arte de gobernar o de ser Príncipe según Maquiavelo. Y esto implica para el libro de Maquiavelo la consecuencia según la cual el modo de análisis tendrá dos aspectos: se tratará de individualizar los peligros (de dónde vienen, en qué consisten cuál es su intensidad, cuál es el mayor y cuál es más débil), y en segundo lugar, de designar el arte de manipular las relaciones de fuerza que permitirán al Príncipe hacer de tal modo que su principado, en tanto que relación con los súbditos y con el territorio, pueda ser protegido.

Esquemáticamente se puede decir que El Príncipe de Maquiavelo, tal como aparece en filigrana en estos tratados, implícita o explícitamente

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