AZORÍN
SOLEDAD FUENTES CAPARRÓSTrabajo12 de Marzo de 2020
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AZORÍN
INTRODUCCIÓN.-
La Generación del 98 es el nombre que recibe un grupo de escritores, poetas y pensadores españoles que sufrieron los estragos de la crisis política, social, económica y moral que arrasó España tras la pérdida de Puerto Rico, Filipinas y Cuba en 1898.
Los temas que estos autores abordaban eran los problemas de España, la vida y la muerte refiriéndose al paso del tiempo, el sentido de la vida y, por último, la religión.
Abunda el escepticismo y el pesimismo en estas obras y todo se centra en la preocupación de los autores por España.
Emplean un lenguaje sencillo y expresivo. Predominan en sus textos las oraciones simples y breves. Recuperan palabras del campo. Se ven influidos por el existencialismo.
Algunos de los autores más destacados de esta Generación son Pío Baroja, Miguel de Unamuno y Azorín, siendo este último objeto de este breve trabajo.
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BIOGRAFÍA.-
«Azorín» es el pseudónimo de José Martínez Ruiz, levantino. Azorín nació en Monóvar, Alicante, el 8 de Junio de 1873, a los 3 días de ser elegido Presidente de la 1ª República Pi y Margall, y falleció en Madrid el 2 de marzo de 1967.
Tras siete años como alumno del colegio de los escolapios de Yecla (Murcia), desde 1881 hasta 1888, José Martínez Ruiz —el hijo mayor de una familia de nueve hermanos— comenzó sus estudios de Derecho en la Universidad de Valencia y los continuó en Granada, Salamanca —allí conoció a Miguel de Unamuno— y Madrid, pero nunca llegó a terminar la carrera.
A lo largo de este periodo de formación «entabló poco a poco amistad con los que, corriendo el tiempo, formarían la llamada Generación del 98 […], jóvenes como él, que más o menos inconscientemente, se lanzaban a la creación de una nueva estética literaria, opuesta a los cánones posrománticos vigentes», explica Santiago Riopérez y Milá en el Diccionario biográfico español (2001).
El 13 de febrero de 1901, unos jóvenes enlutados, pasada la estación de Atocha, en el cementerio de San Nicolás, rinden homenaje a la memoria de Larra. Es el acto de proclamación de la Generación del 98. Azorín se encarga del discurso: “Larra, Maestro de la presente juventud literaria…”.
En esta primera juventud, Azorín se acercó a los ideales anarquistas y tradujo al español a algunos autores libertarios —Las prisiones de Kropotkin—. Incluso en 1897 fue expulsado del diario “El País” por «un artículo sobre el amor libre» y participó en varias protestas —contra el proyecto de homenaje a Echegaray, entre ellas— junto a otros intelectuales.
Después, en los primeros años del siglo XX, se aproximó a las filas conservadoras y fue diputado por este partido en cinco ocasiones, además de Secretario de Instrucción Pública dos veces, en 1917 y 1919. La política estaba en su casa, en su tiempo, en plena depresión del 98. Hay en la biografía de Azorín una época dilatada de intelectual volcado a la vida pública. Azorín entra en la órbita del político conservador Antonio Maura, y luego, con más energía propagandística, en la de La Cierva, otro conservador, pero con apariencias dinámicas regeneradoras.
Su 1ª obra impresa, “La crítica literaria en España”, la firma como J. Martínez Ruiz, “Cándido”.
Desde 1930, Azorín deja ABC y pasa sucesivamente a diversos diarios republicanos: durante la guerra española reside en París, colaborando sólo en periódicos argentinos, como “La Prensa”, donde no alude nunca a los hechos de su propio país. Su esposa y él vivieron en la capital francesa desde 1938 hasta 1939, año en que Azorín, finalizada la contienda, pidió a las autoridades franquistas que le facilitaran el regreso a España.
Vuelto a Madrid, escribe algunos volúmenes de pálidas y elusivas memorias – “Valencia” (1941), “Madrid” (1942) -, y reanuda en 1941 su vieja colaboración en ABC.
Vuelve asimismo a la narrativa, pero ahora ya en elusión casi enigmática “Salvadora de Olbena” o en irrealidad simbólica “La isla sin aurora”.
En 1952 anuncia que va a dejar de escribir, tras una serie de artículos sobre cine, pero aún hará otra de breves notas, casi destilaciones de su propio estilo.
CARACTERÍSTICAS.-
Es la antítesis de Unamuno; apacible, lírico, minucioso, recorre Castilla para captar las sensaciones del alma aldeana.
Las novelas de Azorín son lentas, emotivas, llenas de finos detalles. En ellas poco importa la trama; lo esencial es la descripción del ambiente y los retratos de los personajes. Doña Inés, Don Juan, Antonio Azorín, “La voluntad” pueden considerarse como esta eternización de lo cotidiano, de lo momentáneo, residiendo la verdadera tragedia de la obra en el paso del tiempo, que lentamente va borrando nuestra propia personalidad, para dejar sólo el recuerdo desnudo.
Los temas más característicos de la obra de Azorín son los siguientes:
- La Filosofía, siguiendo la estela de los ilustrados del siglo XVIII, como Montaigne.
- La Naturaleza, de la que Azorín es un gran observador,
- Castilla, por la que Azorín siente verdadera pasión, por su paisaje, sus viejecito/as, sus mujeres, sus pueblos, … y
- La Literatura, siendo Azorín un excelente crítico literario y artístico en general, frecuentador del Ateneo.
Articulista, novelista, ensayista y dramaturgo, José Martínez Ruiz, que comenzó a usar el seudónimo de Azorín en 1904, «es uno de los más originales escritores de la literatura española», a juicio de Miguel Ángel Lozano Marco, estudioso y antólogo de la obra del prolífico autor alicantino:
«Es cierto que Azorín cultiva todos los géneros literarios, a excepción de la poesía en verso (aunque es uno de los principales poetas en prosa de nuestra lengua), pero también lo es que modifica esos géneros adecuándolos a su personal designio creador», escribe en el prólogo de la edición completa de sus novelas (Biblioteca Castro, 2011).
El mérito de Azorín está en haber intentado liberarse de la situación previa de la prosa española en el orden descriptivo y narrativo, haciendo tabla rasa de la tradición anquilosada.
Una circunstancia notable de las aficiones de Azorín fue la que tuvo al cine, lo cual explica que el terreno literario de Azorín estaba bien preparado para un rápido emparejamiento con las artes narrativas del cine.
En opinión de Mario Vargas Llosa, al margen de un primer «período de juveniles y mansas simpatías anarquistas», Azorín «fue un conservador en términos políticos, porque defendió a partidos o líderes de esta tendencia, y, en la etapa final de su vida, incluso, llegó a solidarizarse con el régimen franquista, debilidad —lamentable, sin duda— que pagaría caro, pues su obra, desde entonces, quedó muy injustamente exorcizada en su conjunto por buena parte de la intelectualidad como “de derechas”».
ESTILO.-
El estilo es originalísimo, con un léxico rico y depurado, que no desdeña recurrir a voces populares que viven todavía en la terminología de los menestrales. La sintaxis se reduce extraordinariamente, convirtiendo sus períodos en breves incisos de gran fuerza expresiva. Gabriel Miró decía de Azorín que «marca y enseña en el estilo castellano el paso del párrafo a la palabra».
Desde 1905 ya había un Azorín completo, que, si hubiera muerto entonces, habría quedado como un nuevo Larra de mejor estilo, inspirador de nuevos ideales. Eso no quiere decir que el sucesivo Azorín no tenga libros y momentos de gran interés: ante todo, como lector de los clásicos, reunió 4 volúmenes inolvidables, hasta 1915, “Lecturas españolas”, “Clásicos y modernos”, “Los valores literarios” y “Al margen de los clásicos”, que serían sucedidos por otros volúmenes posteriores, con centenares de artículos de aguda sensibilidad lectora.
También la rememoración histórica sigue siendo tema de Azorín: así “El Licenciado Vidriera”, o “Un pueblecito español” (1916). Ese Azorín, que confesaba “he llegado a tener horror a la realidad”, encuentra, sin embargo, una sorprendente forma de narrativa en “Don Juan” (1922) y “Doña Inés” (1924), donde elude la acción, en sí muy escasa, para dar sólo la atmósfera de sus personajes y lugares. Esa línea evolucionará peculiarmente – Félix Vargas; Superrealismo, luego retitulada “Blanco y azul”; “Pueblo” (novela de los que trabajan y sufren), que es sólo un ejercicio visual, sobre elementos del vivir de los pobres, etc..
Lo que había aportado “Azorín” a la literatura y a España, como capacidad de transparencia y sencillez, incluso con posibles consecuencias para la crítica social, se quedó, a la larga, en un elegante manierismo evasivo. Siempre, sin embargo, podemos empezar a leerle otra vez, por el principio, y reconocer la valía de aquella lección de mirada y lenguaje, por más que luego quedara relativamente malograda.
En Azorín, al énfasis le sucede la sencillez, a la ambición retórica, recargada y solemne, la expresión más llana y sencilla. Al contenido solemne y dogmático le sustituía la observación precisa y humilde.
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