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El Chamuco

womarr5 de Julio de 2015

2.939 Palabras (12 Páginas)171 Visitas

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The devil was sick, © 1951 by Fantasy House, Inc.. Traducción de Jaime Piñeiro en Los mejores relatos de anticipación, recopilados por Kendell Foster Crossen y Charles Nuetzel, Libro Amigo 107, Editorial Bruguera S. A., primera edición en agosto de 1969.

Habían transcurrido evos desde que un paciente violento de verdad atravesó por la fuerza el umbral del Asilo de Cuerdos, Había pasado tanto tiempo, que el ojo del observador ya no se detenía para leer las palabras fundidas en el duradero cristometal que figuraba en la entrada. Antaño un desafío a lo desconocido, el tiempo las había convertido en una frase típica: “Un malvado no es más que un héroe enfermo". La autenticidad de tal divisa era probada, ya no merecía consideración. Pero las palabras permanecieron allí... hasta el día en el que Acleptos tomó el cincel para cambiar dos de ellas.

Todo comenzó porque hallar un tema inédito para una tesis se había hecho más difícil que graduarse. Acleptos descubrió, después de ardua investigación, tres temas que creyó podrían ser aceptados por la Máquina como originales.

Tragó saliva al presentar la lista al ojo omnisciente del computador. Decía: Sedimento activado y qué hacían los antiguos con él. La Caída de la democracia y por qué se produjo. Diablos, demonios y demonología:

La Máquina contestó casi al punto: "En el año 4357 Jac Bard escribió la última palabra sobre sedimento activado. Doscientos años más tarde el último elemento desconocido con relación a la caída de la democracia fue analizado detalladamente por el historiador Hermios".

Hubo una breve pausa. Acleptos contuvo la respiración. Si el último había sido ya estudiado, necesitaría otros veinte años de trabajo para hallar más posibles temas. La Máquina respondió: "Hay dos aspectos de los demonios que hasta ahora nadie me ha propuesto. Consiste en si son reales o imaginarios, y si son reales, lo que son. Si son imaginarios, cómo se producen".

Acleptos sintió que su interior se inundaba de una nueva vida y esperanza. Enderezó sus hombros y se alejó de la: Máquina. Por fin, después de tantos años tenía una oportunidad. Por supuesto -y el pensamiento le hizo dudar-, por supuesto, era probable que no consiguiera arrojar nueva luz sobre tal problema. Pero ya disponía de algo con qué trabajar. Los años pasados en las enormes bibliotecas, y todo el trabajo efectuado en casi todos los campos del saber humano, habían producido al fin algún resultado.

Una década atrás, la última vez que presentó una lista a la Máquina, había creído encontrar un tema cuando descubrió referencias, en la sala de documentos antiguos, sobre alguien conocido bajo el nombre de Dios. Lo que le había llamado la atención había sido la letra "D" mayúscula aplicada al nombre. Pero la Máquina le había proporcionado una gran cantidad de detalles sobre aquel tema, terminando con un texto escrito hacía unos mil años y en el que se demostraba la inexistencia de tal ser. Esta tesis, así creía la Máquina, había acabado con todas las futuras especulaciones sobre el tema.

Por simple curiosidad, Acleptos había comprobado la referencia y se mostró conforme como siempre, con el dictamen de la Máquina.

Había sido en verdad un golpe de genio pensar en la antitesis de Dios, decidió Acleptos sonriendo para sí. Ahora podría seguir adelante. Realizaría sus investigaciones, se graduaría, y entonces... entonces ya no habría nada que le detuviese. Podría abandonar la Tierra y dar su próximo paso. Echó la cabeza hacia atrás para contemplar las estrellas. Aquel era el camino a seguir. Se permanecía atado a la Tierra hasta efectuar alguna investigación original, pero una vez terminada el derecho autorizaba emigrar adonde se quisiera.

Había un planeta más allá de Alfa Centauro, que ella había elegido. Y le había prometido esperarle por mucho tiempo que pasara. Acleptos no se sintió tan deprimido en su vida como el día que la Máquina aprobó la tesis de ella. Durante largo tiempo tuvo la impresión de haberla perdido para siempre. Pero ahora los años ya no parecían interminables. Su investigación había dado resultado.

Silbando alegremente penetró en el archivo y comenzó a trabajar. Oprimiendo el botón que mostraba las letras d-i-a y d-e-m-o, esperó a que el intrincado sistema de relés ejecutase su función. Con un suave zumbido resbalaron por el tubo neumático los carretes adecuados.

Tres semanas más tarde decidió que poseía más conocimientos sobre diablos, demonios y "otras bestias de piernas largas que vagan durante la noche" que cualquier otro habitante de la tierra. Acleptos movió la cabeza pensativo. ¡Pensar que el hombre había descendido tan bajo como para creer en tales cosas!

Se vio obligado a trabajar horas extraordinarias en la máquina de traducir. Todo cuanto había encontrado estaba escrito en latín. ¡Y pensar, también, que durante todos sus años de estudio jamás había oído hablar de aquella lengua!

¡Qué basura! Acleptos se indignaba al descubrir la existencia de una época en la que el homo sapiens había creído en tales tonterías. Increíble, pero aquello ocurrió muchísimos años antes. Se encogió de hombros. Llegó el momento de ponerse a trabajar sobre el problema básico. Su más íntimo amigo, Ttom, entró en el laboratorio de investigación. Ni siquiera le había hecho una visita. ¡Ni tampoco le había comunicado su éxito!

-¿Qué...?

Ttom examinó de una ojeada la impecable estancia verde. Sobre la mesa de cristal, un cocodrilo disecado le miraba fijamente. Descansando contra su escamosa piel había vasijas de vidrio de diferentes formas y rodeaban al saurio cajas, bandejas con polvillo. Sobre la pared una máquina del tiempo anunció:

-...Esta noche habrá luna llena, y...

Acleptos la apagó.

-¡Llegas oportunamente! -exclamó con alegría.

-¿Para qué?

Tras esta pregunta el rostro de Ttom se sonrojó como el de un niño y exclamó a continuación:

-¡Lo has conseguido! ¡Has encontrado un tema!... ¡Acleptos... me alegro tanto!

-Gracias.

Y acto seguido Acleptos se vio obligado a preguntar a su vez:

-¿y tú?

-Todavía nada...

Pero Ttom se sentía demasiado contento por el éxito de su amigo que volvió a preguntar:

-¿Y se puede saber qué has encontrado?

-Diablos y demonios -respondió Acleptos, iniciando de nuevo la mezcla de unos cuantos polvos.

-¿Qué es eso?

-Una superstición primitiva. Mi trabajo consiste en averiguar si fueron reales o sólo una palabra para designar a los malvados o enfermos... o lo que los antiguos denominaban con estas palabras.

-¿Cómo piensas hacerlo? ¿Qué son todas esas cosas que tienes ahí? -preguntó Ttom, señalando los objetos que había sobre la mesa.

-Voy a seguir las fórmulas anotadas en unos viejos manuscritos y observar qué sucede.

Acleptos había trabajado mucho para reunir todos los extraños objetos que el manuscrito mencionaba. Y miró hacia la mesa y vio que tenia cuanto necesitaba.

Aquella misma noche, con la luna llena...

-Muchos elementos intervienen en el proceso de "conjurar demonios". Si quieres esperar, quizá lo encuentres interesante.

-Naturalmente. No tengo nada que hacer. Pensé que había tropezado con algo nuevo..., y lo de siempre, alguien se me había adelantado ya. Acleptos, ¿qué sucederá cuando ya no queden más campos de saber humano, cuando no haya temas que tratar, ni nada sobre lo que escribir?

-¡Yo me hacía esa misma pregunta hasta que descubrí a los demonios! Pero creo que eso tardará en ocurrir y que la Máquina habrá tomado ya sus medidas.

-Estoy empezando a creer que ya ha llegado el momento. Acleptos, ¡eres el único que ha encontrado un tema en cinco años!

Y al pronunciar estas últimas palabras, Ttom trató de esconder una nota de amargura.

-Sé lo que diría la Máquina, Ttom. -le respondió Acleptos-. Diría que si yo he descubierto un tema también puedes hacerlo tú.

Al tiempo que hablaba, Acleptos vertió un liquido rojo en una probeta y luego añadió cierta cantidad de polvillo violeta.

Ttom gruñó:

-Supongo que tienes razón. Sin embargo, olvidemos mis problemas. ¿Qué sucede ahora?

-Nada hasta la medianoche. Cuando la luna esté llena, pronunciaré ciertas palabras, encenderé estas cosas que hay aquí -en el manuscrito las llaman velas- y aguardaré la aparición de un diablo o un demonio.

Ambos se echaron a reír.

A medianoche, todavía sonriente, Ttom, tomó asiento al borde de un dibujo peculiar que Acleptos había trazado en el suelo. Se llamaba pentáculo. Acleptos había colocado una vela negra en cada uno de sus ángulos. También había quemado ciertos productos químicos, pronunciando unas frases que Ttom ni siquiera trató de entender.

Al principio fue divertido. A medida que pasaba el tiempo, los dos hombres se impacientaron. Nada sucedía. Acleptos dejó de pronunciar sus extrañas frases y dijo:

-Bien, ya conozco la respuesta a la primera pregunta de la Máquina. Los demonios son imaginarios y no reales.

Y entonces fue cuando sucedió.

Se extendió por la estancia un olor mucho más intenso que el de los productos químicos. Luego se produjo una especie de gris luminosidad cerca del dibujo trazado en el suelo.

Acleptos gritó:

-¡Ttom, lo olvidé! Los antiguos libros dicen que es preciso permanecer dentro del pentáculo para protegerse... de lo que sea.

Poniéndose en pie de un salto, Ttom se acercó precipitadamente

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