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Benito Juarez


Enviado por   •  20 de Junio de 2013  •  660 Palabras (3 Páginas)  •  299 Visitas

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LLAMADO AL BRONCE

Mi voz es india, mi palabra seca,

y no encierra pasión ni fanatismo,

solo canta verdad y allí se obseca,

no pronuncia el absurdo ni el abismo,

y se sabe guijarro y se hace greca.

¡Oh Juarez! que los ambitos escombre

la arcilla de mi lengua mexicana,

que el silábico canto se haga nombre,

cuando encienda la angustia americana,

el llamado imperioso de tu escencia,

con mi grito de sangre y obsidiana.

Fue un ejemplo de cumbre tu existencia

desde la choza humilde, del arado del carrizo

en monóloga estridencia, al disfónico giro

del estado,

del abrazo de milpas de sierra,

del balar impaciente del ganado a los ambitos

truncos de la tierra, donde el hombre,

el germen de ambiciones que dialóga la paz

con voz de guerra.

En ti hablaron indemnes tradiciones de la

raza de bronce no vencida, bajo el yugo de antiguas vejaciones.

Tu sed de libertad enardecida, de un sopló te libro

de la montaña, y supiste del pueblo, de su herida,

de su triste verdad, de su halimaña, de la fuerza

que sangra y que lo humilla que es mas

secreta cuanto mas lo daña.

La constancia- enraizada manecilla- a traves del insulto

fue el camino, fue la espiga horadando la semilla.

Y llegaste indomable a tu destino,

a la sombra de un lar que no era el tuyo

pues tu aliento viril de peregrino, no anhelaba la paz,

el manso arrullo, de enclaustada oracion por que eras fuerte,

por que hablaba en tu ser doliente orgullo, de una raza

que vio llegar la muerte, que sintiendose esclava,

escarnecida, en el tiempo venció su propia suerte.

Y ensanchaste la sabia de tu vida, en el aula

cordial de tu instituto, en su augusta cantera amanecida,

que a la historia se brinda un nuevo fruto, madurando

el presente su esperanza, sin contar con la

angustia del minuto.

En las manos llevaste la confianza, al dolor de la patria,

de los mundos, eras ley y justicia, no venganza.

Animaste tus germenes profundos, cuando el extraño

ambiciono tus suelos, devolviendo sus pasos vagabundos.

Era entonces la patria : amargo duelo,

y el derecho en tu voz fue abrazo enorme,

ahogando

...

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