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LA MONDSA


Enviado por   •  5 de Noviembre de 2014  •  1.351 Palabras (6 Páginas)  •  350 Visitas

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Como el resto de Barranquilla y del Atlánticoy de la Costa Caribe, el barrio Boston es un lugar donde lo normal en la época navideña es el jolgorio. En una ciudad que desde la década de los setenta acogió los ruidosos picós como parte de su paisaje urbano, nadie pelea porque un vecino se ha entregado a cantar vallenato a todo lo que da el gaznate. Por eso, no pudo ser menos que de asombro la reacción de José María Peñaranda cuando una vecina iracunda acudió a increparlo a su casa, en la carrera 44, porque su marido iba a ser multado “por culpa de La Ópera del Mondongo”.

Era la Nochebuena de un año cualquiera de la década de los noventa, según recuerdos de algunos familiares del músico. La vecina, visiblemente alterada, exigió al compositor, octogenario ya –había nacido en 1907–, que se apersonara de la sanción económica, pues la pieza indecorosa con la que su esposo celebraba las fiestas de fin de año, a grito herido, era de su autoría. Mientras tanto el agraviante seguía en casa, de trago hasta el copete, desgañitándose con el coro: Ay mija, esa es la mondá, / ay mija, la mondá pelá.

Para los habitantes del barrio no era secreto, pero el asunto sí tenía cierto carácter épico: José María Peñaranda, el genio conocido en Colombia por legarle al mundo entero las notas y la letra de “El caimán” y, además de eso, dueño de una fama inusitada en otras latitudes por cuenta de cumbias, merengues y parrandas –muchos colmados de doble sentido, y otros de directa y virulenta procacidad–, vivía en sus predios.

Después de una vida entera de trashumancia, tras obtener su estatus de leyenda en todos los países del Caribe por cuenta de esos discos picantes que corrieron como el mayor de los secretos a voces made in Colombia –aunque aquí prácticamente no se les conoce–, los últimos años de la vida de Peñaranda fueron sosegados. Su única rutina consistía en la partida diaria de billar con sus amigos. Las bebidas más fuertes habían sido reemplazadas por néctar La Constancia. La conversión religiosa le impedía siquiera recordar de viva voz los versos que hiciera a finales de los cincuenta para esa cosmogonía de la fiesta caribe –en 1975 el director Luis Arocha bautizó Al mal tiempo buena cara. La Ópera del Mondongo a un documental suyo sobre el Carnaval de Baranquilla– que, con sus tres minutos, él llamó en su introducción “uno de los trozos de música más selectos del mundo”.

“Es que La Ópera del Mondongo ya no es aquella de antes”, le dijo un comedido pero aún simpático Peñaranda al investigador musical Mariano Candela en junio de 1998. “Después se disfrazó ese tema: El pato para volar / las alas las encartucha, / la mujer para bailar / se adorna con flores muchas. Ya no es aquella de antes, ya se reformó”.

La que el compositor, cantante y acordeonero llama “aquella de antes” incluía entre su seguidilla de lindezas esa estrofa que originalmente rezaba: El pato para volar / las alas las encartucha, / la mujer para culiá / se encoge y abre la chucha.

Quien se arriesga a componer, cantar y grabar una canción donde se incluyen versos tan elocuentes como estos: Yo cometí un barbarismo / que yo nunca lo había hecho: / de tener el palo arrecho / y metérmelo yo mismo, sabe que no ha de esperar muchos laureles ni palmadas en el lomo. Aun así, resulta difícil creer que la primera gran composición de José María Peñaranda, de 1941, que nada tenía que ver con esos versos y estaba basada en la historia de un hombre con la facultad de convertirse en caimán gracias a la fórmula de un curandero guajiro, fuera objeto de censura.

“El caimán”, llamada indistintamente así o “Se va el caimán” o “El Hombre Caimán”, fue grabada por el mismo Peñaranda en La Voz del Litoral, aunque la versión considerada como primigenia es la de la orquesta argentina de Eduardo Armani, con la voz de Johnny Álvarez, de 1945. El tema llegó hasta España dentro de las latas de la cinta Pasiones tormentosas de 1946, del director hispano-mexicano Juan Orol.

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