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Sherry

kkazama18 de Julio de 2013

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Capítulo 11

Sherry llevaba mucho tiempo escondida en el edificio de la comisaría, por

lo menos tres o cuatro días, y todavía no había visto a su madre. Ni siquiera una

vez, ni siquiera cuando todavía quedaba un montón de gente con vida. Había

encontrado a la señora Addison, una de las profesoras de la escuela, justo

después de haber llegado allí, pero la señora Addison ya había muerto. Un

zombi se la había comido. Poco después, Sherry había descubierto un túnel de

ventilación que recorría la mayor parte del edificio, y había decidido que

permanecer escondida era mucho más seguro que quedarse con los mayores,

porque los mayores no paraban de morir, y porque había un monstruo en el

edificio que era peor que los zombis o que los hombres vueltos del revés, y

estaba bastante segura de que ese monstruo la estaba buscando a ella.

Probablemente no era más que una tontería. Ella no creía que los monstruos

escogieran a una persona para perseguirla... pero la verdad es que tampoco

había creído en monstruos, hasta ese momento.

Así que Sherry se había quedado escondida en la habitación del caballero.

Allí no había gente muerta, y el único modo de entrar, aparte del túnel de

ventilación que salía de detrás de las armaduras, era por un largo pasillo

guardado por un gran tigre. El tigre estaba disecado, pero daba miedo de todas

maneras, y Sherry pensó que quizás el tigre ahuyentaría al monstruo. Una parte

de ella sabía que aquello era una tontería, pero de todas formas la hacía sentir

mejor.

Había pasado la mayor parte del tiempo durmiendo desde que los zombis

habían tomado todo el edificio de la comisaría. Cuando estaba dormida, no

tenía que pensar en lo que podía haberle ocurrido a sus padres o preocuparse

por lo que le podría ocurrir a ella. En el túnel de ventilación había el calor

suficiente para estar cómoda, y tenía mucha comida que había sacado de la

máquina de chucherías de la gran sala, pero tenía miedo, y peor que sentir

miedo era sentirse sola, así que había dormido todo lo que había podido.

Estaba dormida, calentita y encogida detrás de los caballeros cuando un

tremendo ruido la había despertado, un rugido procedente del algún punto del

exterior del edificio. Estaba segura de que era el monstruo. Sólo lo había visto

de refilón una vez, y sólo su tremenda y horrible espalda, a través de una rejilla

metálica, pero lo había oído gritar y aullar muchas veces desde entonces y por

todos lados de la comisaría. Sabía que era terrible, terrible y violento y que

estaba hambriento. A veces desaparecía durante horas, y ella tenía la esperanza

de que se hubiera marchado por fin, pero siempre regresaba, y no importaba

dónde se metiera ella: siempre parecía estar en algún lugar cercano.

El tremendo ruido que la había despertado de su intranquilo sueño fue

muy parecido al que provocaría el monstruo si empezara a echar abajo las

paredes. Se acurrucó aún más en su escondite, preparada para salir corriendo

hacia el túnel de ventilación si el ruido se acercaba mucho más. No lo hizo; no

se movió durante mucho rato, esperando con sus ojos firmemente cerrados

mientras sostenía con fuerza su amuleto de la suerte, un precioso colgante de

oro que su madre le había regalado precisamente la semana anterior, tan grande

que le llenaba toda la mano. Al igual que en ocasiones anteriores, el amuleto

había funcionado: el tremendo y horrible ruido no se había repetido. O quizás

había sido el gran tigre el que había ahuyentado al monstruo y le había

impedido encontrarla. De cualquier manera, al oír los suaves sonidos de unos

pasos, se había sentido lo bastante segura para salir de su escondrijo y acercarse

al pasillo para escuchar. Los zombis y los hombres del revés no podían utilizar

las puertas y, si se hubiese tratado del monstruo, seguro que ya habría

atravesado a golpes la puerta y habría entrado aullando en busca de sangre.

Tiene que ser una persona. Quizá se trate de mamá...

A mitad del pasillo, donde se abría una puerta a la derecha, oyó a gente

hablar en aquella oficina y sintió una oleada de esperanza y de soledad al

mismo tiempo. No podía oír con claridad lo que decían, pero era la primera vez

que oía a alguien desde hacía dos días sin que esa persona estuviese gritando. Y

si había gente hablando, quizás era porque por fin había llegado la ayuda a

Raccoon City.

El ejército del gobierno, o los marines, o quizá todos ellos...

Emocionada, se apresuró a recorrer el pasillo. Se encontraba al lado del

gran tigre rugiente, justo al lado de la puerta, cuando su emoción se desvaneció.

Las voces habían dejado de hablar. Sherry se quedó muy quieta y, de repente,

se sintió muy nerviosa. Si hubiera llegado gente para ayudar a los de Raccoon

City, ¿no habría oído los aviones y los camiones? ¿No habría oído los disparos y

las bombas y los hombres con altavoces diciendo que todo el mundo saliera

fuera?

Quizá las voces no son de gente del ejército, después de todo. Quizá son voces de

gente mala. Gente loca, como aquel hombre...

Poco después de que Sherry se escondiera, había visto algo horrible a

través de la rejilla del conducto de ventilación que llevaba a la habitación de los

armarios. Un hombre alto y pelirrojo estaba en mitad de la habitación, hablando

solo y balanceándose hacia adelante y hacia atrás sentado en una silla. En el

primer momento Sherry había pensado al principio preguntarle si sabía dónde

estaban sus padres y pedirle ayuda para encontrarlos, pero algo en la forma que

hablaba y se reía en voz baja mientras se balanceaba le hizo sentir miedo; se

detuvo y lo observó en silencio durante un rato desde la segura oscuridad del

túnel de ventilación. El hombre tenía un cuchillo muy grande en la mano y,

después de mucho rato, sin dejar de reírse, de murmurar y de balancearse, se lo

había clavado en el estómago. Sherry había sentido más miedo de aquel hombre

que de los zombis, porque lo que había hecho no tenía sentido, ningún sentido.

No quería encontrarse con nadie más como aquel hombre. Y aunque la

gente de la oficina no estuviese mal de la cabeza, quizá la sacarían de su lugar

seguro e intentarían protegerla, lo que equivaldría a su muerte, porque estaba

segura de que el monstruo no sentía miedo de los adultos.

Se sentía mal por darse la vuelta, pero no tenía otra elección. Sherry

comenzó a darse la vuelta para regresar a la habitación de las armaduras...

¡Crac!

Permaneció inmóvil cuando el suelo de madera crujió bajo sus pies. El

chasquido del listón de madera resonó con un ruido increíble, y ella contuvo la

respiración, agarrando su pendiente y rezando para que la puerta no se abriera

de golpe a sus espaldas y que algún loco saliera por ella y... y la atrapara.

No oyó ruido alguno, pero estuvo segura de que el agitado latir de su

corazón la delataría, porque sonaba tremendamente fuerte. Después de diez

largos segundos, comenzó a avanzar de nuevo lentamente por el pasillo,

pisando con toda la suavidad que pudo y sintiendo que estaba saliendo de una

cueva llena de serpientes durmiendo. Le pareció que el pasillo que llevaba de

regreso a la sala de las armaduras medía un kilómetro de largo, y tuvo que

hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no echar a correr en cuanto

llegó a la esquina, porque si algo había aprendido de las películas de la tele, era

que huir corriendo del peligro siempre significaba tener una muerte horrible.

Llegó por fin a la entrada de la habitación de las armaduras y sintió que

casi se desmayaba del alivio. Estaba a salvo de nuevo, y podría acurrucarse otra

vez en la vieja manta que la señora Addison había encontrado en una de las

oficinas y que le había dado...

La puerta de la otra oficina se abrió y luego se cerró, y Sherry oyó unos

pasos un segundo después, unos pasos que iban en su busca.

Sherry entró de golpe en la estancia, sin pensar en nada más que en el

arranque de pánico y terror que recorrió todo su cuerpo. Pasó zumbando al

lado de tres caballeros, dejando a un lado su refugio porque sabía que tenía que

huir, que tenía que alejarse de allí todo lo que pudiera. Sabía que existía una

habitación oscura más allá de la vitrina que se alzaba en mitad de la habitación,

y oscuridad era lo que ella necesitaba, una sombra en la que desaparecer...

Oyó los pasos que echaban a correr en algún punto a su espalda,

resonando sobre el piso de madera mientras ella se metía en la habitación

oscura y se apretujaba en el rincón más alejado. Sherry se acurrucó entre los

polvorientos ladrillos de la chimenea y la silla tapizada que había a su lado e

intentó hacerse lo más pequeña posible, abrazándose las rodillas y escondiendo

la cabeza entre ellas.

Por favor, por favor, por favor. No entres, no me veas. No estoy aquí...

Los

...

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