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Jorge Luis Borges


Enviado por   •  13 de Marzo de 2014  •  25.097 Palabras (101 Páginas)  •  325 Visitas

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JORGE LUIS BORGES

EL LIBRO DE ARENA

Alianza Editorial

El libro de arena fue publicado originalmente en 1975.

Diseño de la colección: Neslé Soulé

© María Kodama, 1995

© Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1977, 1979, 1980, 1981, 1983, 1985, 1986, 1988, 1990, 1991, 1992, 1993, 1994, 1995, 1996, 1997, 1998

Distribuye para Argentina: Vaccaro Sánchez

Moreno, 794 - CP 1091 Capital Federal - Buenos Aires

Interior: Distribuidora Bertrán - Av. Vélez Sarsfield, 1950

CP 1285 Capital Federal - Buenos Aires

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

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ISBN: 84-487-0471-1

Depósito Legal: B-9.587-1998

Impreso en España - Printed in Spain - Marzo de 1998

Impresión y encuadernación: Cayfosa

Ctra. Caldas, km 3 Santa Perpétua de Mogoda (Barcelona)

Alianza Editorial, S.A.

Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 393 88 88

Índice

• El otro

• Ulrica

• El Congreso

• There Are More Things

• La Secta de los Treinta

• La noche de los dones

• El espejo y la máscara

• Undr

• Utopía de un hombre que está cansado

• El soborno

• Avelino Arredondo

• El disco

• El libro de arena

• Epílogo

El otro

El hecho ocurrió en el mes de febrero de 1969, al norte de Boston, en Cambridge. No lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo, los otros lo leerán como un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí.

Sé que fue casi atroz mientras duró y más aún durante las desveladas noches que lo siguieron. Ello no significa que su relato pueda conmover a un tercero.

Serían las diez de la mañana. Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito. Yo había dormido bien; mi clase de la tarde anterior había logrado, creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista.

Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los estados de fatiga) de haber vivido ya aquel momento. En la otra punta de mi banco alguien se había sentado. Yo hubiera preferido estar solo, pero no quise levantarme en seguida, para no mostrarme incivil. El otro se había puesto a silbar. Fue entonces cuando ocurrió la primera de las muchas zozobras de esa mañana. Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca he sido muy entonado), era el estilo criollo de La tapera de Elías Regules. El estilo me retrajo a un patio, que ha desaparecido, y a la memoria de Álvaro Melián Lafinur, que hace tantos años ha muerto. Luego vinieron las palabras. Eran las de la décima del principio. La voz no era la de Álvaro, pero quería parecerse a la de Álvaro. La reconocí con horror.

Me le acerqué y le dije:

–Señor, ¿usted es oriental o argentino?

–Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra –fue la contestación.

Hubo un silencio largo. Le pregunté:

–¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?

Me contestó que sí.

–En tal caso –le dije resueltamente– usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge.

–No –me respondió con mi propia voz un poco lejana.

Al cabo de un tiempo insistió:

–Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.

Yo le contesté:

–Puedo probarte que no miento. Voy a decirte cosas que no puede saber un desconocido. En casa hay un mate de plata con un pie de serpientes, que trajo del Perú nuestro bisabuelo. También hay una palangana de plata, que pendía del arzón. En el armario de tu cuarto hay dos filas de libros. Los tres volúmenes de Las mil y una noches de Lane con grabados en acero y notas en cuerpo menor entre capítulo y capítulo, el diccionario latino de Quicherat, la Germania de Tácito en latín y en la versión de Gordon, un Don Quijote de la casa Garnier, las Tablas de sangre de Rivera Indarte, con la dedicatoria del autor, el Sartor Resartus de Carlyle, una biografía de Amiel y, escondido detrás de los demás, un libro en rústica sobre las costumbres sexuales de los pueblos balkánicos. No he olvidado tampoco un atardecer en un primer piso de la plaza Dubourg.

–Dufour –corrigió.

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