Las Batallas En El Desierto

Estábamos en clase, eran las once. Pedí permiso para ir al baño. Salí en secreto de la escuela. Toqué el timbre del departamento 4. Al fin me abrió Mariana. Por supuesto se asombró al verme. Carlos, ¿qué haces aquí? ¿Le ha pasado algo a Jim? No, no señora: Jim está muy bien no pasa nada. Es que… No sé cómo decirle, señora. Me da tanta pena. Vamos a ver: ¿Por qué estás tan exaltado? Dime en qué forma puedo ayudarte. No, no puede ayudarme, señora. Porque lo que le vengo a decir es que estoy enamorado de usted. Mariana no se indignó ni se burló. Se quedó mirándome tristísima. Me toma la mano y me dijo: Te entiendo no sabes hasta que punto. Ahora tú tienes que comprenderme y darte cuenta de que eres un niño como mi hijo y yo soy para ti una anciana. De modo que ni ahora ni nunca podrá haber nada entre nosotros. No quiero que sufras. Tiene razón señora. Me doy cuenta de todo. Le agradezco mucho que se porte así, discúlpeme. Solté mi mano de la suya para salir. Entonces Mariana me retuvo: ¿Puedo pedirte un favor?: Déjame darte un beso. Y me dio un beso, un beso rápido, no en los labios, si no en las comisuras. Después llegué en una confusión total a mi casa. Pero acababa de telefonear el profesor. Alarmados por ver que no aparecía me buscaron por toda la escuela.

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