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Layda


Enviado por   •  31 de Marzo de 2013  •  Informes  •  1.779 Palabras (8 Páginas)  •  233 Visitas

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Layda había esperado llegar desde el Valle al Castillo Negro en apenas un parpadeo, pero a Zetra parecían habérsele acabado las fuerzas con el hechizo que había desprotegido el Valle y las había sacado de allí.

Fuera del Valle, les había estado esperando una de aquellas bestias voladoras, con la que Zetra debía haberse puesto en contacto de alguna manera. Zetra había montado en la nuca de la bestia, había ayudado a Layda a montar delante, y luego las dos se habían elevado.

Por más años que viviera, Layda sabía que nunca olvidaría la sensación del viento en la cara, el vértigo en la boca del estómago y la capa de Zetra envolviéndola para que no pasara frío. Ni siquiera se atrevía a mirar abajo, pero tenía bastante con la húmeda sensación en su nariz y sus ojos cada vez que atravesaban una nube para saber lo altas que iban. Se preguntó si alguien las estaría viendo desde el suelo y qué pensaría.

Apenas tardaron día y medio en llegar al castillo en lo alto del precipicio. La muralla parecía parte de la roca de la montaña.

La bestia se posó en el patio de armas, y fue introducida en un establo por dos pálidos jóvenes. Zetra se dirigió a la Torre del Homenaje, Layda supuso que para hablar con el Señor del Castillo, y la dejó sola en medio del patio. Nadie parecía darse por enterado de su presencia, así que Layda se puso las manos a la espalda y miró a su alrededor.

Había un hombre sentado en un banco al lado de una puertecita. Había levantado con cierta indiferencia la mirada a la llegada de Zetra pero la había vuelto a fijar en lo que estaba haciendo. Desde donde estaba, Layda no podía distinguir su cara, pero sí sus rubios cabellos y sus ropas negras.

No pudo resistir la tentación de acercarse a él. Sintió una leve punzada en el estómago cuando vio lo que estaba haciendo: afilaba su espada con una piedra, tal como ella había visto hacer a Jelwyn miles de veces. Descubrió algo asustada que si no había distinguido su cara cuando le había visto era porque la tenía cubierta por una máscara negra que solo dejaba al descubierto su boca, y comprendió quién era él, pero era demasiado orgullosa para retroceder cuando ya le tenía tan cerca. Además, él estaba tarareando. De todos los hombres del mundo, aquél era el único al que Layda nunca se había imaginado tarareando.

Nadie le había enseñado el idioma de Ternoy, así que le saludó en ardiés.

-Hola.

Él calló y levantó la cabeza, sorprendido. Los ojos oscuros, casi negros, se entornaron al verla, pero la boca sonrió como si estuviera a punto de ofrecerle un dulce.

-¡Hola! ¿De dónde has salido tú?

-He venido con Zetra. Volando.

-Qué bien.

Se hizo un silencio bastante incómodo. Él estaba mirándola de arriba a abajo, tal vez preguntándose de qué le sonaba aquella cara.

-¿Eres Estrella Negra?

Él dejó la espada y la piedra de afilar a un lado.

-Así me llaman. ¿Has oído hablar de mí?

-¿Te llevas a los niños que no se portan bien?

-¿Para qué? No soporto a los críos.

Visto de cerca, Estrella Negra no era tan terrible. No dejaba de ser un asesino, y un enemigo de los ardieses, pero un enemigo encantador. Y, después de lo que había hecho ella misma, Layda no se consideraba con autoridad para juzgarle. Se apretó las manos para no arrancarle la máscara o tocarle el pelo.

-¿Eres de las Tierras Peligrosas?

-¿Lo parezco?

-Bueno, no pareces de Ternoy.

-¿Y qué aspecto se supone que tienen los de Ternoy?

-De muertos.

Estrella Negra dejó escapar un silbido.

-Muy lista. ¿Sabes por qué los de Ternoy tienen aspecto de muertos?

-¿Porque lo están?

-Exacto, ellos están muertos, y yo también. Aunque no lo parezca.

Bueno, él había sacado el tema.

-¿Es verdad que mataste a mi madre?

Sí, aquello había sido un escalofrío. Ya le había parecido verlo cuando le había preguntado si era de las Tierras Peligrosas, aunque había sido tan imperceptible que podría haberse tratado de una ilusión óptica. Pero su voz sonó con frialdad profesional al responder:

-Es posible. Nunca pregunto el nombre antes de matar.

-Seguro que a ella la recuerdas, la clavaste en un árbol con una lanza.

A Estrella Negra casi se le cayó la espada.

-¿Quién eres?

-La hija de Farfel Aletnor. Dicen que a él también le mataste.

La espada cayó al suelo con gran estrépito. Layda sonrió sin aparente malicia, mirando a los ojos del enemigo. Bastaba alargar la mano, pensó, un simple tirón de la máscara...

Estrella Negra se levantó de un salto como si hubiera adivinado sus pensamientos.

-Señora...

Zetra apoyó su mano en el hombro de Layda.

-Nos vamos, Layda, despídete del señor.

Layda nunca supo por qué lo había hecho, sobre todo después de la clase de conversación que habían estado manteniendo ella y Estrella Negra, pero no se le ocurrió mejor forma de despedirse que tirar de una de sus mangas hasta que lo tuvo a una altura conveniente, ponerse de puntillas y darle un beso en la mejilla. En realidad el beso cayó en la máscara, pero no importaba. En aquel momento, él parecía de verdad un hombre muerto.

Aquella vez, cuando montó en el Num, Layda sí que miró hacia abajo. Vio a Estrella Negra mirándola. Se protegía los ojos con la mano izquierda, y aunque la máscara ocultaba su rostro, Layda tuvo la impresión de que aún no se creía lo que acababa de ocurrirle.

Y entonces Layda reconoció la canción que él había estado tarareando mientras afilaba la espada.

La favorita de la Segunda del Valle: La doncella cisne.

-¡Será embustero!

*****

Oculto entre

...

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