Perico Trepa Por Chile
silvysan27 de Noviembre de 2013
20.867 Palabras (84 Páginas)477 Visitas
**Juan Muñoz Martín**
Fray Perico y su borrico
Ilustraciones de Antonio Tello
Juan Muñoz Martín Fray Perico y su borrico
- 2 -
Diseño: Eva Mutter
Ilustraciones: Antonio Tello
Circulo de Lectores, S.A.
Valencia, 344, 08009 Barcelona
5 7 9 6 9 0 2 8 6
Licencia editorial para Círculo de Lectores
por cortesía de Ediciones SM.
Está prohibida la venta de este libro a personas que no
pertenezcan a Círculo de Lectores.
© Juan Muñoz Martín, 1980
© Ediciones SM
Depósito legal: B. 580-1996
Fotocomposición: gama, .sl., Barcelona
Impresión y encuadenación: Printer industria gráfica, s.a.
N. II, Cuatro caminos s/n, 08620 Sant Vicenc dels Horts
Barcelona, 1996. Impreso en España
ISBN 84-226-5896-8
N.º 24240 A
Edición digital Adrastea, Julio de 2006.
Esto es una copia de seguridad de mi libro original en papel, para mi uso personal. Si llega a tus manos es en calidad de préstamo y deberás destruirlo una vez lo hayas leído, no pudiendo hacerse, en ningún caso, difusión ni uso comercial del mismo.
Juan Muñoz Martín Fray Perico y su borrico
- 3 -
1
· · · · · · · · · · · · · · · · · · ·
Esto eran veinte frailes...
Pues señor: esto eran veinte frailes que vivían en un convento muy antiguo, cerquita de Salamanca. Todos llevaban la cabeza pelada, todos llevaban una barba muy blanca, todos vestían un hábito remendado, todos iban en fila, uno detrás de otro, por los inmensos claustros.
Si uno se paraba, todos se paraban; si uno tropezaba, todos tropezaban; si uno cantaba, todos cantaban. Daba gusto oírles trabajar. Uno serraba la madera, otro pelaba patatas, otro cortaba con las tijeras, otro golpeaba con el martillo, otro escribía con la pluma, otro limpiaba la chimenea, otro pintaba cuadros, otro abría la puerta, otro la cerraba.
Kikirikí, cantaba el gallo: todos los frailes se levantaban, se estiraban un poquito y bajaban a rezar. Tan, tan, tocaba la campana fray Balandrán: los frailes corrían a comer o a cantar o a trabajar. Todos rezaban juntos, estudiaban juntos, abrían y cerraban la boca juntos.
Fray Nicanor, el superior, era un fraile alto, seco y amarillo; tenía una larga nariz y unos brazos muy largos. De cuatro zancadas recorría el monasterio. Era muy bueno y tenía fama de sabio, aunque había otro más sabio que él, pues tenía en la cabeza metidos todos los libros de la biblioteca. Un millón poco más o menos. Le preguntabas los ríos de Asia y lo sabía; le preguntabas cuántas son ocho por siete y lo sabía. ¡Lo sabía todo!...
Este fraile era fray Olegario, el bibliotecario, que tenía ciento y pico años. Estaba más arrugado que una pasa y más encorvado que el mango de su bastón. Tenía reuma y cuando llovía se le hacía más pequeña una pierna.
Los frailes se pasaban todos los días rezando, leyendo libros muy gordos, durmiendo poco, trabajando mucho.
Había una imagen de San Francisco en la iglesia, y los frailes le tenían mucha devoción. Fray Bautista, el organista, un fraile pequeñito y vivaracho como una ardilla, tocaba en el órgano las mejores cosas que sabía. Pero era un pesado.
Había un fraile que se pasaba dando vueltas a la chocolatera todo el día. Hacía chocolate de almendras. Este era fray Cucufate, el del chocolate. Fray Pirulero, el cocinero, era regordete y colorado, como todos los cocineros, y tenía los pies anchos. Andaba de lado, como los patos, y tenía un gorro blanco en la cabeza. Pues déjate que fray Mamerto, el del huerto, ¡pasaba con cada brazada de zanahorias!... ¡Con lo que le gustaban a San Francisco las zanahorias! Pero del pobre San Francisco nadie se acordaba. Algunas veces le sacaban en procesión, le daban una vuelta por el pueblo y en seguida a casa.
Los frailes no jugaban nunca. Con trabajar les sobraba. Allá en el torreón estaba todo el día fray Procopio, el del telescopio; estaba calvo de tanto hacer cuentas y experimentos con frascos y líquidos. Un día mezcló bicarbonato,
Juan Muñoz Martín Fray Perico y su borrico
- 4 -
ácido sulfúrico y un poquito de lejía, y la que se armó. ¡Cataplum! La capucha salió por un lado, las sandalias por otro, y el gato por otro, con el rabo chamuscado. Bueno, fray Silvino tenía la nariz colorada de tanto oler el vino, y los pies negros de pisar las uvas. Otro que trabajaba mucho era fray Ezequiel, el de la miel. Era un hombre dulce y hablaba muy bajito. Goteaba miel hasta por la barba. Las moscas le seguían por todas partes, hasta cuando se iba a la cama.
Punto y aparte era fray Rebollo, el de los bollos. Era el panadero. Iba siempre manchado de harina de pies a cabeza.
Y qué frío debía de pasar San Francisco en el altar. El aire se colaba por debajo de la puerta como Pedro por su casa. San Francisco se metía las manos en los bolsillos cuando nadie le veía. Para colmo de males, un día se abrió una gotera en el techo y empezó a caerle agua encima.
-¡Estamos arreglados! -dijo San Francisco.
Menos mal que fray Balandrán, el sacristán, le puso un paraguas aquella noche. Los frailes, al día siguiente, se dieron cuenta de que la iglesia se estaba desmoronando de puro vieja. Entonces se dispusieron a arreglarla. Se remangaron los hábitos y uno subía las piedras, otro clavaba un clavo, el otro ponía un tablón, el otro hacía la argamasa. Ningún fraile estaba ocioso. Fray Olegario era el arquitecto. El peor era fray Simplón que, cuando no se caía de las escaleras, clavaba un clavo al revés, o se le caía el cubo encima de la cabeza, o ponía los ladrillos torcidos.
También metía mucho la pata fray Mamerto, pues era sordo como una tapia. Le pedías un ladrillo y te traía un martillo, le pedías la sierra y te traía un saco de tierra, le pedías un clavo y te traía un nabo, le pedías yeso y te traía un queso.
Juan Muñoz Martín Fray Perico y su borrico
- 5 -
2
· · · · · · · · · · · · · · · · · · ·
Fray Perico
Una vez estaba fray Nicanor, el superior, barriendo la iglesia, cuando llegó un hombre rústico, gordo y colorado, llamado Perico. Llevaba un pantalón de pana atado con una cuerda. Miró al padre superior, se limpió la nariz con la manga y dijo:
-Déjame la escoba, hermano. Yo te ayudaré.
-Pero si ya he terminado.
-Pues barreré otra vez.
Así lo hizo, y al terminar se acercó al padre superior y le dijo:
-Me gustaría barrer la iglesia todos los días y ser fraile como vosotros.
El superior se agarró la barba un buen rato y repuso:
-Tendrás que pasar frío.
-Lo pasaré.
-Tendrás que pasar hambre.
-La pasaré.
-Y tendrás que dormir poco.
-¡Uf!, no sé si podré. Algunas veces me duermo de pie.
El abad se sonrió y le preguntó:
-¿Cómo te llamas?
-Perico.
El abad tocó la campana y los frailes acudieron de todos los rincones del convento y rodearon a Perico. Entonces el abad les enteró de que aquel hombre quería entrar en el convento. Los frailes, al verle tan colorado, tan rústico y con aquellos calzones de pana y aquellas botas, le preguntaron:
-¿Sabes leer?
-No.
-¿Sabes escribir?
-Tampoco.
-¿Sabes hacer cuentas?
-Sólo con los dedos.
-Entonces, ¿qué sabes hacer?
-Yo sólo sé contar cuentos muy bonitos.
Los frailes le dijeron que eso no servía para nada y se marcharon dando un portazo. Perico se quedó solo en la iglesia y se puso a llorar en un banco; le caían unos lagrimones tremendos. San Francisco se compadeció de él y le dijo:
-¿Por qué no me cuentas un cuento?
-¿Te gustan?
-Claro que me gustan. Estoy tan aburrido...
Juan Muñoz Martín Fray Perico y su borrico
- 6 -
Perico le contó un cuento de un zapatero que hacía zapatos maravillosos cosiéndolos con la punta de su nariz, y San Francisco se partía de risa. Cuando estaba a la mitad del cuento llegaron a rezar los frailes y se extrañaron mucho al ver a Perico allí.
-¿Qué haces?
-Estoy contando un cuento a San Francisco.
-¡Eres tonto! ¡San Francisco te va a escuchar!...
Bueno, pues al día siguiente se lo encontraron otra vez delante del santo. Y se quedaron perplejos al ver que había traído una vaca y una cabra.
-¿Qué hacen aquí esta cabra y esta vaca?
-Se las he traído a San Francisco por si las quiere.
Los frailes miraron a San Francisco para pedirle perdón.
-¡Se está sonriendo! -dijo fray Simplón.
Los frailes se rascaron una oreja. San Francisco nunca se había reído.
-Está bien -dijeron-. Te puedes quedar en el convento.
Perico dio un salto y abrazó a todos los frailes. El padre superior le puso el hábito y le dio su bendición.
-Te llamarás fray Perico y tocarás la campana.
Fray Perico salió corriendo y tocó la campana con tanta fuerza que rompió la cuerda.
-Nos has hecho cisco la cuerda -dijeron los frailes-. ¿Qué hacemos ahora?
-Haremos un nudo -dijo fray Perico muy colorado.
Cuando se despidió de su familia, que había venido a acompañarle, su padre lloraba y él lo consoló:
-No llores, padre, que San Francisco será un padre para mí.
Los hermanos también lloraban.
-No lloréis, hermanos. No me quedo solo. ¿No veis que tengo aquí diecinueve hermanos?
El padre superior les dio la cabra y la
...