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Tomsoller


Enviado por   •  24 de Mayo de 2014  •  6.268 Palabras (26 Páginas)  •  170 Visitas

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CAPÍTULO I

¡Tom!

Silencio.

-¡Tom!

Silencio.

-¡Dónde andará metido ese chico!... ¡Tom!

La anciana se bajó los anteojos y miró, por encima, alrededor del cuarto; después se los subió a la frente

y miró por debajo. Rara vez o nunca miraba a través de los cristales a cosa de tan poca importancia como

un chiquillo: eran aquéllos los lentes de ceremonia, su mayor orgullo, construidos por ornato antes que para

servicio, y no hubiera visto mejor mirando a través de un par de mantas. Se quedó un instante perpleja y

dijo, no con cólera, pero lo bastante alto para que la oyeran los muebles:

-Bueno; pues te aseguro que si te echo mano te voy a...

No terminó la frase, porque antes se agachó dando estocadas con la escoba por debajo de la cama; así es

que necesitaba todo su aliento para puntuar los escobazos con resoplidos. Lo único que consiguió

desenterrar fue el gato.

-¡No se ha visto cosa igual que ese muchacho!

Fue hasta la puerta y se detuvo allí, recorriendo con la mirada las plantas de tomate y las hierbas

silvestres que constituían el jardín. Ni sombra de Tom. Alzó, pues, la voz a un ángulo de puntería calculado

para larga distancia y gritó:

-¡Tú! ¡Toooom!

Oyó tras de ella un ligero ruido y se volvió a punto para atrapar a un muchacho por el borde de la

chaqueta y detener su vuelo.

-¡Ya estás! ¡Que no se me haya ocurrido pensar en esa despensa!... ¿Qué estabas haciendo ahí?

-Nada.

-¿Nada? Mírate esas manos, mírate esa boca... ¿Qué es eso pegajoso?

-No lo sé, tía.

-Bueno; pues yo sí lo sé. Es dulce, eso es. Mil veces te he dicho que como no dejes en paz ese dulce te

voy a despellejar vivo. Dame esa vara.

La vara se cernió en el aire. Aquello tomaba mal cariz.

-¡Dios mío! ¡Mire lo que tiene detrás, tía!

La anciana giró en redondo, recogiéndose las faldas para esquivar el peligro; y en el mismo instante

escapó el chico, se encaramó por la alta valla de tablas y desapareció tras ella. Su tía Polly se quedó un

momento sorprendida y después se echó a reír bondadosamente.

-¡Diablo de chico! ¡Cuándo acabaré de aprender sus mañas! ¡Cuántas jugarretas como ésta no me habrá

hecho, y aún le hago caso! Pero las viejas bobas somos más bobas que nadie. Perro viejo no aprende

gracias nuevas, como suele decirse. Pero, ¡Señor!, si no me la juega del mismo modo dos días seguidos,

¿cómo va una a saber por dónde irá a salir? Parece que adivina hasta dónde puede atormentarme antes de

que llegue a montar en cólera, y sabe, el muy pillo, que si logra desconcertarme o hacerme reír ya todo se

ha acabado y no soy capaz de pegarle. No; la verdad es que no cumplo mi deber para con este chico: ésa es

la pura verdad. Tiene el diablo en el cuerpo; pero, ¡qué le voy a hacer! Es el hijo de mi pobre hermana

difunta, y no tengo entrañas para zurrarle. Cada vez que le dejo sin castigo me remuerde la conciencia, y

cada vez que le pego se me parte el corazón. ¡Todo sea por Dios! Pocos son los días del hombre nacido de

mujer y llenos de tribulación, como dice la Escritura, y así lo creo. Esta tarde se escapará del colegio y no

tendré más remedio que hacerle trabajar mañana como castigo. Cosa dura es obligarle a trabajar los

sábados, cuando todos los chicos tienen asueto; pero aborrece el trabajo más que ninguna otra cosa, y, o soy

un poco rígida con él, o me convertiré en la perdición de ese niño.

Tom hizo rabona, en efecto, y lo pasó en grande. Volvió a casa con el tiempo justo para ayudar a Jim, el

negrito, a aserrar la leña para el día siguiente y hacer astillas antes de la cena; pero, al menos, llegó a

tiempo para contar sus aventuras a Jim mientras éste hacía tres cuartas partes de la tarea. Sid, el hermano

menor de Tom o mejor dicho, hermanastro, ya había dado fin a la suya de recoger astillas, pues era un

muchacho tranquilo, poco dado a aventuras ni calaveradas. Mientras Tom cenaba y escamoteaba terrones

de azúcar cuando la ocasión se le ofrecía, su tía le hacía preguntas llenas de malicia y trastienda, con el

intento de hacerle picar el anzuelo y sonsacarle reveladoras confesiones. Como otras muchas personas,

igualmente sencillas y candorosas, se envanecía de poseer un talento especial para la diplomacia tortuosa y

sutil, y se complacía en mirar sus más obvios y transparentes artificios como maravillas de artera astucia.

Así, le dijo:

-Hacía bastante calor en la escuela, Tom; ¿no es cierto?

2

-Sí, señora.

-Muchísimo calor, ¿verdad?

-Sí, señora.

-¿Y no te entraron ganas de irte a nadar?

Tom sintió una vaga escama, un barrunto de alarmante sospecha. Examinó la cara de su tía Polly, pero

...

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