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Con Todo Y Todo


Enviado por   •  8 de Octubre de 2013  •  Tutoriales  •  16.621 Palabras (67 Páginas)  •  173 Visitas

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CON TODO Y TODO

Daba rabia, porque se habían querido tanto y de tan distinto modo durante los doscientos años que tenían de conocerse que era una lástima separarse así como si nada.

Doscientos años, decía ella, porque con el tiempo adquirió la certeza de que así había sido. Su fe en el absoluto era tan rara que iba tomando cosas de cuanta religión tuvo a la mano, y eso de las varias vidas, de las almas jóvenes y las almas viejas le gusto desde que se lo dijeron como una verdad tramada con hilos de plata.

No dudo en irse a la certidumbre de que se conocían de tantos años como no les era posible recordar. Seguramente, pensaba, se habían visto la primera vez en el 1754, quizás en Brasil y otra vez o muchas durante el siglo XIX, a la mitad de una guerra o en un baile, pero su encuentro en el 1957, en el cruce de una escalera justo en el centro de la ciudad de Guadalajara, los marco en definitiva y para bien, aunque como otras veces todo estuviera a punto de terminar mal.

Quien sabe porque la vida suele ponerles trampas a quienes mirados desde fuera no puede ser si no pareja el resto de sus vidas, pero se ha dicho que tal sucede y está visto que no solo ellos, si no algo del mundo se entristece cuando se pierde uno al otro.

En el siglo XXI, Ana García y Juan Icaza, grandes nombres de la pequeña ciudad fueron novios desde el momento en que esa escalera los sometió a su hechizo. Ella iba a subirla y el venia bajándola cuando e aire se cruzo entre ellos y el aroma bajo su ropa. Ella iba metida en un vestido blanco, hacía calor. El tenia en la mano un sombrero cordobés con el que hacía creer a cualquiera que iba o venia de una plaza de toros.

Ahí y en ese tiempo los hombrees todavía comenzaban el cortejo y el tardo medio minuto en iniciarlo. Le pregunto si era hija de su padre y le conto que el hacia los hilos con los que el buen señor tejía sus telas. Le dijo que parecía una paloma de la paz y ella y sonrió diciendo que las palomas están siempre en guerra que o había campanario ni plaza que diera fe de algo distinto y que ninguna mujer vestida de blanco podía ser del todo confiable.

Dicen las consejas que la ironía no es útil para hablar con los hombres pero ella lo olvido y sin remedio hizo alguna. Desde ese momento y por todos, el trato entre ellos tendría sus crestas y sus caídas siempre que Ana ironizaba entorno de lo irremediable. Por ejemplo. La pasión de Juan por si mismo su lengua larga, su vanidad sin tropiezo, su aspecto de borracho empedernido.

Fueron novios un tiempo. Novios aun de los que terminaban despidiéndose en la perta de la casa justo cuando debería empezar el encuentro.

Tras una de esas despedidas, el se fue a beber con sus amigos y de beber a retozar con una pelirroja paso en un segundo. Al día siguiente media ciudad despertó contando que Icaza había bailado con una española pegado a ella como una etiqueta.

__Estaba yo borracho __dijo él para disculparse. __Todavía peor __le contesto Ana separándose del abrazo que no se darían.

Esa madrugada y las treinta que siguieron Juan las paso cantando bajo el raro balcón de Ana, que se hacia la sorda mientras toda su familia se hartaba de no serlo. Lo acompañaba un mariachi que conocía de ida y regreso todas las canciones que tienen traidoras en alguna de sus letras. Ni se diga la paloma negra, la paloma querida, la paloma que llega a una ventana y la que nunca llega, la paloma en cuyos brazos vivió alguien la historia de amores que nunca soñó la paloma que sabe que lo hace pedazos si el día de mañana le pierde la fe.

Por más que cantaron ni los mariachis ni las palomas mucho menos Juan, encontraron perdón.

Luego él se hizo torero y ella puso una tienda. Se asocio con su hermana para vender las telas que hacia el padre.

Al rato los dos se casaron con otros. ¿Qué cómo pasan esas cosas? pasan sin cómo, pasan porque pasan. Ella tuvo una hija y el dejo de torear para ponerse a mantener un hijo y luego otro y una esposa que hablaba poco pero mal de todo el mundo. Creció la tienda en que las hermanas seguían vendiendo al mayoreo las telas de la pequeña fabrica que les heredo su padre. Al rato creció el negocio

Juan volvió a trabajar en la fábrica de hilos que tenía su familia y que sin su brío estaba al borde de la quiebra: a su padre quien sabe que nostalgia de su pueblo en Brasil le había entrado mientras el hijo toreaba, que cuando Juan estuvo de regreso a casa encontró el negocio medio olvidado y patas para arriba. Como Juan era terco y le urgía paliar el equívoco en que andaba su vida, decidió revivir la empresa y no se detuvo hasta que multiplico por veinte la producción. Borracho seguía siendo. También trabajador. Se hizo muy rico.

Mientras Ana tuvo dos hijos más. Cada cinco años uno acabo teniendo los problemas y los gozos de quien tiene 3 hijos únicos. Le iba bien. Habían multiplicado su tienda en varias tiendas y del mando de las hermanas dependía un pequeño ejército de mujeres, como de algunos hombres dependía un ejército de hombres. En su negocio había discriminación al revés y ella creía que apenas era justo y que apenas necesario dado que en tantos otros no había una mujer ni en pantalones.

Antes de ir al trabajo, Ana dio en caminar en las mañanas para espantarse la certidumbre de que pasaba el tiempo. Caminaba por el borde una laguna cuando supo, gracias a la voz de una amiga imprecisa __las amigas precisas no se acomiden a llevar lo que les trae el viento __, que su marido tenía una novia a la que le gustaban los caballos y los cerros tanto como a el.

También esas cosas pasan, dijo Ana, y en lugar de inmutarse dejo la laguna y corrió a buscar el pasado entre unos hilos.

Lo encontró como si lo hubiera dejado la tarde del día anterior. No tuvieron ni que decir palabra, estaban esperándose. El seguía delgado y con el talle firme. Prepotente, pero simpático, un poco avaro igual que siempre, sobrio solo en las mañanas y brioso como ella lo recordaba.

Conocieron en pocos años todos los hoteles de buen paso de la ciudad. Hacían juntos la siesta una o dos tardes a la semana, se hablaban por teléfono 10 veces al día y se extrañaban en las madrugadas. Entonces el aprovechaba sus penas para beber.

Así que ella se divorcio mientras él seguía su vida de casado. De semejante diferencia surgió un gran desequilibrio a ella siempre le sobraba tiempo y a él le faltaba.

Ella vivía sola y él en medio de una multitud. El pobre Juan empezó a dolerse de sus desgracias y un buen

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