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El Auroso

mANUELGOKUSJ30 de Noviembre de 2014

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Por qué los científicos se sienten obligados a publicar, muchas veces apresuradamente, sus trabajos de investigación? Puesto que una norma básica de la ciencia académica, admitida tácitamente y recogida en el comunalismo mertoniano (Merton, 1973), es que deben hacerse públicos los resultados de las investigaciones para favorecer la comunicación entre los miembros de una comunidad científica, la respuesta obvia e inmediata podría ser que lo hacen para dar cuenta formalmente de sus hallazgos a su comunidad, cumpliendo así con la norma al uso.

Sin embargo, la comunicación entre los científicos no se limita a los artículos en las revistas especializadas de investigación científica que contienen información avanzada de dominio público. En efecto, las relaciones más o menos informales entre los investigadores hacen que hoy en día la información científica novedosa fluya continuamente, siendo conocida a menudo antes de ser publicada formalmente, al menos por aquellos científicos que están en el frente de una línea de investigación (Acevedo, 1998). Los canales informales pueden ser conversaciones, llamadas telefónicas, cartas privadas y envíos de las redacciones previas de los artículos, favorecidos en los últimos años por la existencia de modernos y rápidos medios de comunicación como el fax, las redes de comunicación informática y, sobre todo, el correo electrónico. Aunque no estén sistematizados, se facilitan gracias a encuentros científicos más formales como seminarios, simposios, congresos y otras reuniones, que a su vez pueden dar lugar a publicaciones en forma de actas o libros de coautoría. Estos cauces aceleran la transferencia de información significativa entre los científicos y son, sin duda, la forma de comunicación más habitual, ya que resulta muy difícil estar al día de lo que se investiga sin mantener contactos personales con otros colegas de la especialidad (Ziman, 1984).

Si en la actualidad los artículos ya no tienen como principal finalidad la de informar rápidamente a los demás miembros de una comunidad científica y, pese a todo, se continúa publicando a muy buen ritmo, entonces ¿para qué sirven? La hipótesis de Merton (1973) es que hay una relación directa entre la prioridad en el descubrimiento, avalada formalmente por su publicación, y el reconocimiento institucional. Además, los sistemas empleados para la promoción personal y la concesión de subvenciones a la investigación, dentro de la organización universitaria adoptada en muchos países, obligan todavía a la inmensa mayoría de los científicos académicos a publicar de manera imperiosa, siguiendo la conocida máxima de "publica o perece".

Teniendo en cuenta que los artículos dan una medida aproximada, aunque imperfecta, de la labor realizada como investigador y las recompensas que se derivan de ellos, resulta comprensible el interés de los científicos académicos por publicar, a ser posible en revistas especializadas de prestigio por el reconocimiento que esto supone. Además, no conviene olvidar tampoco que un artículo adquiere cierta relevancia institucional cuando es citado en las publicaciones de otros científicos. Como advierte Ziman (1984), aunque no todas las citas sean favorables al trabajo publicado, éstas indican que la investigación del autor merece alguna consideración. Guggenheim (1982) resume todo esto con gran precisión:

"Los científicos publican para reivindicar el derecho al reconocimiento profesional de su contribución a la construcción colectiva del conocimiento científico. Este reconocimiento se ve reflejado en las citas que hacen otros autores en sus artículos, proceso que conduce a considerar el artículo científico como un bien de consumo y a determinar su valor conforme al mercado de citas." (p. 1224. Las cursivas son nuestras).

El reconocimiento institucional de lo que realizan los científicos es, ante todo, consecuencia de las pautas marcadas por la propia comunidad científica. A menudo se destaca que la urgencia de muchos investigadores por conseguir la prioridad de los resultados es una característica de la ciencia absolutamente profesionalizada de la segunda mitad del siglo XX. No obstante, el interés y el esfuerzo por la prioridad es tan antiguo como la propia ciencia:

"La institución de la ciencia ha actuado desde hace tiempo recompensando a los científicos haciendo que colegas expertos les otorguen su reconocimiento por las contribuciones distintivas. En correspondencia con esto, los científicos han desarrollado una pasión por la eponimia y no por el anonimato." (Merton, 1973, p. 431 de la traducción española).

También se subraya que, debido al aumento de científicos profesionales, la ciencia está demasiado acelerada en su ritmo, habiéndose hecho tan grande la competencia entre los diversos equipos de investigación que unos tratan de aventajar a los otros que trabajan en el mismo campo para intentar conseguir así la prioridad y el reconocimiento por sus realizaciones. El exceso de científicos puede conducir, en efecto, a una fuerte rivalidad entre los diferentes grupos que están abordando un mismo problema de investigación, pero lo cierto es que, desde su nacimiento en el siglo XVII, hay bastantes ejemplos históricos de controversias y agrias disputas por la prioridad y el reconocimiento en todas las épocas de la ciencia moderna.

Una consecuencia de esta exagerada competencia es que los científicos se sienten obligados, por un lado, a comunicar parte de los resultados para garantizar su prioridad en el tema y, por otro, temen revelarlos demasiado pronto para no dar pistas a los rivales; situación poco deseable que está originando que sus comunicaciones sean a veces demasiado crípticas e incompletas. Feinberg (1985) lo deja bien claro:

"Además, si los científicos creen que disponen de menos tiempo para acabar su labor, darán a conocer resultados parciales y no un cuadro completo de los problemas, y quizá se pierdan aspectos importantes de los fenómenos que se estudian. Una señal de ello es la proliferación en diversos campos científicos de ‘revistas epistolares’, en las que se publican con carácter periódico comunicaciones breves con gran rapidez. En ciertos campos donde la competencia es intensa, la práctica común consiste en enviar a tales revistas [letters] una serie de informes breves sobre el avance de una investigación, como forma de mantenerse en cabeza de dicha rivalidad. Se supone que el grupo acabará por enviar una descripción completa del trabajo a una revista, pero no siempre sucede tal cosa [...]" (p. 254 de la traducción española. El añadido en cursivas es nuestro).

Merton (1973) añade también que la mayor preocupación por estas cuestiones en la ciencia actual no se debe tanto a un cambio de conducta en los científicos de ahora como al incremento de lo que se publica y a la tendencia al anonimato debido a que los equipos están formados por un elevado número de científicos y técnicos, una característica de la investigación contemporánea, especialmente en la denominada big science.

Patentes, prioridades y valoración comercial

En 1894, durante el Congreso anual de la British Association for the Advancement of Science celebrado en Oxford, Lodge presentó sus dispositivos transmisores de ondas hercianas, enviando con ellos señales electromagnéticas de hasta cincuenta metros de alcance. Este físico británico pensaba que el conocimiento científico debía ser de dominio público; estaba muy preocupado por las restricciones que suponía el uso de patentes y era contrario a ellas. Posteriormente, en 1897, Lodge, en contra de sus propias convicciones, acabó por patentar sus investigaciones sobre el tema, llegando incluso a establecer un acuerdo comercial con una empresa para fabricar un equipo de radio que había diseñado (Basalla 1988). Sin embargo, un año antes, el joven Marconi había tomado la iniciativa en este terreno obteniendo la primera patente en todo el mundo para la radiotelegrafía: Un método de transmitir señales por medio de impulsos eléctricos. En 1909 Marconi, inventor y empresario, compartió el premio Nobel con el físico alemán K.F. Braun por sus contribuciones a las comunicaciones por radio. Lodge, precursor de esta técnica, no pudo conseguirlo.

Además de los científicos académicos hay muchos más que trabajan en el campo industrial o de la investigación tecnológica. Ellis (1972) mostró hace treinta años, en un trabajo clásico sobre el tema, que muy pocos de éstos se oponen a las restricciones que suelen darse en las empresas para publicar artículos y que la mayoría comprenden y justifican esta situación. Señaló también que los científicos industriales tampoco parecen estar demasiado preocupados por obtener su reputación mediante el sistema de publicaciones aún vigente fuera de la organización empresarial, ya que sus intereses y motivaciones son otros. En el caso de la tecnología la tradición no es la misma que en la ciencia académica. El principal deseo de la mayoría de los ingenieros y científicos industriales es contribuir a patentar en vez de publicar. Así mismo, hay que considerar que en las revistas técnicas los artículos no tienen generalmente la misma función que en el caso de las revistas científicas; sirven más bien para actualizar la información tecnológica y, especialmente, para justificar el contenido más importante de tales revistas, como son los catálogos de productos y anuncios publicitarios que muestran la situación de la técnica en cada tecnología (Acevedo, 1998).

Aunque en ocasiones se han levantado críticas

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