Fredo
fide.94Informe9 de Mayo de 2013
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Cuando un hombre percibe las bellezas de este mundo y recuerda la belleza verdadera, su alma toma alas y desea volar, pero sintiendo su impotencia, levanta, como el pájaro, sus miradas al cielo. El hombre que tiene ese deseo y se apasiona por la belleza, toma el nombre de amante.
El hombre que ha sido perfectamente iniciado que contempló en otro tiempo el mayor número de esencias, cuando ve un semblante que remeda la belleza celeste o un cuerpo que le recuerda por sus formas la esencia de la belleza, siente como un temblor y experimenta los terrores religiosos de otro tiempo, y fijando su mirada en el objeto amable, le respeta como a un dios.
En el momento en que ha recibido por los ojos la emanación de la belleza, siente este dulce calor que nutre las alas del alma; esta llama hace derretir la cubierta, cuya dureza las impedía hacía tiempo desenvolverse. Primitivamente el alma era toda alada
Las alas desenvolviéndose, le hacen experimentar un calor, una dentera, una irritación del mismo género. En presencia de un objeto bello recibe las partes de belleza que del mismo se desprenden y emanan, y que han hecho dar al deseo el nombre de …………… Experimenta un calor suave, se reconoce satisfecho y nada en la alegría. Pero cuando está separada del objeto amado, el fastidio la consume, los poros del alma por donde salen las alas se desecan, se cierran, de suerte que no tienen ya salida. Presa del deseo y encerradas en su prisión, las alas se agitan, como la sangre se agita en las venas; hacen empuje en todas direcciones, y el alma aguijoneada por todas partes se pone furiosa y fuera de sí de tanto sufrir mientras el recuerdo de la belleza la inunda de alegría. Estos dos sentimientos la dividen y la turban, y en la confusión a que la arrojan tan extrañas emociones, se angustia, y en su frenesí no puede ni descansar de noche ni gozar durante el día de alguna tranquilidad; y antes bien llevada por la pasión, se lanza a todas partes donde cree encontrar su querida belleza. Ha vuelto a verla; ha recibido de nuevo sus emanaciones; en el momento se vuelven a abrir los poros que estaban obstruidos, respira y no siente ya el aguijón del dolor y gusta durante estos cortos instantes del placer más encantador. Así es, que el amante no quiere separarse de la persona que ama, porque nada le es más precioso que este objeto tan bello y si adora al que posee la belleza, es porque sólo en él encuentra alivio a los tormentos que sufre.
Así es que cada cual honra al dios cuya comitiva seguía y le imita en su vida tanto cuanto está en su poder, mientras no está corrompido, y esta imitación la lleva a cabo en sus intimidades amorosas y en todas las demás relaciones. Cada hombre escoge un amor según su carácter, le hace su dios, le levanta una estatua en su corazón y se complace en engalanarla, como para rendirla adoración y celebrar sus misterios. Intentan descubrir en sí mismos, el carácter de su dios, y lo consiguen, porque se ven forzados a volver sin cesar sus miradas al lado de este dios; y cuando lo han conseguido por la reminiscencia, el entusiasmo los trasporta y toman de él sus costumbres y sus hábitos, tanto, por lo menos, cuanto es posible al hombre participar de la naturaleza divina.
En fin, todos aquellos que han seguido a Apolo o a los otros dioses, arreglando su conducta sobre la base de la divinidad que han elegido, buscan un/a joven del mismo natural; y cuando lo poseen, imitando su divino modelo, se esfuerzan en persuadir a la persona amada a que haga otro tanto, y de esta manera le amoldan a las costumbres de su dios, y le comprometen a reproducir este tipo de perfección en cuanto les es posible. Todos sus deseos, todos sus esfuerzos, tienden sólo a hacerle semejante a ellos mismos y al dios a que rinden culto. Si consiguen buena acogida para su amor, su victoria es una iniciación .
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