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Los Viñadores


Enviado por   •  17 de Noviembre de 2013  •  714 Palabras (3 Páginas)  •  185 Visitas

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LOS VIÑADORES HOMICIDAS

“Dijo Jesús a los sacerdotes y a los senadores del pueblo: – Escuchen este otro ejemplo:

Había un propietario que plantó una viña. La rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar y levantó una torre para vigilarla. Después la alquiló a unos labradores y se fue a un país lejano. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, el dueño mandó a sus empleados que fueran donde los labradores y cobraran su parte de la cosecha. Pero los labradores cogieron a los enviados, apalearon a uno, mataron a otro, y al otro lo apedrearon. El propietario volvió a enviar nuevos y más numerosos empleados, pero los trataron igual que la primera vez. Por último envió a su hijo, pensando: “A mi hijo lo respetarán”, pero los labradores al ver al muchacho, se dijeron: “Ese es el heredero; matémoslo y así nos quedamos con su herencia. Y así lo hicieron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿que hará con esos labradores? Le contestaron: – Hará morir sin compasión a esa gente tan mala y arrendará la viña a otros labradores, que le paguen a su debido tiempo. Jesús les respondió: – Ahora yo les digo a ustedes: se les quitará el Reino de los Cielos, y se le entregará a un pueblo que le hará producir sus frutos” (Mateo 21, 33-41.43).

Aunque los destinatarios de esta parábola de Jesús y de las enseñanzas que comunica, fueron las autoridades religiosas de Israel, como consta en los evangelios, podemos ver con claridad que ellas tienen también, profundas resonancias para nosotros, los cristianos del siglo XXI.

Igual que los judíos de aquel tiempo eran herederos de las promesas de Dios a Israel – la viña del Señor -, nosotros somos herederos de los dones y gracias que Jesús alcanzó para nosotros, con su encarnación, su vida en el mundo, y su pasión, muerte y resurrección.

Pero también, de la misma manera que los judíos, especialmente, sus autoridades, no supieron reconocer a Jesús como el Hijo de Dios, enviado al mundo con la misión de restablecer la alianza del Señor con su pueblo, nosotros, veinte siglos después, seguimos dudando – de una u otra manera -, deque ese Jesús que nos presentan los evangelios y nos anuncia la Iglesia como el Salvador de la humanidad entera, sea, no un simple hombre como nosotros, sino también Dios, y que su palabra y su ejemplo tengan validez para todos los tiempos y todos los lugares.

Es lo único que explica que seamos tan fríos y pobres en nuestro trato con él; tan poco profundos y generosos; tan enfocados no en la dignidad de su persona y en lo que su solidaridad con el género humano implica su encarnación, sino en nuestros propios intereses y caprichos.

Muchas veces Jesús se nos vuelve simplemente un “escampadero”; acudimos a él sólo cuando tenemos una necesidad urgente o un problema que requiere una pronta solución; cuando la vida nos

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