Nassim Taleb
nagoac19 de Agosto de 2013
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Nassim Taleb
Para que un suceso sea determinado como “Cisne Negro” (antes del descubrimiento de Australia, las personas del Viejo Mundo estaban convencidas de que todos los cisnes eran blancos basándose en las pruebas empíricas de su realidad) debe reunir tres requisitos. Primero, debe ser una rareza. Segundo, debe producir un gran impacto. Tercero, pese a su condición de rareza, la naturaleza humana debe inventar explicaciones de su existencia a posteriori, para convertirlo en falsamente explicable y predecible.
Según Nassim Nicholas Taleb, una pequeña cantidad de Cisnes Negros es capaz de explicar casi todo lo concerniente a nuestro mundo, desde el éxito de las ideas y las religiones hasta la dinámica de los acontecimientos históricos y los elementos de nuestra propia vida personal. El éxito de Google y Youtube, y hasta el 11-S, son Cisnes Negros.
Profesor de Ciencias de la Incertidumbre de la Universidad de Massachussets en Amherst, Nassim Nicholas Taleb ha escrito un libro que quizá sea un Cisne Negro en sí mismo, donde trata de explicarnos mediante narraciones trufadas de anécdotas cómo los seres humanos creemos saber más de lo que realmente sabemos. También constituye un lúcido razonamiento acerca de la estupidez de reducir la complejidad del mundo (social, psicológico, financiero, histórico) a unas simples fórmulas que en realidad jamás predicen casi nada, pues casi todo lo que vemos está creado por la serendipia, esto es, el azar.
Lo cual relega a muchos expertos en diversas disciplinas a la categoría de engañabobos inconscientes; lo que Nietzsche llamaba Bildungsphilisters o zafios doctos, ignorantes que se escudan en los títulos académicos pero que carecen de erudición verdadera por su falta de curiosidad y humildad y su estrechura de miras.
En El Cisne Negro descubriremos que nos encanta los tangible, la confirmación, lo explicable, lo estereotipado, lo teatral, lo romántico, lo pomposo, la verborrea, la Harvard Business School, el Premio Nobel y, sobre todo, la narración; que todo se nos explique en forma de fábula o cuento para que nuestro sistema crítico quede todavía más inerme de lo habitual.
Tal vez uno de los puntos negativos más evidentes de El Cisne Negro sea su extensión. No sólo tiene muchas páginas sino que, en realidad, sólo plantea dos o tres ideas básicas repetidas incesantemente, y no siempre desde ángulos distintos sino con sólo diferentes paradigmas. Ello puede entorpecer la lectura, que acaba siendo morosa de tan reiterativa, al menos a nivel ideológico. Pero al estar estructurado siempre en capítulos cortos, casi cápsulas, de estilo ameno y accesible, y con títulos realmente llamativos (como “No quiero ser pavo”, “No todos los zoogles son boogles”, “¡Vi otro Mino rojo!” o “Cómo buscar caca de pájaro”), finalmente uno avanza impelido por las páginas por cierta curiosidad insaciable.
También resulta un ensayo atípico en el sentido de que no existen apenas citas de otros pensadores o eruditos, pues el autor siempre recela de ello y trata de presentar su ideario como una colección de pensamientos muy personales, basados más en la reflexión y la meditación y no tanto en pruebas de laboratorio. Sus ideas son interesantes y muy útiles para ajustar nuestro grado de percepción acerca de las cosas, pero quizá se echa en falta un poco más de profundidad en algunos asuntos y menos narraciones que traten de confirmarlas (precisamente uno de las falacias que el propio autor aduce como tóxicas para la comprensión de muchos asuntos).
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