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Amala Y Kamala

rapzonamiento20 de Mayo de 2015

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AMALA Y KAMALA

Sucedió en el año 1920. Un grupito de personas viajaba por regiones apartadas de la india, donde la escasas poblaciones se hallan desimanadas en medio de la jungla. Uno de los viajeros era un hombre de apellido Singj misionero y director de un asilo de niños que visitaba regularmente las aldeas de los distritos correspondiente a su jurisdicción, recogía a los niños desamparados y los llevaba a su asilo, donde, junto con su esposa los alimentaba y educaba. Cuando se hacían grandes, Singj los ayuda a ubicarse, a hallar techo y trabajo, y el partía a recoger otros niños desamparados.

A principios de octubre, Singj y sus compañeros de expedición llegaron a la aldea de Godamurt y se hospedaron en la casa de algunos aldeanos. Al atardecer el dueño de casa entró corriendo en la habitación y temblando de espanto contó que en la jungla andaban fantasmas. Los habían visto a 7 millas de la aldea, tenían cuerpo humano y una cabeza de aspecto horrible y repulsivo. Pidió a Singj que los protegiera de los fantasmas. Singj trató de tranquilizarlo y le prometió averiguar de qué se trataba.

Al día siguiente indicó a los habitantes de la aldea que armaran sobre los árboles, cerca del lugar donde habían sido vistos los fantasmas, un amplio tablado de los habitantes de la aldea, y comenzaron a observar los alrededores. La morada de los fantasmas era un pequeño montículo, parecido a las viviendas que construyen las termitas (u hormigas blancas), con varias entradas y salidas. Después de una jornada de expectativa, hacia las cinco de la tarde, en una de las entradas de la cueva apareció un lobo adulto. Lo seguía la loba y en pos de ésta, asomaron dos lobeznos. Luego Singj vio con sus prismáticos como salía de la cueva un “fantasma”, que seguía a los lobeznos caminando en cuatro patas; y enseguida otros “fantasmas”, pero mucho más pequeño que el anterior. Con los prismáticos podían distinguirse perfectamente que no sólo el cuerpo si no también los rasgos del rostro de los “fantasmas” eran humanos y por sus estaturas debían de ser niños.

Había que tomar una decisión. “Son niños-pensó Singj -. Mi misión es socorrer a todos los desgraciados y desheredados por la fortuna. Debo llevarme a estos niños y tratarlos como a todos los demás”.

El plan para atrapar a los “fantasmas” era simple: Echar a los lobos adultos de su refugio y llevarse a los niños. Singj logró convencer a los aldeanos para que lo ayudaran.

Al día siguiente rodearon el cubil y comenzaron a desmoronarlo con azadones. El lobo fue el primero en saltar afuera y refugiarse en la jungla. La loba se lanzó sobre la gente y fue preciso herirlo de un tiro. Luego de ensanchar una de las entradas, algunos hombres pudieron penetrar en el cubil en el rincón más oscuro yacían acurrucados los dos niños y los dos lobeznos.

Los niños fueron llevados a una de las casas de las aldeas y ubicados en un rincón, detrás de un sólido tabique de madera, como en una jaula. Localizar y atrapar a los “fantasmas” había llevado varios días. Singj encargó a uno de los aldeanos el cuidado de los niños, y partió. Cuando regresó a la aldea días después, ésta parecía desierta. Y así era en efecto. Por temor a los “fantasmas” habían huido todos sus habitantes, inclusive el hombre que debía atender a los niños estos yacían en su rincón, exánimes de hambre y sed.

A duras penas Singj logró reponerlos y trasladarlos al asilo, allí los asearon y les cortaron el cabello. Era dos niñas. Según le pareció a Singj, una debía de tener alrededor de año y medio y la otra, quizás ocho. A la menor la llamaron Amala y a la mayor, Kamala.

Sólo el misionero y su esposa sabían la procedencia de las niñas. De esta manera, la idea abstracta de que un niño pudiera criarse entre fieras se vio concretada en la realidad.

Kamala y Amala eran criaturas humanas pero la vida entre los lobos había dejado huellas, características en la estructura de sus cuerpos. Así podía apreciarse, principalmente, en su forma particular de alimentarse y de caminar. Durante el tiempo que había vivido con los lobos las niñas se alimentaban regularmente de carne cruda. Sus maxilares, sobre todo en la mayor de ellas, estaban bastante más desarrollados que de lo común en niños de su edad; a su vez, los músculos de la masticación también eran muy fuertes, además, los dientes habían experimentado algunos cambios. Kamala despedazaba con facilidad grandes trozos de carne cruda y fibrosa, y roía los huesos sin recurrir a la ayuda de las manos hasta dejar tan limpios que difícilmente un adulto podría competir con ella.

Para desplazarse, Kamala y Amala usaban dos procedimientos: se arrastraban sobre las rodillas sosteniéndose con las manos o caminaban y corrían a gatas. Les resultaba imposible sostenerse erguidas en posición vertical. Las articulaciones de las caderas y rodillas se habían adaptado tanto a la marcha en cuatro patas, que no podían extenderse de pronto para permitir la marcha en posición erguida. Los brazos, fuertes y bien desarrollados, algo más largos que lo habitual, cumplían principalmente la función de extremidades de apoyo y no de prensión, si bien las niñas trepaban con facilidad a los árboles. El musculoso cuello sostenía erguida la cabeza cuando se desplazaban sobre las cuatro extremidades.

Pero los rasgos puramente animales del aspecto exterior producto de la imitación de los lobos, poco nos dicen sobre el grado de desarrollo de la conciencia. Lo que más impresionaba a quienes rodeaban a las criaturas no era precisamente su aspecto, sino su forma de conducirse en general. Cuando se repusieron y se les dio cierta libertad, esas particularidades no tardaron en ponerse de manifiesto. Kamala y Amala observaban un régimen de vida típicamente crepuscular y nocturno, evitando en forma sistemática la luz y en especial el sol. De día se metían en rincones oscuros y dormían o permanecían sentadas, de cara a la pared, indiferentes a cuanto las rodeaba. Dormían como lo hacen los animales, estrechamente apretadas entre si o atravesadas una sobre la otra.

Al caer la tarde, comenzaban a manifestar una notoria actividad. Se levantaban y comenzaban a andar (gateando, por supuesto). Cuando tenían hambre, se ponían a olfatear el aire en el lugar donde se les solía dar el alimento. Antes de empezar a comer, no dejaban de olfatear la comida y el agua. Tenían magníficamente desarrollado el olfato, como también el oido. Percibían el olor más sutil a gran distancia. No bebían, en el sentido propio de la palabra, sino que tomaban la leche o el agua de la taza a lengüetadas, paradas en cuatro patas. En la misma postura comían también los alimentos sólidos.

En los primeros tiempos, antes de que se comenzara a acostumbrarlas a la compañía de otros niños y a enseñarles a hablar, se les había oído un solo tipo de señal sonora. Era inicialmente baja y ronca y se tornaba en un fuerte aullido, prolongado y penetrante. Al principio, repetían esta señal con regularidad y exactitud, siempre a la misma hora: a las diez de la noche, a la una y a las tres de la mañana. Seguramente estaban llamando a sus educadores: los lobos. Rechazaban con terquedad todo intento de incorporarlas a los juegos y entretenimientos de otros niños, sin manifestar interés alguno por lo que hacían los demás, sin manifestar interés alguno por lo que hacían los demás ni prestarles atención. Cuando las sacaban al campo, trataban de alejarse de la gente, y a veces retozaban y jugaban entre sí como suelen hacerlo los cachorros. Cierta vez, intentaban huir, y, cuando una de las jóvenes del asilo pretendió detenerlas, ambas se arrojaron sobre ella mordiéndola y arañándola con fuerza. Tras muchos esfuerzos se logró atraparlas entre los matorrales y llevarlas de nuevo a su sitio. En general, Amala y Kamala se desplazaban con mucha rapidez, tanto en un lugar despejado como entre malezas. Manifestaban recelo hacia el agua les disgustaba sobremanera que las asearan y siempre se resistían a que las lavaran. También rechazaban con violencia todos los intentos de vestirlas. Se arrancaban cuanta ropa les ponían, hasta que la señora Singj tuvo que coserles unas bandas sobre las caderas, de manera que no pudieran librarse de ellas sin cortarlas. Los esposos Singj, que observaban a las niñas en forma casi permanente, no notaron en ellas, durante los primeros meses de su estada en el asilo, indicio alguno de conciencia, de pensamiento o de emoción, en el sentido habitual que tienen estas palabras respecto de seres humanos. Sólo la necesidad de comer les producía inquietud; la comida les proporcionaba evidente satisfacción, pero sólo en tanto saciaban su necesidad. La torpeza, completa indiferencia hacia todo lo que ocurría de día, y la actividad típicamente animal de noche, eran los rasgos que caracterizaban la conducta de las niñas en los primeros meses de vida entre seres humanos.

Esas niñas, si bien dadas a luz por una mujer, no eran criaturas humanas en el sentido cabal de la palabra. Tanto por el tipo de alimentación y de locomoción, como por la índole de su conducta, de su actitud hacia el medio, ahora social y humano, eran hijas de lobos, bestias sin rayo alguno de conciencia humana.

Aún los pocos datos concretos que hemos expuesto nos permiten justipreciar la tesis básica de los materialistas pre marxistas: “El hombre es hijo de la naturaleza”. De acuerdo con las teorías de muchos pensadores progresistas del pasado, en Amala y Kamala debiéramos hallar seres racionales quizá con un

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