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Bancomer_logro_y_destruccion_de_un_ideal

dobleu_ric23 de Noviembre de 2012

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BANCOMER: LOGRO Y DESTRUCCIÓN DE UN IDEAL

La primera edición de este libro (Editorial Planeta Mexicana, mayo de 2000), está descatalogada; el Centro de Estudios Espinosa Yglesias la reimprimirá próximamente. Mientras tanto, con el fin de atender la demanda actual y conforme a la misión del Centro de proveer información relevante sin fines de lucro, proporcionamos a los lectores interesados este archivo electrónico. Se permite el uso (incluyendo su impresión, almacenamiento y referencia) del texto siempre y cuando sea para investigación, lectura, o labores académicas en general, de carácter personal y sin fines de lucro.

La paginación de este archivo electrónico es distinta a la de la obra impresa, y dado que las citas deben referirse a la segunda, es necesario que los usuarios nos consulten por correo electrónico o nos visiten para conocer los números de página originales.

Centro de Estudios Espinosa Yglesias A.C.

Mayo de 2007, México, D.F.

Av. Las flores 64-A

Col. Tlacopac, C.P. 01040

Del. Álvaro Obregón, D.F.

Tel. (55) 56608051

Consultas: info@ceey.org

Los datos legales de la edición impresa son:

© 2000, Manuel Espinosa Yglesias

© 2000, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.

Avenida Insurgentes Sur núm. 1162

Colonia del Valle, 03100 México, D.F.

ISBN: 970-690-102-7

Colección: ESPEJO DE MÉXICO

Impreso en los talleres de Litográfica Ingramex, S.A. de C.V.

Centeno núm. 162, Colonia Granjas Esmeralda, México, D.F.

Impreso y hecho en México - Printed and made in Mexico

El texto de las páginas 71-73 (en esta versión electrónica 37-38) se reproduce con autorización del New York Daily News.

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A la memoria de mi esposa Amparo.

A mis hijos Amparo, Ángeles, Manuel† y Guadalupe.

A mis nietos.

Nota preliminar

De no ser por mis primeros años y por estos últimos, mi vida entera estuvo dedicada al trabajo. Creo, por ello, que lo que me tocó vivir sólo podría ser de interés para mi familia y quizá un reducido grupo de amigos. En consecuencia, este libro no es ni pretende ser una autobiografía.

No obstante, hubo en mi vida un suceso o, si se prefiere, una serie de sucesos, que tal vez resulten atractivos para el posible lector. Como podrá suponerse, me refiero a la estatización de la banca privada que tuvo lugar en 1982 y a las consecuencias que tuvo esa decisión.

Como director general de Bancomer fui, muy a mi pesar, tanto testigo directo como forzado participante de muchos de tales sucesos y varias razones me obligan a ofrecer mi versión de lo ocurrido.

Una de ellas es que hasta ahora sólo se ha difundido el punto de mira oficial, conforme al cual la expropiación estuvo justificada por completo y, tanto ella como la venta posterior de las instituciones bancarias, fueron efectuadas con justicia, equidad y plena transparencia. A mi juicio no fue así.

Otro motivo, tal vez más importante, es colaborar a que sucesos de esa índole no vuelvan a tener lugar y dejar constancia de una lección que me costó mucho aprender. Durante largo tiempo creí que para resolver los problemas nacionales necesitábamos un gobierno fuerte, sin trabas. Hoy tengo la convicción opuesta. La razón es que sin democracia, sin equilibrio entre los poderes, sin límites que frenen los excesos presidenciales, sin el concurso de otras voces que sirvan para fijar el rumbo, nuestro país sólo conseguirá continuar de crisis en crisis, endeudándose cada vez más. La democracia es un sistema más costoso únicamente en apariencia: a la larga no sólo es más barato, sino el único posible porque de esa manera puede garantizarse que todos cumplan con la ley y respeten los derechos de los demás. Hablo de democracia, no de populismo, y de una democracia capaz de superar los dogmas que han impedido el avance del país.

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Tras explorar otras posibilidades, decidí escribir este texto en primera persona. No lo hice así por un afán protagónico, sino para subrayar que se trata de mi versión de los hechos y que ésta surgió de lo que viví directa, personalmente. En las páginas siguientes relato cómo llegué a Bancomer, qué conseguí hacer por la institución; y la estatización y sus secuelas. En el capítulo final ofrezco algunas opiniones sobre lo que debemos hacer, al menos a mi juicio, para evitar que puedan llegar a repetirse tan graves errores.

Aunque es evidente que fuera de mí no hay ningún otro responsable de lo que aquí relato, en varios casos algún colaborador amigo ayudó a mi memoria proporcionándome cifras o recordándome algún incidente que yo había olvidado. El señor ingeniero Ricardo Guajardo Touché y otros directivos de Bancomer, como Carlos Aguilar y Vicente Vargas, me proporcionaron gentilmente los datos que les solicité. Se los agradezco. Quiero, asimismo, dejar constancia expresa de mi gratitud a todo el personal del Banco por las atenciones que siempre tuvo hacia mí, así como hacia todos los que me ayudaron, en particular a Rafael Ruiz Harrell por su paciencia y sus atinadas observaciones.

No es tarea sencilla poner en orden y en palabras sucesos que comprenden poco más de cuatro décadas y, en varias ocasiones, estuve tentado de abandonar el proyecto. Me lo impidió el estímulo y el interés constante de mis hijas, sobre todo el de la mayor, Amparo, que con un amor que me conmueve se dedicó durante poco más de ocho años a documentar lo que hice al frente de Bancomer. El propósito que originalmente dirigió su esfuerzo era el de escribir un libro, mas al enterarse que había yo empezado a trabajar en este texto, con gran generosidad me cedió todos los materiales que había reunido: veinticuatro cajas con discursos, informes, balances y documentos de todo tipo. Sin ellos me hubiera sido imposible contar con la información estadística que aquí ofrezco y reconstruir con tanto detalle la historia del Banco. Con cariño semejante mi nieta Amparo diseñó la portada de este libro.

Sé que se los he dicho muy poco, pero es mi familia la que le ha dado sentido a mi vida. Amparo, mi esposa, fue la mujer maravillosa que me dio este regalo y por ese motivo este libro está dedicado a su recuerdo, y a celebrar a mis hijos y a mis nietos.

Manuel Espinosa Yglesias

México, abril del 2000

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Capítulo 1

Cómo llegué al Banco de Comercio

Nací en la ciudad de Puebla el 9 de mayo de 1909 y fui el segundo hijo de cinco hermanos. La familia de mi padre tenía varios siglos de vivir en la ciudad: Rodrigo de Espinosa, el primero del que se tiene noticia, estableció ahí en 1542 la primera fábrica de vidrio que hubo en América. Mi abuela materna y su familia también eran poblanas, pero mi abuelo materno, Tomás Yglesias, que vino a México desde muy joven, era natural de España.

Mi padre, Ernesto Espinosa Bravo, fue un hombre muy emprendedor. Nació en el año de 1865 y al cumplir veinte de edad se tituló de médico. La tesis que presentó para recibirse se llamó: Ligeras consideraciones sobre los artículos del código penal del Estado, relativos a la embriaguez, y en ella sostuvo que en lugar de ser considerado un vicio o un delito, el alcoholismo debía ser tratado como una enfermedad.

Poco después también se recibió de abogado y de ahí que por casi una década tuviera el cargo de médico legista del Estado. En 1904 decidió participar en política. Como era conocido y respetado por gran parte de la población, ganó con facilidad las elecciones para presidente municipal de la ciudad. Ocupó ese cargo sólo un año, el de 1905, y después prefirió regresar a su práctica profesional, a sus negocios y a su cátedra, ya que fue profesor de medicina legal durante largos años.

Mi padre tenía gran pasión por la ópera y varias veces llevó a Puebla compañías y orquestas profesionales. Insatisfecho de que se tratara sólo de funciones eventuales, se decidió a construir un teatro. Empeñando en la aventura todo su capital y contrayendo enormes deudas, consiguió hacer el que fuera, en su tiempo, el mayor teatro de la república. Lo llamó Variedades y lo inauguró el 31 de octubre de 1908, unos cuantos meses antes de que yo naciera.

En la práctica, ésa fue sólo la primera inauguración, ya que años más tarde, en enero de 1922, un gobernador atrabiliario mandó quemar el teatro por motivos políticos. Mi padre superó la adversidad y lo reconstruyó con grandes esfuerzos. Algunos años más tarde, el periodista Marcos de Obregón dejó testimonio en Excélsior de la entereza que esto representaba:

Ha de haber sido una mañana de invierno de los años veintiuno o veintidós —escribió el 12 de abril de 1930—, cuando encontré al doctor Espinosa Bravo y lo acompañé a

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desayunar en lo que era La Imperial, casi frente a Sanborns. Me enseñó los planos para la reconstrucción de su teatro y me detalló los esfuerzos de crédito a que tendría que recurrir, vendiendo cuanto tenía. “Vuelvo a empezar”, me dijo sin gastar una sola palabra de amargura contra los incendiarios ni contra los enemigos políticos que lo asediaban con amenazas de muerte, en días en que en Puebla se cazaba por la calle a diputados y a personas prominentes desafectas al señor gobernador.

Aparte del Variedades —que fue reinaugurado el 8 de febrero de 1923—, mi padre tenía otros negocios. Sin duda el más importante fue la empresa telefónica, la primera que hubo en la ciudad y donde tuve mi primer trabajo. Se llamó Compañía Telefónica del Comercio de Puebla y en el año de 1928, cuando finalmente la vendió, tenía 900 teléfonos. Mi padre recibió por ella

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