Catarismo

EL FENÓMENO CÁTARO

El catarismo fue un movimiento religioso herético contrario al Cristianismo, la religión oficial de la época. Se origina en el siglo XII y se expande por Europa, con especial acogida en el sur de Francia (en el mediodía francés y Lombardía). Su formación se debe a la “conmoción económica, social y cultural a la vez que con una cierta inadaptación de la iglesia a su tiempo” (Labal, P. 1995, p. 61). En materia doctrinaria, los cátaros recibieron influencia de diferentes corrientes religiosas y de pensamiento: El Maniqueísmo y dualismo oriental, el Neoplatonismo, el Bogomilismo, y el Paulismo. En cuanto a su estructura, tomaron como modelo la organización eclesial católica romana, y aunque clasificaban sus fieles de diferente manera: obispo, perfecto, diacono y creyente; tenían una estructura tan fuertemente jerarquizada que les permitió convertirse en una contra-Iglesia, lanzando un desafío mortal a Roma (p.59). La presente reseña tiene el objetivo de analizar el contexto en que surge el catarismo y el por qué de su expansión.

Dos visiones, un mundo

Para comprender mejor el surgimiento del catarismo, es necesario retomar el contexto social y político durante el cual se desarrollo esta doctrina. La gran acogida que tuvo su pensamiento en territorios europeos se debe a la forma en la que la iglesia cristiana entendía al mundo y a sus evidentes debilidades en la vida práctica. En ese sentido las enseñanzas cataras eran recibidas porque “un cierto tipo de lenguaje, una determinada actitud moral, una cierta exigencia espiritual podían ser percibidas y, sin duda, porque respondían a autenticas necesidades” (Labal, P. 1995, p.61).

En siglo XII se hicieron evidentes las consecuencias de la reforma gregoriana, los obispos y las abadías concentraban toda las riquezas que obtenían del pueblo gracias a las instituciones que habían establecido para organizar y administrar la vida social. Lo anterior precipito movimientos heréticos, entre ellos el catarismo, que respondieron a la frustración e incertidumbre de los creyentes inconformes con el comportamiento de los líderes de su iglesia.

Los cátaros, en contraposición a los clérigos cristianos, eran predicadores de los “simples” o laicos. Los últimos, bajo el dominio de la iglesia católica, no tenían ningún tipo de importancia a nivel social ni religioso. La predicación cristiana ofrecía “discursos pretenciosos, enfáticos, ampulosos, colmados de alegorías que pretenden ser eruditas; en el mejor de los casos una retórica fría, que despide olor a santos oleos” (Labal, P. 1995, p.62) muy lejanos de la realidad y las necesidades de un pueblo caracterizado por la ignorancia y pobreza (espiritual y material). Inclusive las obras artísticas que podrían facilitar el conocimiento de la doctrina al pueblo, se hallaban únicamente al alcance de la clase clerical ubicada en los claustros.

La separación entre clérigo y laico fue el fenómeno característico del pensamiento de los líderes religiosos cristianos, para ellos “la auténtica vida cristiana, la única que Dios contempla con pleno agrado es la vida del claustro”. Así los simples fueron menospreciados y tratados como seres inferiores indignos de un acercamiento profundo con Dios. Sin embargo, la vida laica era necesaria para el normal funcionamiento de la sociedad y en esa medida debía ser aceptada, aunque las posibilidades de llegar a dios fueran mínimas.

Por otra parte, los cátaros tenían lo que podría llamarse una política de predicación incluyente. Sus actos se

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