Cerutti_confalcamito
Anilove20 de Febrero de 2013
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LA UTOPÍA AMERICANA EN EL SIGLO XXI
¿ MITOS DE LA INTEGRACIÓN?
Horacio Cerutti Guldberg
Procuro contrapesar la deliberada ambigüedad del título de este trabajo con la pregunta que incluye el subtítulo. Mi reflexión constituye una exploración de las versiones oficiales difundidas por la prensa escrita con motivo de la última reunión del ALCA en Québec, Canadá. Me propongo revisar el diagnóstico propuesto por esos discursos hegemónicos y reiterar una constatación estratégica de larga data en nuestra historia. Todo en aras de una reivindicación del ejercicio político y del derecho de cada uno a participar plenamente en él.
Democracia e integración económica para consolidar la primera e intensificar la prosperidad en la región... ¿Quién podría oponerse a esta sugestiva propuesta que daría lugar al mayor bloque de libre comercio del mundo, a unas Américas integradas?
Y, sin embargo, la integración no parece ineluctable ni deseable; más bien se percibe impuesta. Allí se asienta su fuerza y, también, su debilidad; en la propia gestación. Por eso, es probable que la propuesta no termine de cuajar y, de hecho, no cuaja.
El viejo sueño de la integración hemisférica ha sido siempre una pesadilla. La reunión que acaba de terminar en Québec, así lo confirma e intensifica un profundo malestar indisimulable, a pesar de la profusión de optimismo retórico que satura la prensa y las declaraciones oficiales y oficiosas de los gobiernos (¿auto?)convocados. Este malestar es de la cultura, del lenguaje, de las expectativas e ilusiones, de los proyectos compartibles, de los imaginarios colectivos, de las actitudes, de los usos y abusos del poder. Revisemos algunas de sus fecundas aristas, a partir de un paquete de terminología (o jerga) en boga, el cual incluye términos como integración, democracia, libre comercio, representación, violencia, crecimiento, desarrollo, modernización, oportunidades, conectividad, brecha digital, etc.
Veamos, primero, la integración económica. Se trataría de organizar un espacio donde rija el libre comercio. Lo cual implica apertura de mercados a la competencia, que venda más quien sepa aprovechar eficientemente nichos de mercado, quien mejores productos ofrezca, quien pueda beneficiar más a los consumidores. Estas aspiraciones no son de hoy o de ayer. Tienen larga data en nuestra historia. Sin embargo, ¿qué las hace tan atractivas y hasta urgentes en estos momentos? ¿A qué se alude con oportunidad? Por una parte, a la tremenda fragilidad y en buena medida fracaso de las economías de la región, cuyos resultados no son fenómenos naturales, sino productos de decisiones políticas impuestas por organismos financieros internacionales y gobiernos de turno. Por la otra, al señuelo de un posible acceso al mercado usamericano. Esa es la “tierra prometida”, que opera como acicate de tantos afanes. Acceder al mercado gringo. E incluso, pretende dotarlo de una dosis de ineluctabilidad, como si estuviéramos frente a un fenómeno natural ineludible (terremoto, huracán, etc.). En este sentido, sobran las expresiones, como las del Presidente uruguayo, Batlle, cuando dijo “vamos a tener que estar” en ese acuerdo aún solos y hasta en contra del Mercosur. Sin embargo, tanto el mercado de libre comercio y el acceso a la tierra prometida son mitos, de ahí, como he dicho, su debilidad y su fuerza. Y son mitos que no se refuerzan, si no que se desautorizan entre sí. Como consignara hace años ya, Noam Chomsky con términos irónicos, aunque no menos precisos: “De hecho, a nivel global las políticas son muy similares a las internas de Estados Unidos. En realidad no son políticas de libre mercado: se trata de mercados libres para los pobres, protección estatal para los ricos”. El libre comercio es exigido afuera, sin dejar de ser proteccionistas. Por otra parte, cuando se atiende al tipo de productos cuyas vías de circulación la prensa de estos días informa que se encuentran en debate por parte de los gobernantes -salvo líneas aéreas, acero, petróleo y medicamentos genéricos contra el sida- parece que estuviéramos a fines del siglo XIX: uvas, flores, textiles, jugo de naranja, aguacate, carne (a pesar de vacas locas y aftosa), azúcar, café y hasta zapatos. Bastaría añadir plátanos, cueros, hule, añil, cochinilla, guano y estaríamos seguramente en el XIX. ¿Cómo avanzar en el siglo XXI con una región casi monoproductora de casi, casi nada más que materias primas al Sur, mientras al Norte se encuentra quizá la mayor economía del mundo?.
Además, cuando se ha pretendido vender tímidamente refacciones o repuestos, eso sí de gran calidad, la intervención ha sido inmediata y si no habría que recordar el Brasil de Sarney y la reacción de IBM en su momento. O cuando, con negociación e inicio del TLC de por medio, México intentó exportar cemento, galletas, atún, camisas, etc. ¿No hay memoria de la historia económica en la región? Valdría la pena que los economistas y los historiadores de la economía nos echaran una mano a los ciudadanos para tener elementos y criterios de decisión. Pero, se insiste en la panacea de la exportación. Y puede que lo sea, si por tal se entiende la exportación que se hacen a sí mismas las maquiladoras, es decir, una exportación intraempresarial, pero no propiamente internacional, aunque se atraviesen fronteras cada vez más permeables para lo que conviene. Incluso en la energía el mercado no está abierto. El que paga (gran cliente del Norte, cuyos “pueblos” a decir de su mandatario están “necesitados” de energéticos) manda y establece las condiciones tecnológicas y hasta los precios. En general, lo que se percibe en la vigencia de las leyes anti dumping y en las exigencias de requisitos de tipo social o medio ambientales, es franco proteccionismo. Y del otro lado, del lado del Sur, se advierte miedo y hasta pánico en un doble sentido. Por no poder acceder con sus productos al mercado del Norte y por ser inundados por mercancías chatarras provenientes de ese mismo Norte. A punto tal, que con cierto sentido del humor, uno estaría tentado de exigir la devolución de la Florida para los herederos del imperio donde no se ponía el sol, con el objetivo de aprovechar ese Miami cruce de caminos, facilitador del transporte y viabilizador de los tránsitos; nudo comercial axial de una buena parte del mundo.
Pero, además, ¿por qué ese mercado libre no negocia la libre circulación de lo que despectivamente se denomina mano de obra o capital humano? Porque, sencillamente, no se pretende instaurar ningún libre mercado, ni es posible confiar en que la apertura al acceso a la tierra prometida se dará. Son eufemismos que disimulan la cruda realidad: subordinación y sumisión forzosa. Si la tesis fuera: a mercado de libre comercio se corresponde democracia política, ésta estaría condenada de antemano por el proteccionismo económico y se sabe bien de quiénes.
En fin, se trataría de crecer a cualquier precio. Sólo así se podría, se nos asegura, distribuir después el fruto de ese crecimiento. Hay, en suma, que desarrollarse. ¿Qué quiere esto decir? Aquí ni siquiera podría tomarse en serio la idea de desarrollo sustentable, porque el grande del Norte no quiere poner un centavo ni comprometerse en materias ecológicas y las pequeñas economías del Sur no están para esos menesteres. Lo único que podría desarrollarse, en sentido estricto, es el sistema de poder vigente, que limita la ciudadanía y su ejercicio, excluye, empobrece a las grandes mayorías de la región, la cual, ahora sí, incluye a los sectores desprotegidos dentro de USA. En cuanto al comercio internacional se ha privilegiado y se sigue privilegiando en el hemisferio la relación bilateral por encima de toda acción conjunta de los países del Sur (todos juntos representan alrededor de un 6% de la economía mundial) con los dos grandes del Norte (un 28%, según datos del BM) y, particularmente, con los USA.
Por supuesto, lo de la conectividad y reducir la llamada “brecha digital” no tiene nada que ver –todo hay que decirlo para prevenir ingenuidades- con reducir la brecha científico tecnológica. Me atrevo a suponer que tampoco a eso vendrán los expertos o se les enseñará a los jóvenes en sus pasantías en informática y, mucho menos, se tomará en cuenta en los centros de excelencia para maestros, según los tres programas de eufemística “ayuda” anunciados por el Presidente Busch.
Veamos la parte política. Cláusula democrática. Por supuesto, se trataría de preservar valores e instituciones democráticas. ¿Cuáles? Renovación periódica preestablecida de las funciones gubernamentales, división de poderes, respeto al voto ciudadano individual, como mínimo. ¿Quién calificaría y evaluaría a los demás, supuesto que estos fueran los criterios? Según Jean Chrètien las inclusiones y/o exclusiones en este rubro se harían por consenso y no por votación. Aquí surgen serías dudas en cuanto a la calidad democrática de los juzgantes. Si lo ocurrido en las últimas elecciones usamericanas en Florida hubiera ocurrido en cualquier parte de Nuestra América, la cosa juzgada pesaría como una lápida: alquimistas, corruptos, ninguneadores del voto individual. Esos lamentables hechos, ¿no son suficientes para poner al menos en entredicho el supuesto carácter modélico de la democracia del Norte? Una democracia donde el gobierno lo decide una minoría –mucho más en la última elección, donde no coinciden los votos individuales con los del partido que accede al ejecutivo- y donde sin dinero para lobbysmo los intereses ciudadanos son, en la práctica, inexistentes. Pero, mucho peor aún, cuando uno recuerda históricamente el “our son of a bich” o, más cerca
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