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Foucoalt


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2014  •  Tesis  •  6.954 Palabras (28 Páginas)  •  242 Visitas

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INTRODUCCIÓN

En el año 1762 un editor de Amsterdam y otro de París publican cuatro volúmenes con el título de Emile ou De l'éducation. El hecho dio lugar a vivas reacciones, de muy diverso signo. La condena del Arzobispo de París no tardó en llegar, tampoco la del Parlamento de esa misma ciudad y, nueve días después, la del Consejo de Ginebra, que proscribieron y mandaron quemar el libro.

Por otro lado, se cuenta que Kant, ejemplo de mecánica uniformidad en sus quehaceres cotidianos, suspendió su paseo diario para leer de un solo tirón el Emilio, que Goethe denominaba “evangelio de la educación”.

El autor del Emilio, Jean-Jacques Rousseau, es, según Cristóbal de Beaumont, Arzobispo de París, “un hombre versado en el lenguaje de la filosofía, sin ser verdaderamente un filósofo; espíritu dotado de una multitud de conocimientos que no lo han iluminado a él, y que han entenebrecido a los demás; temperamento dado a las paradojas de opiniones y de conducta, que une la simplicidad de las costumbres con la fastuosidad de pensamiento, el celo por las antiguas máximas con el furor por las novedades, la oscuridad del retiro con el deseo de ser conocido por todos: se le ha visto lanzar improperios contra las ciencias que él mismo cultivaba, preconizar la excelencia del Evangelio cuyos dogmas destruía, pintar la belleza de las virtudes que arrancaba del alma de sus lectores. Se ha hecho preceptor del género humano para engañarlo, monitor público para extraviar a todos, oráculo del siglo para acabar de perderlo”[1].

Autor del “evangelio de la educación”, corruptor del género humano... Juicios tan diferentes sobre la misma persona nos hacen ver que las antítesis con que Cristóbal de Beaumont compone su cuadro, demasiado severo al atribuir a Rousseau una positiva voluntad de engañar, son sin embargo un fiel reflejo de la realidad. La vida de Jean-Jacques, nacido en Ginebra en junio de 1712 y muerto en Erménonville en julio de 1778, está en efecto llena de agudos contrastes. Bautizado en la religión de Calvino, Rousseau se hizo católico, para volver en 1755 al calvinismo. Ardiente predicador de la obligación paterna de procurar personalmente la educación de los hijos en un ambiente adecuado, abandonó en un hospicio a los cinco que le dio Teresa Le Vasseur[2]; artífice del “evangelio de la educación”, Rousseau fracasó rotundamente en la formación de los hijos de la familia Mably[3], No peca de modestia cuando reconoce, antes de exponer los deberes del educador, su “incapacidad para aceptar semejante empleo (...) Ya hice otra vez una prueba suficiente de ese oficio, para tener la certeza de no estar dotado”[4].

Parece que Rousseau comenzó a redactar el Emilio en la primavera de 1758. La ocasión que le movió a ello fue la petición de la señora De Chenonceaux de un escrito para la educación de sus hijos. Este encargo encontró en Rousseau un ambiente ya preparado por largas meditaciones, pues la respuesta excede con mucho al estímulo. Rousseau dirá en sus Confesiones que el Emilio es el mejor y el más importante de sus escritos[5]; un juicio muy semejante puede leerse en Rousseau juge de Jean-Jacques[6].

El Emilio no está libre de los contrastes que jalonan la existencia de su autor. Es una singular mezcla de concepto y de imagen, de tratado y de novela. Quizá se parezca más a un tratado en la intención del autor, y más a una novela en la ejecución; es verdad en todo caso que no posee ni la solidez sistemática del primero ni el estudio de los personajes propio de la creación narrativa. Rousseau elige un alumno imaginario, Emilio, y le acompaña desde su infancia hasta que contrae matrimonio, viviendo junto a él todas las etapas y vicisitudes de su educación. Resulta no un tratado sistemático de Pedagogía, sino una narración que nos hace vivir de cerca el proceso de formación de Emilio, interrumpida en más de una ocasión por largos discursos, farragosos unas veces y llenos de vibración y de profundas intuiciones otras.

El Emilio está dividido en cinco libros. El primero trata principalmente del período de lactancia. El segundo de la edad infantil, hasta los 12 años, etapa de la vida que debe dedicarse a la educación de los sentidos. El tercero se ocupa del período comprendido entre los 12 y los 15 años, para Rousseau una segunda infancia anterior al comienzo de la pubertad, que se dedicará a la instrucción al afinamiento de la capacidad de juzgar y a la adquisición del sentido de lo útil. A partir de los 15 años comienza la adolescencia —estudiada en el libro cuarto—, edad de la educación moral y religiosa, de la educación del corazón y del sentido social. Destaca una sección, la profesión de fe del vicario de Saboya, que contiene las ideas religiosas de Rousseau. El quinto libro estudia brevemente la educación de la mujer, Sofía, a la que Emilio conocerá y con la que contraerá matrimonio.

Con el Emilio Rousseau quiere contraponer al hombre de la sociedad de su tiempo el hombre natural, el verdadero hombre. Su intención no se limita a ensayar un nuevo método educativo, pretende renovar al género humano, educar a la nueva humanidad, libre de las opiniones y de los prejuicios que corrompen una naturaleza salida de las manos de Dios como bien sin mezcla de mal. A pesar de sus defectos, el Emilio ha ejercido un poderoso influjo sobre el pensamiento pedagógico de los dos últimos siglos. Su influencia sobre Pestalozzi, Froebel, Herbart, Decroly, Montesori, etc. es una prueba más que suficiente[7].

I. EXPOSICIÓN DEL CONTENIDO

A. Principios generales

En las Reveries du promeneur solitaire dirá Rousseau que el Emilio es un “tratado sobre la bondad original del hombre”[8]. Este optimismo naturalista es quizá la idea fundamental de toda la obra, de la que los demás principios pedagógicos son meras aplicaciones.

Es célebre el pasaje inicial del Emilio: “todo lo que procede del Autor de las cosas es bueno, pero todo degenera en las manos del hombre, el cual, en efecto, fuerza a una tierra a nutrirse con el producto de otra, a un árbol a llevar los frutos de otro, y mezcla y confunde los climas, los elementos, las estaciones, y mutila al perro, al caballo, a su esclavo. Todo lo invierte, todo lo desfigura por amor de la deformidad y de lo monstruoso, ninguna cosa la quiere según su naturaleza, incluido el hombre, al cual educa para sí como a un caballo de equitación y lo adorna a su modo como a un árbol de su jardín” (I, 17). En relación al hombre, tiene Rousseau como “máxima incontestable que los primeros movimientos de la naturaleza son siempre rectos. No existe ninguna perversidad original en el corazón humano” (II, 64).

Naturaleza viene de nacer. Nacemos como

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