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LA TIGRA


Enviado por   •  25 de Abril de 2013  •  Informes  •  2.044 Palabras (9 Páginas)  •  655 Visitas

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LA TIGRA.*

Por José de la Cuadra.

Los agentes viajeros y los policías rurales, no me dejarán mentir -diré como en el aserto montuvio- Ellos recordarán que en sus correrías por el litoral del Ecuador -¿en Manabí?, ¿en el Guayas?, ¿en Los Ríos? - se alojaron alguna vez en cierta casa-de-tejas habitada por mujeres bravías y lascivas... Bien; ésta es la novelita fugaz de esas mujeres. Están ellas aquí tan vivas como un pez en una redoma; sólo el agua es mía; el agua tras la cual se las mira... Pero, acerca de su real existencia, los agentes viajeros y los policías rurales no me dejarán mentir.

"Señor Intendente General de Policía del Guayas: Clemente Suárez Caseros, ecuatoriano, oriundo de esta ciudad, donde tengo mi domicilio, agente viajero y propagandista de la firma comercial Suárez Caseros & Cía., a usted con la debida atención expongo: En la casa de hacienda de la familia Miranda, ubicada en el cantón Balzar, de esta jurisdicción provincial, permanece secuestrada en poder de sus hermanas, la señorita Sara María Miranda, mayor de edad, con quien mantengo un compromiso formal de matrimonio que no se lleva a cabo por la razón expresada. Es de suponer, señor Intendente, que la verdadera causa del secuestro sea el interés económico; pues la señorita nombrada es condómina, con sus hermanas, de la hacienda a que aludo, así como del ganado, etc., que existe en tal propiedad rústica. Últimamente he sido noticiado de que se pretende hacer aparecer como demente a la secuestrada. En estas circunstancias, acudo a su integridad para que ordene una rápida intervención a los agentes de su mando en Balzar. De usted, respetuosamente- (Fdo.): C. Suárez Caseros". - (Sigue la fe de entrega): "Guayaquil, a 24 de enero de 1935; las tres de la tarde; Telegrafíese al comisario nacional de Balzar para que, a la brevedad posible, se constituya, con el piquete de la policía rural destacado en esa población, en la hacienda indicada, e investigue lo que hubiere de verdad en el hecho que se denuncia; tomando cuantas medidas juzgue necesarias en ejercicio de su autoridad. Transcríbansele las partes esenciales del pedimento que antecede. - (Fdo.): Intendente General". -(Siguen el proveído y la razón de haberse despachado el telegrama respectivo).

Son tres las Miranda. Tres hermanas: Francisca, Juliana y Sarita.

Su predio minúsculo -ellas le dicen "la hacienda"- no es más grande que un cementerio de aldea. Pero, eso no importa. Jamás las Miranda han tendido cerca en los linderos, sencillamente porque no los reconocen. Se expanden con sus animales y con sus desmontes como necesitan. Talan las arboladas que requieren. Entablan potreros ahí en la tierra más propicia para la yerba de pasto.

El fundo está abierto en plena jungla, sobre las manchas de maderas preciosas. Se llama, en honor de sus dueñas, "Tres Hermanas", y desde él cualquier lugar queda lejos. El poblado más próximo es Balzar; y, para venir a Balzar, hay que andar, o mejor, arrastrarse por senderos de culebras, un día con su noche. El invierno, exponiéndose a toda cosa -por ejemplo, a matarse entre las piedras filudas, bajo la correntada-, se puede utilizar el camino del río, por el cual descienden, ayudadas desde el ribazo por las mulas, las tupidas alfajías. Sólo que esta vía del agua tarda un poco más en ser cumplida: hasta Balzar "se gastan" cuatro días y cuatro noches.

Entre cada Miranda y la siguiente, media aproximadamente un lustro de diferencia. Así, Francisca -la niña Pancha- va por los treinta años; Juliana, por los veinticinco; y Sarita es ya una ciudadana.

La hermosura de las tres hermanas no es únicamente rústica y relativa al ambiente. En justicia y dondequiera se las podría calificar de hembras soberanas. Refieren los balzareños que las Mirandas tuvieron un antecesor extranjero, probablemente napolitano. Sin duda a este abuelo europeo le deberán las tres la tez mate y las cabelleras de ébano lustroso, amplias como una capa; Francisca y Juliana, los ojos beige; y, Sarita, los suyos maravillosos, color uva de Italia.

A la niña Pancha le dicen "La Tigra". No la conocen de otro modo. Ella lo sabe. Algún peón borracho mascullaría a su paso el remoquete, creyendo no ser oído. Ella habría sonreído.

-¡La Tigra!

No le molesta el apodo. Por lo contrario, se enorgullece de él.

-Sí; la Tigra...

A la niña Pancha le envuelve en sus telas doradas la leyenda. Pero, su prestigio no requiere de la fábula para su solidez. La verdad basta.

La niña Pancha es una mujer extraordinaria. Tira al fierro mejor que el más hábil jugador de los contornos:

en sus manos, el machete cobra una vida ágil y sinuosa de serpiente voladora. Dispara como un cazador: donde pone el ojo, pone la bala, conforme al decir campesino. Monta caballos alzados y amansa potros recientes. Suele luchar, por ensayar fuerzas, con los toros donceles (Ella nombra así a los toretes que aún no han cubierto vacas).

Muy de tarde en tarde, la niña Pancha trasega aguardiente. Gusta de hacer esto alguna noche de sábado, cuando el peonaje, después de la paga, se mete a beber en la tienda que las mismas Miranda sostienen en la planta baja de la casa-de-tejas.

En tales ocasiones, la niña Pancha se convierte propiamente en una fiera; y a los peones, por muy ebrios que estén, en viéndola así se les despeja la cabeza.

-¡La Tigra está ajumándose!

-¿De veras? Yo me voy.

-Es pior. Hay que estar quedito hasta ver a quién agarra.

-Ahá. Si advierte que te vas, te seguirá a bala limpia. Es así. Cuando la niña Pancha descubre que, mientras ella bebe, alguno deja furtivamente la cantina, lo caza a balazos en la oscuridad.

-iAh, hijo de perra! ¡Corre! ¡Corre! Esto te ayudará a correr.

Apoyada en el hombro la dos-cañones -"la gemela"-, dispara a las piernas del huidizo.

También le place "hacer bailar".

-i Baila, Everaldo! ¡Baila, Everaldo! Utiliza entonces el Smith Wesson. Apunta a los pies del indicado.

-¡Baila, Everaldo!

Y

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