La Guelaquetza
Vanessa071826 de Abril de 2013
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INTRODUCCION
Hoy en día México tiene, entre sus temas prioritarios, la situación indígena. Este tema no sólo concierne a los miembros de los diferentes grupos étnicos de origen mesoamericano, sino a toda la sociedad porque, primero, se trata de buscar el proyecto nacional que queremos. Y en ello todos los mexicanos debemos participar. Segundo, derivado de lo anterior está la relación que deseamos y debemos establecer entre sí con los grupos étnicos. Esta relación ha sido de exclusión, marginación, de racismo. Ahora puede ser una relación de iguales en la diversidad.
Esta investigación expresa, a nivel simbólico, las relaciones que se establecen entre estos grupos y la población urbana de la ciudad de Oaxaca. Relaciones en donde se halla presente el racismo. Me refiero a la fiesta de la Guelaguetza que se realiza los dos últimos lunes del mes de Julio y que ha sido considerada la máxima fiesta del folklore de América Latina. Para presenciarla llegan turistas nacionales e internacionales.
Se parte de la idea que el racismo es un concepto construido socialmente, al igual que el de género. Precisamente por eso en este artículo describimos cómo, a partir de una fiesta folklórica, se construye en el imaginario social, el orden social de Oaxaca, y el lugar que en este orden ocupa cada grupo étnico.
ANTECEDENTES Y ORIGEN DE LA INVESTIGACION
Hacia los años 30’s, la ciudad de Oaxaca se desarrollaba en grandes penurias económicas, esta, a través del tiempo, se había consolidado como el asiento de comerciantes, de propietarios urbanos, de latifundistas, de ciertos religiosos y de los funcionarios de gobierno federal y estatal. La economía del estado giraba alrededor del comercio y de un sistema de mercados a través de los cuales se articulaban, principalmente, las poblaciones que la circundaban.
La pobreza en que se encontraba sumido el estado era resentida en la capital por las llamadas “clases populares”, que conformaban posiblemente, la mayor parte de los 33.000 habitantes. En contrapartida, existía también un grupo de urbanitas compuesto por familias que durante generaciones habían vivido en la ciudad y que poseían el poder político y económico, a las que se anexaron inmigrantes procedentes de Europa, llegados durante el porfiriato y que se instalaron en la ciudad como comerciantes o industriales.
Este grupo conformaba el Oaxaca visible, el de los paseos vespertinos, el de las veladas teatrales, el Oaxaca que refrendaba su abolengo a través de su posición privilegiada y de su aislamiento social con respecto a la población indígena, que le permitía reproducir su particular manera de vivir en una ciudad “con prosapia y señorío”. Estas eran las dos sociedades que habitaban en Oaxaca, disímiles no sólo por la posición económica sino también por los rasgos físicos. Unos eran indios morenos, los otros eran mestizos (o criollos) considerados “blancos”.
El aspecto físico era un elemento para la adscripción a una condición étnica; en la ciudad racista, la sociedad oaxaqueña, es decir, la clase dominante, calificó la alteridad a través del tono de piel, ya que se creía que cuanto más morena fuera una persona, mayor pureza indígena denotaba, imponiendo con ello toda la carga prejuicial y estigmatizante que sobre lo indio se había construido.
La ciudad de Oaxaca tras una serie de temblores ocurridos en 1931
Durante enero de 1931, la ciudad de Oaxaca fue sacudida por una serie de temblores, que propiciaron una disminución en la población, ya sea por muerte a causa de este fenómeno, o bien, por la migración que se dio en los meses siguientes hacia otros puntos del país, como una forma de huir de este tipo de peligros. Los terremotos no solo destruyeron casas sino también la economía local, basada principalmente en el comercio; las penurias económicas del gobierno se notaban, entre otras cosas, en la imposibilidad de pagar sueldo a sus empleados, y en el lento inicio del camino hacia la recuperación de la vida cotidiana.
Sin embargo, el período al cual nos estamos refiriendo también tuvo otros momentos, en los que el orgullo oaxaqueño se comenzó a reponer después de los derrumbes de 1931. Este acontecimiento enmarcado curiosamente en medio del discurso posrevolucionario de buscar los orígenes de la nación en las glorias prehispánicas, fue el hallazgo de la tumba número siete del sitio arqueológico de Monte Albán, realizado por un equipo de investigadores encabezado por Alfonso Caso. La divulgación de la noticia, que conmocionó a propios y extraños hizo que “la riqueza de nuestra cultura” se conociera fuera de la ciudad, haciendo que el interés se volviera hacia Oaxaca, influyendo y levantando la moral del pueblo.
Con una economía prácticamente en quiebra, pero con la oaxaqueñidad a flor de piel, se recordó que el 25 de abril de 1532, Carlos V mandó que a partir de “ahora y de aquí en adelante, se llame e intitule la dicha villa Ciudad de Antequera y que goce de las preeminencias, prerrogativas e inmunidades que puede y debe gozar por ser ciudad…”.
Se comenzó, entonces, con los preparativos para celebrar el cuarto centenario de su elevación a la categoría de ciudad, con un amplio programa de festejos, impregnado por las directrices de la época. La historia de la ciudad comenzaba a reescribirse, como Jacobo Dale vuelta bien lo dijera:
Cien años, doscientos, trescientos, cuatrocientos años, precisamente hoy, desde que las agujas del reloj de Don Carlos, se estrecharon en el abrazo eterno de su vida y desde que las campañas del reloj matizaron de sonido la hora nueva, la entrada a un siglo más, quedaron desde anoche abiertas en blanco las páginas de un libro nuevo, empastado en baquetilla y marcado a fuego. Será el libro para escribir en sus hojas, color de luna, color de pulpa de algodón, los nombres que deban recogerse y los hechos que penetren a nuestro espíritu, como la luz meridiana que nos arranca las negruras dolorosas del espíritu. Cien, doscientos, trescientos, cuatrocientos años…
Los preparativos del festejo del IV Centenario
El programa general de festejos fue realizado por el Comité Organizador del IV Centenario de la Ciudad de Oaxaca, formado posiblemente en el segundo semestre de 1931, y en el que estaban incluidos miembros destacados de la vida política, militar, social y artística de la entidad.
El Comité organizador, desde su creación, quedó abierto a las propuestas de otros miembros de la sociedad oaxaqueña; éstas fueron recibidas y turnadas para su estudio y posible aceptación. Las poco más de diez comisiones elaboraron cada una un programa de actividades a desarrollar durante los días de festejos, que posteriormente turnaron a la Comisión del Programa General, dirigida por Constantino Esteva, secretario general del Gobierno estatal, quien se dio a la tarea de estructurar el programa definitivo.
Sin embargo, las actividades estaban planeadas por segmentos poblacionales, es decir, habían actividades dirigidas a las clases altas y otras para las así llamadas “clases populares”. Pocas eran las actividades en donde estos dos sectores de la ciudad podían encontrarse, aunque su interacción no estaba planeada. Estas actividades para sectores distintos refiere posiblemente a la búsqueda por mantener espacios de acción específicos para cada grupo. La sociedad oaxaqueña no se mezclaba más que con los miembros de su mismo grupo, manteniendo las divisiones sociales tajantes impuestas desde la época colonial y reafirmada y reforzada en el México independiente.
El IV Centenario marcaría un antes y un después en la historia de la ciudad, ya que en él no sólo se celebró el hecho histórico sino que fue, una de las primeras ocasiones en que la ciudad se observó a sí misma, plasmando lo que veía en cada una de las actividades programadas. Era una visión segmentada de la realidad oaxaqueña, construida por un grupo específico de urbanitas que impusieron ese particular modo de ver y concebirse a los demás grupos urbanos. Por eso mismo, las fiestas del Centenario no eran sino el espejo a través del cual la ciudad miraba su historia y su presente y planteaba su futuro:
…en el concierto humano de la civilización aportó ayer y prodiga hoy con firmísima fe su trabajo infatigable y vigoroso con el que contribuye a ir macizando los cimientos del porvenir. Por eso en el balance de cuatro siglos que ha cumplido en el ejercicio de su vida ciudadana, hay un timbre de orgullo y legítima satisfacción de gloria y de honor para todo corazón oaxaqueño.
SIGNIFICADO DE LA CIUDAD QUE PARTICIPA
El arreglo de la ciudad
La catedral de Oaxaca
A la Celebración del IV Centenario se había invitado no sólo a los oaxaqueños sino también a otros residentes del país y del extranjero, por eso era preciso limpiar y ornamentar la Vieja Antequera. De ahí que se llevaron a cabo iniciativas para iluminar la ciudad, se ordenara limpieza y el arreglo de parques públicos, se suprimieran las casetas “que tan mal aspecto le dan actualmente”, que el ayuntamiento obligara a los oaxaqueños a pintar y arreglar las fachadas de sus casas o bien, que se dejara de recolectar la basura en las calles no asfaltadas, a fin que los carros de limpieza lo hicieran en el centro de la ciudad y en aquellos lugares donde se llevaría a efecto las actividades propuestas, ya que la ciudad se esperaba “para exhibirse ante turistas y visitantes con motivo de su cuarto centenario”.
Los preparativos para la realización del Homenaje Racial fueron diversos; entre
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