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La Guelaquetza


Enviado por   •  26 de Abril de 2013  •  7.886 Palabras (32 Páginas)  •  314 Visitas

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INTRODUCCION

Hoy en día México tiene, entre sus temas prioritarios, la situación indígena. Este tema no sólo concierne a los miembros de los diferentes grupos étnicos de origen mesoamericano, sino a toda la sociedad porque, primero, se trata de buscar el proyecto nacional que queremos. Y en ello todos los mexicanos debemos participar. Segundo, derivado de lo anterior está la relación que deseamos y debemos establecer entre sí con los grupos étnicos. Esta relación ha sido de exclusión, marginación, de racismo. Ahora puede ser una relación de iguales en la diversidad.

Esta investigación expresa, a nivel simbólico, las relaciones que se establecen entre estos grupos y la población urbana de la ciudad de Oaxaca. Relaciones en donde se halla presente el racismo. Me refiero a la fiesta de la Guelaguetza que se realiza los dos últimos lunes del mes de Julio y que ha sido considerada la máxima fiesta del folklore de América Latina. Para presenciarla llegan turistas nacionales e internacionales.

Se parte de la idea que el racismo es un concepto construido socialmente, al igual que el de género. Precisamente por eso en este artículo describimos cómo, a partir de una fiesta folklórica, se construye en el imaginario social, el orden social de Oaxaca, y el lugar que en este orden ocupa cada grupo étnico.

ANTECEDENTES Y ORIGEN DE LA INVESTIGACION

Hacia los años 30’s, la ciudad de Oaxaca se desarrollaba en grandes penurias económicas, esta, a través del tiempo, se había consolidado como el asiento de comerciantes, de propietarios urbanos, de latifundistas, de ciertos religiosos y de los funcionarios de gobierno federal y estatal. La economía del estado giraba alrededor del comercio y de un sistema de mercados a través de los cuales se articulaban, principalmente, las poblaciones que la circundaban.

La pobreza en que se encontraba sumido el estado era resentida en la capital por las llamadas “clases populares”, que conformaban posiblemente, la mayor parte de los 33.000 habitantes. En contrapartida, existía también un grupo de urbanitas compuesto por familias que durante generaciones habían vivido en la ciudad y que poseían el poder político y económico, a las que se anexaron inmigrantes procedentes de Europa, llegados durante el porfiriato y que se instalaron en la ciudad como comerciantes o industriales.

Este grupo conformaba el Oaxaca visible, el de los paseos vespertinos, el de las veladas teatrales, el Oaxaca que refrendaba su abolengo a través de su posición privilegiada y de su aislamiento social con respecto a la población indígena, que le permitía reproducir su particular manera de vivir en una ciudad “con prosapia y señorío”. Estas eran las dos sociedades que habitaban en Oaxaca, disímiles no sólo por la posición económica sino también por los rasgos físicos. Unos eran indios morenos, los otros eran mestizos (o criollos) considerados “blancos”.

El aspecto físico era un elemento para la adscripción a una condición étnica; en la ciudad racista, la sociedad oaxaqueña, es decir, la clase dominante, calificó la alteridad a través del tono de piel, ya que se creía que cuanto más morena fuera una persona, mayor pureza indígena denotaba, imponiendo con ello toda la carga prejuicial y estigmatizante que sobre lo indio se había construido.

La ciudad de Oaxaca tras una serie de temblores ocurridos en 1931

Durante enero de 1931, la ciudad de Oaxaca fue sacudida por una serie de temblores, que propiciaron una disminución en la población, ya sea por muerte a causa de este fenómeno, o bien, por la migración que se dio en los meses siguientes hacia otros puntos del país, como una forma de huir de este tipo de peligros. Los terremotos no solo destruyeron casas sino también la economía local, basada principalmente en el comercio; las penurias económicas del gobierno se notaban, entre otras cosas, en la imposibilidad de pagar sueldo a sus empleados, y en el lento inicio del camino hacia la recuperación de la vida cotidiana.

Sin embargo, el período al cual nos estamos refiriendo también tuvo otros momentos, en los que el orgullo oaxaqueño se comenzó a reponer después de los derrumbes de 1931. Este acontecimiento enmarcado curiosamente en medio del discurso posrevolucionario de buscar los orígenes de la nación en las glorias prehispánicas, fue el hallazgo de la tumba número siete del sitio arqueológico de Monte Albán, realizado por un equipo de investigadores encabezado por Alfonso Caso. La divulgación de la noticia, que conmocionó a propios y extraños hizo que “la riqueza de nuestra cultura” se conociera fuera de la ciudad, haciendo que el interés se volviera hacia Oaxaca, influyendo y levantando la moral del pueblo.

Con una economía prácticamente en quiebra, pero con la oaxaqueñidad a flor de piel, se recordó que el 25 de abril de 1532, Carlos V mandó que a partir de “ahora y de aquí en adelante, se llame e intitule la dicha villa Ciudad de Antequera y que goce de las preeminencias, prerrogativas e inmunidades que puede y debe gozar por ser ciudad…”.

Se comenzó, entonces, con los preparativos para celebrar el cuarto centenario de su elevación a la categoría de ciudad, con un amplio programa de festejos, impregnado por las directrices de la época. La historia de la ciudad comenzaba a reescribirse, como Jacobo Dale vuelta bien lo dijera:

Cien años, doscientos, trescientos, cuatrocientos años, precisamente hoy, desde que las agujas del reloj de Don Carlos, se estrecharon en el abrazo eterno de su vida y desde que las campañas del reloj matizaron de sonido la hora nueva, la entrada a un siglo más, quedaron desde anoche abiertas en blanco las páginas de un libro nuevo, empastado en baquetilla y marcado a fuego. Será el libro para escribir en sus hojas, color de luna, color de pulpa de algodón, los nombres que deban recogerse y los hechos que penetren a nuestro espíritu, como la luz meridiana que nos arranca las negruras dolorosas del espíritu. Cien, doscientos, trescientos, cuatrocientos años…

Los preparativos del festejo del IV Centenario

El programa general de festejos fue realizado por el Comité Organizador del IV Centenario de la Ciudad de Oaxaca, formado posiblemente en el segundo semestre de 1931, y en el que estaban incluidos miembros destacados de la vida política, militar, social y artística de la entidad.

El Comité organizador, desde su creación, quedó abierto a las propuestas de otros miembros de la sociedad oaxaqueña; éstas fueron recibidas y turnadas para su estudio y posible aceptación.

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