NERDBELDES
mardesal22 de Agosto de 2013
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NERDBELDES
Pocos vocablos más gastados en estos tiempos de zozobra e incertidumbre que la palabra “rebeldía”. Por ello quiero eludir los lugares comunes a la hora de abordar este tema. Lo evidente sería hablar de Jack Kerouac o Charles Baudelaire, mencionar los poemas incendiarios de Maiakovski o los discos de los Sex Pistols. No lo haré. Hoy me interesa hablar de dos fantasistas contemporáneos, así como de los sutiles caminos que la rebeldía toma en sus libros.
Es sabido que Alberto Chimal (1970) es uno de los narradores más importantes de mi generación. Lo demuestran su abultada bibliografía, los múltiples premios y las decenas de miles de seguidores de su cuenta de twitter. Ha llegado a esa posición a golpe de tecla, siempre con una actitud desafiante al statu quo literario. No como un provocador, Chimal es mucho más elegante pero no menos subversivo. En un panorama editorial dominado hasta la tiranía por la novela, Alberto ha construido su carrera fundamentalmente como cuentista. No es que la narrativa de largo aliento le sea ajena, como demuestra su magnífico libro Los esclavos. Sucede que en la brevedad se mueve con una elegancia poco vista en nuestras letras.
A lo anterior hay que añadir una afrenta mayor a la tradición literaria mexicana: Chimal es un fantasista. Un autor de la imaginación que se ha internado desde hace muchos años en los océanos de la literatura fantástica, tan poco explorados por los navegantes de Hispanoamérica. El último explorador posee estos dos rasgos. El libro compila varias de las aventuras de Horacio Kustos, el último de los grandes exploradores, aventurero perdido en un mundo donde aparentemente no queda nada por descubrir. Las expediciones de Kustos no son hacia territorios estrictamente geográficos. Sus andanzas lo habrán de llevar en no pocas ocasiones a atravesar estados mentales, siempre con su espíritu aventurero intacto, a lo Frank Buck.
El libro, breve en esta época de novelas obesas, marca el cruce de caminos de varias tradiciones que en el teclado de Chimal no sólo obtienen su carta de naturalización mexicana, sino que además tienden un puente hacia lo cotidiano, como en toda buena literatura fantástica. En sus páginas se cruzan con sutileza los caminos de los tigres de Borges con los del mayor Grubert de Moebius, desafiando exitosamente la rígida tradición del realismo social que quisiera regir las letras nacionales.
Lectura compleja para el lector, El último explorador se distingue en nuestra narrativa como un libro peculiar, desafiante y desenfadado, al mismo tiempo que refrenda la posición de su autor en aquella privilegiada posición de los que gozan del reconocimiento crítico y el favor del público. Por otro lado, en lo que parece un registro muy alejado del de Alberto Chimal pero que comparte no pocas coincidencias, acaba de publicarse en Ediciones B la traducción de la novela Ready Player One, del norteamericano Ernest Cline.
Cline, nacido en 1972, se autoproclama como un geek, vocablo que designa, entre otras cosas, a aquellos adolescentes obsesionados con un canon muy peculiar que incluye computadoras, ciencia ficción, cómics, cine, caricaturas y videojuegos. La acción se sitúa en 2044 cuando muere el anciano Halliday, creador del OASIS, un entorno de realidad virtual al que la mayoría de la población se conecta cotidianamente para todo tipo de interacción social. Halliday deja toda su fortuna a quien logre descubrir tres llaves escondidas en su mundo virtual que conducen a un huevo de pascua (premios ocultos dentro de los videojuegos). Quien logre resolverlo será millonario.
Parzival, un nerd, es uno de los millones de entusiastas que intenta resolver los acertijos de Haliday, plagados de referencias a la cultura geek de los años ochenta, esa misma en la que el autor de la novela vivió su adolescencia
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