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Porque Aparecio El Esclavismo


Enviado por   •  2 de Abril de 2013  •  1.769 Palabras (8 Páginas)  •  373 Visitas

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VALORES Y ANTIVALORES

Por: Rosario Anzola

Todo valor tiene una polaridad, por eso podemos hablar de antivalores o contravalores. Los valores, como ya hemos visto, implican una reacción del individuo (aceptar/rechazar) y conducen a una acción manifiesta (actitudes/conducta). Están sujetos a una jerarquía que depende de la edad del individuo, de su experiencia vital y de su entorno social y natural.

Partiendo del principio que conceptualiza a los valores como convicciones razonadas a los valores como convicciones razonadas de que algo es bueno o malo, propio o impropio, adecuado o inadecuado, para alcanzar la armonía de la interrelación yo, los otros y el entorno, se denomina entonces antivalor a todo aquello que dificulte o impida esta interrelación armónica.

Recapitulando acerca de la evolución de la conciencia moral y de la necesidad del hombre de poner orden al caos, este orden se inicia con elementales hábitos de convivencia y sobrevivencia, a través de los cuales se ponen de manifiesto las actitudes. Cuando los hábitos pasan a la categoría de normas, ya conforman el nivel colectivo de un valor.

Existen dos elementos insustituibles para que hábitos, actitudes, normas y valores se afiancen: la constancia y la voluntad. Ambas están sujetas al proceso de formación o educación, el cual se inicia desde los primeros días de un recién nacido.

Controlar instintos y pasiones, domeñar los impulsos y posponer las gratificaciones deben ser el punto de partida de la educación de los valores. Si un niño de un año toma un adorno de vidrio para arrastrarlo por el suelo, pues, quiere explorarlo y jugar con él, lógicamente y por razones de peligrosidad, el adulto se lo quita.

Vuelve el niño a tomarlo, pues, no entiende la noción de peligro y, además, no ha saciado su curiosidad. Ahí se desata una oportunidad irrepetible.

Si el adulto pone límites, -con firmeza-, le quita nuevamente el adorno y le expresa su definitiva decisión de no dejar que lo vuelva a tomar, aun cuando la secuencia podría rebobinarse varias veces, si aquél actúa con perseverancia, el niño terminará por comprender que no puede ni debe hacerlo más.

No vale esconder o guardar el objeto. Si –por inconsistencia- el dame y toma, seguido de unas veces sí y otras veces no, se convierte en un juego, el niño no sabrá a qué atenerse. Insistirá en tomar el adorno para arrastrarlo por el piso y no aprenderá a controlar sus impulsos.

Supongamos que otras historias similares se suceden bajo estos esquemas a lo largo de la educación de un niño. El pequeño formado con una disciplina lógica, respetuosa y perseverante, podrá el día de mañana controlar sus emociones e impulsos, y entenderá a cabalidad las nociones éticas. El otro, sin las posibilidades de control, se convertirá en un individuo centrado en sí mismo y en sus propios deseos y pasiones. Será incapaz de dominar sus emociones y aficiones compulsivas, y con reales dificultades para entender las nociones éticas. En un caso se gestó un valor, en el otro, un antivalor.

Con el tiempo, el hábito elemental –inducido y orientado- evoluciona hacia la convicción. Vale decir que se ejerce realmente un autoconocimiento: conducirse o portarse bien, no por el premio o castigo, sino porque hay un convencimiento de que es lo mejor, lo correcto, lo esperado, lo respetuoso, lo digno, con uno mismo y con los demás.

Si bien es cierto que la educación moral está justificada por el nuevo ordenamiento mundial y por la tendencia a la globalización, también lo es que el ser humano contemporáneo está sometido indiscriminadamente, como consecuencia de esta misma cohesión de culturas y de la estandarización de pensamientos y actitudes, a la intervención de otros modelos de formación. Éstos no son ni la familia ni la escuela. Son -¿por qué no decirlo?- tanto o más poderosos en su poder de influencia. Los medios de comunicación, las redes de informática y la industria publicitaria, marcan el ritmo del “avance” civilizatorio.

No se trata de caer en posiciones extremas, ni de negar los indudables beneficios que los adelantos proporcionan a la humanidad. Se trata sí de estar atentos a su exceso y su influencia para colocar las incidencias en su justo lugar. Las tendencias y criterios frente a los hábitos de consumo, la creación de necesidades, la moda, los lenguajes (discursos orales, escritos, visuales, auditivos, gestuales, actitudinales, etc.), los símbolos y estereotipos de estatus, fama, poder y triunfo, se instalan en la conciencia del ser humano y condicionan definitivamente su conducta individual y social.

Un ejemplo concreto lo constituye la consideración de la violencia como medio para solucionar problemas. Desde las comiquitas “más inofensivas”, las películas promocionadas como “para toda la familia”, hasta los juegos de videos, se centran –en una gran mayoría de casos- en eliminar, desaparecer, aniquilar –con espectacularidad de inimaginables efectos especiales- al oponente y superar los conflictos, a través de iguales e indignas opciones.

Nuestros niños se han ido acostumbrando a los “horrores”, como parte divertida de la vida. Recuerdo que en la, casi reciente, guerra del golfo veía (en vivo) por televisión el reporte que mostraba a varios niños tratando de colocarse –con el miedo sembrado en sus caritas- las máscaras antigases, ante la inminencia de un bombardeo de misiles. Yo seguía muy conmovida las escenas al lado de uno de mis sobrinos, entonces de 7 años, quien impresionado ante mi asombro, ingenuamente me comentó: ¿Qué pasa? No pasa nada. ¿No ves que no hay ni saaaaaangre, ni cabezas volando por el aire, ni candela,

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