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Volchevikes


Enviado por   •  30 de Septiembre de 2014  •  2.850 Palabras (12 Páginas)  •  258 Visitas

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BOLCHEVIQUES

En la noche del 17 de julio de 1918, guardias bolcheviques disparaban sobre la familia real de los Romanov. Con su ejecución se cerraba un nuevo capítulo de la revolución de octubre, iniciada meses antes y que había conducido a los comunistas al poder. Tras la victoria de los bolcheviques se iniciaba una brutal guerra civil que enfrentó al nuevo poder y al conglomerado de fuerzas que se oponían a él. Por todos lados, desde Siberia a Ucrania, anarquistas, mencheviques, socialrevolucionarios y sobre todo los viejos defensores del zarismo, se alzaban en armas contra el nuevo régimen.

LOS ROMANOV EN ÉPOCA DE CAMBIOS

En 1613, con Miguel I de Rusia, había accedido al poder la dinastía de los Romanov. En siglos sucesivos se sucedieron monarcas de distinta talla entre los que destacaron algunos como Pedro I el Grande, fundador de San Petersburgo, auténtico artífice de la Rusia moderna. Cuando en 1894 muere Alejandro III, su hijo Nicolás II, que a la postre sería el último Romanov. Era un hombre tímido al que agradaban los deportes y la vida militar, por la que sentía especial devoción: los galones, el honor y el resto de la parafernalia propia del cuerpo le seducían. Buen conocedor de idiomas, especialmente inglés, era tímido y de poco carácter, algo que le sería muy perjudicial en las nuevas situaciones a las que se tendría que enfrentar en el futuro inmediato. No estaba preparado para gobernar un país, carecía de formación política, desconocía las relaciones internacionales y no tenía ni idea de como se gestionaba un enorme imperio. Pronto aparecieron las intrigas en la corte y sus tíos trataron de dominarlo e influenciar en su gobierno. Poco después se casaría con Alix von Hesse, que tomaría el nombre de Alejandra Fyodorovna al convertirse a la Iglesia Ortodoxa. Se querían y respetaban. Ella tenía un fuerte carácter y resultaba altiva y arrogante, y le aconsejó tomar las riendas y acabar con las manipulaciones de su entorno. Tuvieron 4 hijas -Olga, Tatiana, María y Anastasia- todas seguidas de un año, y al final un anhelado heredero, el zarevich Alexis Nikoláievich, enfermizo y débil, auténtica debilidad del matrimonio. Pero la Rusia del nuevo siglo estaba llena de cambios, vivía el surgimiento de un proceso acelerado de industrialización y urbanización, nuevos grupos sociales e ideologías se extendían y la monarquía absoluta del zar se veía cada día más superada por los nuevos tiempos. Nicolás II, más bien corto de entendederas, fiel a la defensa de la monarquía tradicional como siempre la había conocido y débil de carácter, no supo interpretar los cambios y ver la nueva realidad.

Nicolás II tardó en considerar la necesidad de cambios democráticos y cuando los aceptó -se desarrollaron elecciones y se puso en marcha una Duma o parlamento- se vió forzado a ello por las circunstancias y nunca tuvo un verdadero espíritu democrático. Despreció el potencial y las posibilidades de los emergentes movimientos sociales y en particular del movimiento obrero. Cuando llegó el momento, recurrió a la guerra del modo más clásico: en 1905 jugó la carta de la guerra para ganar proyección internacional y calmar los ánimos en la política interna. Pero jugar esa carta era muy peligroso, porque una victoria reforzaría su autoridad y relajaría los conflictos, pero una derrota los agudizaría. Y así ocurrió, la humillante derrota frente a Japón precipitó los acontecimientos de la revolución de 1905, un aviso a navegantes del que no supo sacar conclusiones.

En 1914, durante la Primera Guerra Mundial, Nicolás II volvía a jugar la carta de la guerra, cometiendo un grave error porque el país no estaba preparado para el conflicto. En auxilio de Serbia entró en guerra contra las potencias centrales -primero Austro-Hungría y después Alemania-. Pero sus errores continuaron durante el conflicto y cuando se sucedieron la derrotas, depuso al ministro de la defensa y asumió el mando directo de los ejércitos. La consecuencia era evidente: a partir de ese momento las derrotas le salpicarían directamente, como así fue. Obvió los consejos de sus más allegados porque le gustaba la vida militar, adoraba los uniformes y estaba orgulloso de sus galones de coronel, esa era una oportunidad como ninguna otra de participar en el juego de la guerra de verdad. Pero aún hubo más errores: en la retaguardia, con el zar en el frente, la zarina se convirtió en la máxima autoridad, pero bajo el control del estrafalario Rasputín, un monje místico de fuerte carisma que había conseguido el favor de la reina gracias a sus capacidades para mejorar la enfermedad del zarevich. Rasputín era un perturbado y la zarina no era una persona querida por las masas, lejana y clasista, no tenía nada que ver con su pueblo. En medio de esa situación, se suceden desde principios de 1917 los motines, las manifestaciones y las huelgas obreras. Estalla la revolución en febrero y el zar abdica en su hermano menor, el Gran duque Miguel, cuyo reinado solo dura 24 horas. El nuevo monarca cede de inmediato el poder a un Gobierno provisional, presidido por Lvov y formado por liberales y socialdemócratas, que pretendía instaurar un régimen liberal y parlamentario.

Ekaterimburgo fue reconquistada por los bolcheviques y la guerra civil terminó con el triunfo de éstos. Con la consolidación definitiva del régimen comunista la casa Ipatiev se convirtió en el Museo de la Venganza de los Trabajadores. Después Stalin en 1932 lo cerró y el lugar se destinó a servicios burocráticos del Partido Comunista, hasta que las autoridades soviéticas decidieron destruirlo en 1977. Lo más curioso es que el Secretario General del Partido Comunista en la región, el que ejecutó tal decisión, era entonces Boris Yeltsin, más tarde primer presidente de la nueva Federación de Rusia poscomunista. Por esas fechas un geólogo, alexander Advonin, y su amigo, el escritor y cineasta Geli Ryabov, encontraron los cuerpos de los zares. Habían conseguido el libro del juez Sokolov donde éste dejaba constancia de sus investigaciones y que había sido prohibido en la U.R.S.S., pero además habían podido acceder al documento clave, el informe secreto que de la matanza redactó Yakov Yurovsky para la cúpula del Partido. Gracias a esta información localizaron el enterramiento colectivo en 1979 pero volvieron a enterrar los restos porque no podían hacer público su hallazgo, no en vano, el régimen comunista seguía plenamente vigente.

Tras la caida de la Unión Soviética, Advonin y Ryabov declaran haber localizado los restos.

Rusia recuperaba entonces su historia, su bandera, y reaparecía con fuerza la Iglesia Ortodoxa. En 1991, con Boris

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