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Con Cara De Pajaro


Enviado por   •  17 de Enero de 2014  •  552 Palabras (3 Páginas)  •  314 Visitas

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La noticia se la dio un "individuo joven, con cara de pájaro", lo definirá él años después. Un "cara de pájaro" que "después supe que era el autor de un estudio sobre Eddas".

Corrían las primeras horas del 14 de junio del '86. "Cara de pájaro" lo encontró en el quiosco de Ayacucho y Alvear. "Y me dijo, como excusándose": "Hoy es un día muy especial". Pero no generó ninguna expectativa en el hombre que lo escuchaba. No se resignó. Insistió: "Hoy es un día muy especial". Entonces, "le pregunté: ¿por qué?" "Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra".

Adolfo Bioy Casares no dijo nada. Quizá se despidió de "cara de pájaro" con un gesto suave. Confiesa que siguió caminando rumbo a Callao y Quintana. Cardigan bordó. Blazer a cuadros apiñados muy británicamente. Camisa lisa. Pañuelo de seda. Porte aristocrático.

"Eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges. Que a pesar de verlo tan poco últimamente, yo no había perdido la costumbre de pensar que tengo que contarle esto. Esto le va gustar. Esto le va a parecer una estupidez", confiesa Adolfo Bioy Casares en "Borges", el diario de la amistad entre ambos. 1.600 páginas que despliegan urticaria sobre María Kodama. Y provoca convulsiones en los descendientes del mundo social, cultural, ideológico que por décadas rodeó a los dos escritores. Diario desacralizador de conductas. Un someter a la ironía agria, despiadada, el mundo de "bronces" con los que le tocó convivir. Conocer. Tolerar. Diario que desviscera el mundo ilusorio que es propio de la vanidad. Nada queda en pie. Los almuerzos que organizaba en San Isidro Victoria Ocampo: Sábato, Beatriz Guido, Marta Lynch.

Amistad noble, sólida la de Bioy y Borges. Cultivada en la necesidad diaria de verse, hablarse. Divagar. Ir a un velorio de un desconocido cualquiera movidos sólo por el interés de "tomar contacto con esto tan insólito de despedir a un muerto". Escribir un mismo cuento en cuotas: "Arranco yo, seguí vos". El mismo respeto por la palabra. Por su economía. Por la claridad de sintaxis.

Amistad a la que quizá sólo le restó una presencia, la de Macedonio Fernández. "Pero se le ocurrió morirse", reflexionaba Borges. El Macedonio también de la palabra justa. El que desacralizaba la impostura de cuanta aspiración a textura de bronce anduviera dando vueltas. Lugones, por caso. Con su baúl de palabras a cuestas… "¡Este muchacho Lugones, tan trabajador!, ¿cuándo se decidirá a darnos un libro?"... Borges y Bioy se conocieron en 1932 en casa de Victoria Ocampo. El primero tenía 32 años; 18 el segundo. Se apartaron del grupo liderado por la anfitriona y conversaron largo. Borges, de golpe, tiró y rompió una lámpara de pie. Victoria

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