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Epaminondas

Estefa199325 de Septiembre de 2013

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Epaminondas

Por fin Epaminondas había aprendido todo lo que hace falta para andar solito por la calle. Tres años había dedicado su madre a enseñarle a cruzar, y otros tres a no hablar con extraños. Así es que, cuando Epaminondas traspasó el umbral para ir a la casa de su tía, a la buena señora sólo le quedaba una pequeña recomendación:

-Cuando tu tía te dé algún regalo para mí, ¡cuidado!, que no se te pierda, ni te lo roben, ni se te caiga. A sostenerlo con las dos manos y con todas tus fuerzas.

¿Entendiste, hijito?

- Sí, madre – dijo el chico que, si entre todas sus virtudes tenía alguna para destacar, ésa era la obediencia.

Y es por esta razón, y no por otra, que cuando la tía le regaló aquella torta bañada en crema chantilly, Epaminondas la sostuvo con sus dos manos y la apretó con todas sus fuerzas durante el largo camino. Tanto, que la destrozó.

Así que, cuando la madre vio llegar a su hijo con unas pocas migas y las manos llenas de crema, exclamó:

- ¡Epaminondas! ¡Para qué tanto esmero en darte una educación! La próxima vez, pondrás el regalito sobre la cabeza, lo taparás con tu gorra y vendrás caminando derecho a casa.

¿Escuchaste?

-Sí, madre – dijo el chico que, si alguno de sus cinco sentidos se destacaba por encima de los otros, ése era el del oído.

Tanto es así que, cuando al día siguiente la tía le regaló un enorme pan de manteca, todavía retumbaban en sus orejas las palabras de su madre. Y es por esta razón, y no por otra, que Epaminondas se puso la manteca en la cabeza, la tapó con su gorra y caminó derechito a casa. Todo esto a pesar de que el calor convertía a la manteca en un líquido pegajoso que descendía muy campante desde sus cejas hasta sus pies. Apenas su madre lo vio, exclamó:

- ¡Epaminondas! ¡Por qué te habré dejado aprender lo que no debes! Para la próxima, tomarás el regalito con cuidado y lo remojarás en todas las fuentes que encuentres en el camino, así no se derretirá. ¿Te vas a acordar?

- Si, madre – dijo Epaminondas que, si había algo en su cabecita que no fallaba jamás, ese algo era su buena memoria.

Y fue por esa razón, y no por otra, que cuando al día siguiente la tía le regaló un cachorrito, Epaminondas lo tomó entre sus manos y caminó, de regreso a casa, deteniéndose ante cada fuente que había. Cinco fuentes encontró y cinco veces sumergió al perrito en el agua helada.

Cuando la madre vio llegar a Epaminondas con el cachorrito mucho mas muerto que vivo, exclamó:

- ¡Epaminondas! ¿Qué hice mal? ¿En qué me equivoque contigo? La próxima vez, le ataras un piolín como si fuera un collar, lo depositarás en el piso y vendrán los dos caminando hasta casa.

¿Alguna duda?

-No, madre –dijo Epaminondas, que por si algo no había hecho jamás en su vida era poner en duda la palabra de su madre.

Y es por esta única y sencilla razón que, cuando la tía le regalo un pancito humeante, Epaminondas lo rodeó con un piolín, lo deposito cuidadosamente en el piso, y así lo llevó hasta su casa.

- ¡Esto es el colmo! –Dijo la madre en cuanto vio llegar a su hijo paseando un pan flauta-. Desde mañana iré personalmente a ver a la tía.

Al día siguiente, justo antes de salir, la mamá le dijo a Epaminondas:

- Como verás, acabo de cocinar siete budines con canela. Como están muy calientes, los he dejado enfriándose en los siete escalones de la puerta de casa.

Cuando salgas, quiero que tengas mucho cuidado al pasar por encima de ellos. ¿He sido claro?

- Sí, madre –dijo Epaminondas, que si tenía alguna suerte en esta vida era la de tener una madre que expresaba sus pensamientos con tanta claridad.

Por eso, claro está, cuando Epaminondas salió al patio se cuidó muy bien de bajar

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