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La Abuelina Opalina

25 de Mayo de 2014

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Abuelita Opalina

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María Puncel

Premio Lazarillo 1971

EL PUEBLO se llama Brincalapiedra.

Todo el mundo está de acuerdo en que Brincalapiedra es un nombre muy bonito y que suena muy bien: Brinca-la-piedra; pero que basta con eso, con que suene bien cuando se pronuncia. No tiene por qué hacerse verdad; ¿qué ocurriría si un día, de repente, una de las losas de la plaza., el pilón de la fuente o un sillar de la torre de la iglesia se pusiera a dar brincos? Seguro que la persona que viera una cosa así se quedaba... de piedra. A veces puede resultar un verdadero lío que se haga verdad lo que alguien se ha inventado como un puro juego...

Eso es lo que le pasó a Isa. La cosa ocurrió en Brincalapiedra y sucedió así:

¡Dong... dong… dong… dong…! ¡Las cuatro!

El reloj de la torre había dado las cuatro de la tarde.

Isa, escribiendo en su pupitre de la escuela, oyó sonar las campanas y levantó la cabeza. Imaginó las campanadas como cuatro inmensas pompas de jabón, gordas, retumbantes, bien rellenas de sonido.

Cuatro inmensas pompas de jabón que caían desde la torre del reloj flotando, resbalando, rodando, botando y rebotando sobre los tejados; que chocaban luego contra el alero del soportal de la plaza y se estrellaban sobre las losas del suelo. Al reventar, todo el sonido que llevaban dentro se esparcía por la plaza y se colaba por las ventanas entreabiertas de la clase.

—¡Ya son las cuatro! —comentaron varios niños a media voz.

Ya sólo quedaba otra media hora de clase.

Algunos niños se removieron inquietos en sus asientos porque estaban cansados de estar tanto tiempo trabajando sobre los cuadernos.

Otros niños apresuraron lo que estaban haciendo porque querían dejarlo terminado antes de que el reloj diese la campanada de la media hora.

Isa releyó su lista de palabras esdrújulas:

Jícara, cántara, sábana,

áncora, zíngara, cántabra,

húngara, quíntuple, vértebra...

—Ya tengo nueve. Solamente me faltan otras dos y termino. Leídas así, todas seguidas, casi suenan a verso —se dijo.

Pensando, pensando, para encontrar las dos esdrújulas que le faltaban dejó correr su mirada por encima de las cabezas de sus compañeros. Al otro lado de la ventana se veía la plaza llena de sol. Un enorme abejorro golpeó un par de veces contra el cristal y luego se coló en la clase. Revoloteó sobre los pupitres asustando a algunos niños, divirtiendo a otros y distrayéndolos a todos.

—Es una abeja —dijo Teresa.

—Es más grande que una abeja —afirmó Juan.

—Será un «abejo» —bromeó Matilde.

La señorita Laura se levantó de su mesa y fue a abrir la ventana de par en par para facilitar la salida al insecto.

Mirando al abejorro y escuchando los comentarios de sus compañeros, Isa encontró una nueva palabra esdrújula para su lista:

húngara, quíntuple, vértebra,

zángano...

—Una más y termino —calculó. Y siguió rebuscando en su memoria. La verdad es que no hubiera necesitado pensar tanto. La señorita Laura había dicho que el que quisiera podía utilizar el diccionario; pero Isa había preferido no hacerlo. Le parecía mucho más divertido encontrar las palabras en su cabeza que buscarlas en el libro. Lo primero era como jugar un juego «yo contra mí», lo segundo era simplemente un trabajo de clase.

—Seguiré pensando, tengo tiempo...

Pero no le quedaba tanto tiempo como creía.

La señorita Laura dio unos golpecitos con la regla sobre su mesa para llamar la atención de los alumnos:

—Atendedme, que os quiero explicar una cosa.

Tuvo que repetir los golpecitos en la mesa y esperar unos momentos hasta que consiguió que los más distraídos la mirasen con ojos de estarse enterando de lo que les decía:

—Quiero que para mañana preparéis un trabajo. No que lo hagáis, ¿eh? Solamente que lo preparéis. Me gustaría que cada uno de vosotros pensase en su abuela, o en sus abuelas los que tengáis dos. Mañana, en cuanto entréis en clase, escribiréis un ejercicio de redacción en que explicaréis cómo es vuestra abuela, qué cosas le gustan y le disgustan, cómo se viste, en qué se ocupa, qué cosas hace ella por vosotros y qué cosas hacéis vosotros para que ella esté contenta... ¿entendido?

—Sí, señorita —contestaron casi todos los niños.

¡Dong!

¡Las cuatro y media! ¡Hora de salir de la escuela!

Todos los niños empezaron a charlar y a moverse al mismo tiempo.

¡Por hoy se había terminado el tiempo de clase!

Se armó un barullo terrible:

—¡Hora de merendar!

—¡Hora de ir a ordenar mi colección de sellos!

—¡Hora de ir a patinar!

—¡Hora de ir a saltar a la comba!

—¡Hora de ir a leer mi libro nuevo!

—¡Hora de ir a jugar a las canicas !

Porque parece mentira que las cuatro y media, que es la misma hora para todo el mundo, sea, al mismo tiempo, una hora en la que casi todos quieren hacer cosas diferentes.

Isa también hizo ahora una cosa diferente a la que hacían todos. Ni se movió ni empezó a recoger sus cuadernos ni habló. Tampoco había dicho «Sí, señorita», como habían contestado momentos antes sus compañeros.

Isa tenía un problema, es decir dos, pero uno mucho más importante que el otro: le faltaba una esdrújula todavía, y...

Los niños de la clase, que habían recogido ya sus cosas, empezaron a salir:

—Hasta mañana.

—Hasta mañana.

—Hasta mañana.

Isa se levantó de su sitio y caminó hacia la mesa de la profesora. En ese momento, Tomás salió de su sitio a toda velocidad mirando a Felipe, y ¡zas!, el encontronazo fue terrible. Tomás volvió a quedar sentado en su sitio violentamente. Isa cayó al suelo.

Desde el suelo lanzó su protesta:

—¡Bárbaro, pareces un bólido!

Tomás parpadeó dos veces. Luego se acomodó un poco mejor en su asiento y sacó el cuaderno y un bolígrafo. Escribió:

... bárbaro, bólido...

porque también él había estado trabajando en la lista de las esdrújulas. Y también la tenía incompleta.

Isa ni se dio cuenta del favor que acababa de hacerle a su compañero. Llegó hasta la mesa de la profesora para informar:

—Yo no puedo hacer ese ejercicio de redacción sobre la abuela.

—¿Por qué, Isa?

A veces casi resulta increíble las cosas tan fáciles que hay que explicarles a las personas mayores.

—¡Porque yo no tengo abuela!

—Pero la habrás tenido.

—No.

—¡Tus padres han tenido una madre cada uno, así que tú has tenido dos abuelas, como todo el mundo!

—¡Las dos se murieron antes de que yo naciera! Así que nunca fueron mis abuelas...

—Bueno, en ese caso... —la señorita Laura se quedó un momento pensando. Hasta se mordió un labio para ayudarse a pensar mejor. Y, al cabo de un momento, se le ocurrió una idea bastante buena:

—No importa que no hayas tenido nunca abuelas. Puedes hacer mañana el ejercicio de redacción como todos. Y hasta mejor que todos los otros. Ellos tendrán que hablar de cómo son sus abuelas de verdad. Tú te puedes inventar una abuela a tu gusto. Puede resultar divertido, ¿no crees?

Isa desarrugó la nariz:

—Ah, bueno, si puedo inventar...

—¡Claro que puedes!

A Isa le gustaba muchísimo inventar. Era una de las cosas que más le gustaban.

Se fue a su mesa, recogió todas sus cosas, las metió en la cartera y salió.

—Hasta mañana, señorita Laura.

Ni siquiera oyó la contestación de la profesora. Tenía muchísimo en qué pensar... ¡Inventarse una abuela entera!

Y empezó a cruzar la plaza.

EL ALCALDE de Brincalapiedra y un señor amigo suyo, que es arquitecto, paseaban hablando de sus cosas.

—Las conducciones están muy viejas y pierden agua por todas partes. Habrá que desmontar la fuente entera y poner todas las cañerías nuevas.

—Pues ya que tienes que rehacer la fuente, deberías seguir mi consejo y colocarla en el centro de la plaza. Es una fuente muy bonita y en esa esquina apenas se ve —dijo el arquitecto.

—En esa esquina ha estado siempre y ya te he dicho mil veces que ahí seguirá estando —afirmó el alcalde.

—Pero sé razonable, hombre. En el centro de la plaza, la fuente luciría mucho más...

Isa avanzó balanceando su cartera hacia adelante y hacia atrás. Le parecía que hacer esto le ayudaba muchísimo a pensar. Y estaba trabajando en esa abuela inventada sobre la que tenía que escribir al día siguiente.

Ya empezaba a ver un poco cómo iba a ser. Todavía era solamente como una figura borrosa, como si la estuviera viendo a través de humo o de una lluvia muy fuerte: el pelo, la cabeza, el vestido, las manos... la estatura, las gafas... el olor...

—No, no lo llamaré olor —se dijo Isa—. Lo llamaré perfume. No, perfume tampoco porque suena a olor muy fuerte... ¡Ya está!, se llamará aroma, que es un olor, pero más suave.

Balanceó la cartera con más fuerza porque estaba pensando muy deprisa y le iba gustando lo que inventaba.

Y, de repente, se dio cuenta de algo muy importante: ¡La abuela inventada no tenía nombre!

¡Cataplún! La cartera chocó contra algo duro. Algo duro que gritó y se quejó.

—¡Ay, qué golpe! ¡Qué golpe me has

...

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