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Silmarilion


Enviado por   •  18 de Abril de 2013  •  4.264 Palabras (18 Páginas)  •  254 Visitas

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EL ALEPH

Jorge Luis Borges

O God, I could be bounded in a

nutshell and count myself a King of infinite

space.

Hamlet, II, 2.

But they will teach us that Eternity is

the Standing still of the Present Time,

a Nunc-stans (as the Schools call it);

which neither they, nor any else understand,

no more than they would a

Hic-stans for a infinite greatnesse of

Place.

Leviathan, IV, 46

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una

imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al

miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado

no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el

incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero

de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica

vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo

podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación.

Consideré que el 30 de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa la calle

Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era

un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el

crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus

muchos retratos, Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los

carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda

2

con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del

Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino;

Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres

cuartos, sonriendo; la mano en el mentón... No estaría obligado, como otras

veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas

páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que

estaban intactos.

Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces no dejé pasar un 30 de abril sin

volver a su casa. Yo solía llegar a las siete y cuarto y quedarme unos veinticinco

minutos; cada año aparecía un poco más tarde y me quedaba un rato más; en

1933, una lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a comer. No

desperdicié, como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparecí, ya dadas

las ocho con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me quedé a comer. Así,

en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí gradualmente

confidencias de Carlos Argentino Daneri.

Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada: había en su andar (si el

oximoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis; Carlos

Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no sé qué

cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es autoritario,

pero también es ineficaz; aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las

fiestas para no salir de su casa. A dos generaciones de distancia, la ese italiana y

la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él. Su actividad mental es continua,

apasionada, versátil y del todo insignificante. Abunda en inservibles analogías y en

ociosos escrúpulos. Tiene (como Beatriz)grandes y afiladas manos hermosas.

Durante algunos meses padeció la obsesión de Paul Fort, menos por sus baladas

que por la idea de una gloria intachable. "Es el Príncipe de los poetas en Francia",

repetía con fatuidad. "En vano te revolverás contra él; no lo alcanzará, no, la más

inficionada de tus saetas."

El 30 de abril de 1941 me permití agregar al alfajor una botella de coñac del

país. Carlos Argentino lo probó, lo juzgó interesante y emprendió, al cabo de unas

copas, una vindicación del hombre moderno

- Lo evoco - dijo con una admiración algo inexplicable - en su gabinete de estudio,

como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de

telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de

linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines...

Observó que para un hombre así facultado el acto de viajar era inútil; nuestro

siglo XX había transformado la fábula de Mahoma y de la montaña; las montañas,

ahora convergían sobre el moderno Mahoma.

3

Tan ineptas me parecieron esas

...

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