Cascanuces

Es signo de vitalidad dancística en un país que en Navidad se produzcan numerosos "Cascanueces". Entre todos, siempre hay uno que es la "gran" versión, aquella que de verdad puede prometer magia, donde orquesta y compañía de ballet se unen, en un escenario con escenografía y vestuario que nos llevan a la fantasía de un mundo que existe en nuestros sueños.

En este caso, es la propuesta del Ballet de Santiago de Jaime Pinto, la que cumple con estas características y que, en el transcurso de los años desde su estreno ha ido sumando modificaciones así como manteniendo su concepto central: el protagonismo del tío-mago Drosselmeyer. Interpretado en lo técnico y artístico de manera brillante por Luis Ortigoza, el personaje abre y cierra el ballet, siempre moviéndose en su propio universo de realidad y magia. En ese sentido, varias decisiones del ballet tienen lógica: que Clarita y Fritz sean niños; que Drosselmeyer tenga una corte -de elfos, en este caso- que lo acompaña de manera permanente, y que además intervenga en el pas-de-deux final, transformándolo en un pas-de-trois , entre otros detalles.

La Orquesta Filarmónica de Santiago tuvo un buen desempeño dirigida por José Luis Domínguez, marcando cierta tendencia a utilizar tempos lentos.

El público que llenó el Teatro Municipal estuvo dispuesto a vivir la magia haciendo eco de una invitación a compartir en el escenario, tal como si fuera una mesa, una cena de amor, esta vez, en torno al ballet.

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