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Lohengrin


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2011  •  2.776 Palabras (12 Páginas)  •  443 Visitas

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LOHENGRIN

He aquí la antigua leyenda del caballero del Cisne, que cruzo en su barca encantada todos los caminos del cuento y la novela, la poesía y el teatro. La literatura española medieval la tradujo de los libros de caballerías franceses, Y hoy es universalmente conocida en su versión alemana, que la cuenta así:

Al morir el príncipe de Brabante dejó dos hijos: la princesa Elsa, adolescente, y el pequeño Godofredo, bajo la tutela de su pariente el conde Federico.

Juntos jugaban los dos hermanos en el bosque. Elsa, silenciosa, con los ojos fijos en el mar; soñaba con el día feliz en que conocería el amor, y se lo imaginaba en figura de un rubio caballero, armado de brillantes armas y avanzando por el mar en una barca tirada por un cisne. De este modo Elsa solía dar rienda suelta a su fantasía; y permanecía largas horas callada, sentada sobre la yerba, y con los ojos fijos en el mar por donde el misterioso caballero había de aparecer con su barca de encanto.

Un día la sorprendió así la noche en el bosque, entregada a sus sueños, y sin darse cuenta hasta que se vió envuelta en sombras. Llamó a su hermano, que jugaba a su lado, para volver al castillo; pero el niño no contestó a su llamada. Inútilmente le buscó y le llamó a gritos, corriendo todo el bosque. El niño había desaparecido, y fueron vanos cuantos esfuerzos y pesquisas se realizaron por todo el país para hallar su paradero.

El conde Federico lloró la muerte del niño, y compadecía en su corazón a la pobre Elsa, que desde aquel día vivía sumida en constante dolor y encerrada en silencio, apartada de las gentes.

Pero Federico estaba casado con una perversa hechicera, llamada Ortrudis, la cual empezó a sembrar la más amarga duda en su pecho, diciéndole que la princesa Elsa había arrojado al mar a su hermano para heredar ella sola el trono de Brabante. Mucho esfuerzo costaba al conde dar crédito a tan horrenda acusación; pero Ortrudis amontonaba sospechas contra la doncella un día y otro día, haciéndola objeto de las más viles calumnias, hasta que consiguió llevar el odio al corazón de su esposo, el cual decidió acusar públicamente a la princesa Elsa de la muerte de su hermano.

En una ancha pradera, a orillas del río Escalda, frente al mar, está sentado el rey Enrique de Alemania bajo la frondosa encina a cuya sombra se administra justicia. A su lado, los condes y los nobles feudatarios, y enfrente, agolpado en semicírculo, el pueblo brabanzón.

Ante el rey, ceñudo y lleno de ira, habla el conde Federico. A su izquierda, rodeaba por sus doncellas, vestida de blanco y con los ojos inmóviles llenos de lágrimas, la princesa Elsa escucha su acusación.

-Escucha mi querella, rey Enrique, y que el cielo guíe la espada de tu justicia -dijo Federico-. Yo acuso ante ti y ante el pueblo a esta mujer de la muerte de su hermano el príncipe Godofredo. Juntos fueron al bosque, y bien entrada la noche volvió sola a mi casa, pálida y espantada, diciéndome que el niño había desaparecido. Ninguna razón puede alegar el pro de su inocencia; su palidez, su trastorno y los crueles remordimientos que desde entonces la atormentan acusan su crimen. Con la muerte de Godofredo ella hereda. por ley el dominio de este país, tu feudatario. ¡En nombre del pueblo pido justicia contra Elsa de Brabante, la fratricida!

Estas palabras llenan de doloroso asombro al pueblo brabanzón, que se agita como un oleaje en torno a la encina de los juicios.

Elsa, muda y blanca, parece no darse cuanta de nada, con los ojos perdidos en el mar.

El rey Enrique se yergue al escuchar la acusación; cuelga su poderoso escudo de las ramas de la encina y clava su espada delante sí en el suelo.

-Que este escudo deje de protegerme -dice solemnemente- si mi voz no castiga al culpable.

A estas palabras todos los guerreros se despojan de sus armas, que dejan desnudas sobre la yerba. Y hay un hondo silencio de ansiedad.

- ¡Elsa de Brabante! -dice el rey Enrique-. ¿Has escuchada de qué crimen se te acusa?

Elsa no contesta. Sus labios sólo murmuran en voz baja:

- ¡Pobre hermano mío!

- ¡Elsa de Brabante! -vuelve a decir el rey-. Terrible es la acusación y débil el juicio humano para sentenciar. ¿Aceptas someterte a la decisión del cielo?

Elsa hace con la cabeza un gesto afirmativo.

-Y tú, conde Federico, ¿aceptas igualmente la sentencia por un juicio de Dios, sosteniendo con las armas tus palabras?

-Acepto -responde Federico-. He aquí mi espada dispuesta a mantener la acusación. Hágase el llamamiento y salga al campo el que quiera defender contra mí la inocencia de Elsa.

Entonces cuatro heraldos, adelantándose al Norte y al Sur, al Este y al Oeste, señalan el campo de la liza clavando sus lanzas en los cuatro extremos, y hacen sonar al mismo tiempo los clarines, clamando:

- ¡Salga a combatir el que quiera, en juicio de Dios, por la inocencia de Elsa de Brabante!

Nadie se mueve. Los hombres miran con lástima las lágrimas de la princesa, pero ninguno se atreve a defenderla con las armas. Un largo espacio espera el rey, con la cabeza caída sobre el pecho. Después levanta su guante, y la llamada de los heraldos suena por segunda vez. Elsa mira con angustia en torno; pero nadie se adelanta.

Por tercera y última vez suena la llamada de los clarines. Elsa desfallece; los hombres bajan los ojos vergonzados y un mortal silencio responde al llamamiento.

De pronto, bajando por el río, reluciente al sol, aparece un misterioso caballero, de pie en una barca tirada por un cisne. De plata es su armadura y su casco alado de largas crines. Trae una bocina de oro colgada al cinto y una capa blanca con una paloma bordada en el pecho; de oro son también las bridas del blanco cisne.

Al verle, un grito unánime se levanta entre los brabanzones:

- ¡Milagro, milagro!

El caballero llega a la orilla, salta sobre el césped y acaricia el cuello del cisne, que, arrastrando la barca, vuelve río arriba, contra la corriente. Después avanza lentamente, saluda al rey y al pueblo y exclama:

-He aquí el paladín que llega de lejos a defender la inocencia.

Y volviéndose a Elsa la toma en sus brazos, diciendo estas palabras:

-Elsa de Brabante: héme aquí dispuesto a defender con las armas tu

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