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Olicrayoli


Enviado por   •  13 de Enero de 2014  •  1.484 Palabras (6 Páginas)  •  202 Visitas

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Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante un año —se habían casado en abril—su boda fue muy fea pero, para ellos había sido la mejor noche de su vida. Sin duda ella hubiera pensado algo más romántico pero estaban muy enamorados entonces esos detalles eran lo de menos. La cabaña en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La soledad del patio silencioso hacia que la cabaña pareciera abandonada. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En esa extraña cabaña de amor, Carla pasó todo el verano. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía despierta en la casa hostil, queriendo pensar en un método para poder dormir hasta que llegaba su marido y se le nublaban las ideas.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de gastritis que se arrastró insidiosamente días y días; Carla no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín arrastrandose. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la espalda y le dio un abrazo, y Carla rompió en seguida en llanto, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.

Fue ese el último día que Carla estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.

—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si en un mes no se muere, llámeme entre 4 y 5.

Un mes después Carla seguía viva pero más enferma. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Carla no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día en la cama, estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasaban las horas sin oír el menor ruido. Carla Dormía. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida pensando como poder sanar a Carla. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

Pronto Carla comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.

—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

—¡Soy yo, Carla, soy yo!

Carla lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un niño muerto. Los médicos y psicólogos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora

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