La Pacnha
tarealos8 de Junio de 2013
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hecho una traducción fiel y perfecta; pero no quiso hacerlo.
Había en su tiempo en Francia dos partidos muy poderosos, que
mantenían guerra literaria y dividían las opiniones de la multitud.
Voltaire apasionado del gran mérito de Racine, profesaba su escuela, se
esforzó cuanto pudo por imitarle, en las muchas obras que dio al teatro,
y este ilustre ejemplo arrastro a muchos Poetas, que se llamaron
Racinistas. El partido opuesto, aunque no tenía a su frente tan temible
caudillo, se componía no obstante de literatos de mucho mérito; que
prefiriendo lo natural a lo conveniente, lo maravilloso a lo posible, la
fortaleza a la hermosura, los raptos de la fantasía a los movimientos del
corazón, y el ingenio al arte; admirando los aciertos de Corneille, se
desentendían de sus errores e indicaban como segura y única la senda
por donde aquel insigne Poeta subió a la inmortalidad. Pero todos sus
esfuerzos fueron vanos. La multitud de papeles que diariamente se
esparcían por el público, ridiculizando la secta Racinista y apurando
para ello cuantas sutilezas sugiere el ingenio y cuantos medios buscan la
desesperación y la envidia; si por un momento excitaban la risa de los
lectores, caían después en obscuridad y desprecio, cuando aparecía en la
escena francesa la Fedra, la Ifigenia, el Bruto o el Mahomet. Entonces
se publicó la traducción de Letourneur; impresa por suscripción,
dedicada al Rey de Francia y sostenida por el partido numeroso de
aquellos a quienes la reputación de Voltaire atropellaba y ofendía.
Tratose, pues, de exaltar el mérito de Shakespeare y de presentarle a la
Europa culta como el único talento dramático digno de su admiración, y
capaz de disputar la corona a los Eurípides y Sófocles. Así pensaron
abatir el orgullo del moderno trágico francés, y vencerle con armas
auxiliares y extranjeras, sin detenerse mucho a considerar cuán poca
satisfacción debía resultarles de una victoria adquirida por tales medios.
Con estos antecedentes, no será difícil adivinar lo que hizo
Letourneur en su versión de Shakespeare. Reunió en un discurso
preliminar y en las notas y observaciones con que ilustró aquellas obras,
cuanto creyó ser favorable a su causa, repitiendo las opiniones de los
más apasionados críticos ingleses en elogio de su compatriota,
negándose voluntariamente a los buenos principios que dictaron la
razón y el arte y estableciendo una nueva Poética, por la cual, no sólo
quedan disculpados los extravíos de su idolatrado autor, sino que todos
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ellos se erigen en preceptos recomendándolos como dignos de imitación
y aplauso.
En aquellos pasajes en que Shakespeare, felizmente sostenido de su
admirable ingenio, expresa con acierto las pasiones y defectos humanos,
describe y pinta los objetos de la naturaleza o reflexiona melancólico
con profunda y sólida filosofía, allí es fiel la traducción; pero en
aquellos en que se olvida de la fábula que finge, del fin que debió en
ella proponerse, de la situación en que pone a sus personajes, del
carácter que les dio, de lo que dijeron antes, de lo que debe suceder
después; y acalorado por una especie de frenesí, no hay desacierto en
que no tropiece y caiga; entonces el traductor francés le abandona y
nada omite para disimular su deformidad, suponiendo, alterando,
substituyendo ideas y palabras suyas a las que halló en el original;
resultando de aquí una traducción pérfida o por mejor decir, una obra
compuesta de pedazos suyos y ajenos, que en muchas partes no merece
el nombre de traducción.
Lejos, pues, de aprovecharse el traductor español de tales versiones,
las ha mirado, con la desconfianza que debía, y prescindiendo de ellas y
de las mal fundadas opiniones de los que han querido mejorar a
Shakespeare con el pretexto de interpretarle, ha formado su traducción
sobre el original mismo; coincidiendo por necesidad con los traductores
franceses, cuando los hallo exactos, y apartándose de ellos cuando no lo
son, como podrá conocerlo fácilmente cualquiera que se tome la
molestia de cotejarlos.
Esto es sólo cuanto quiere advertir acerca de su traducción. La vida
de Shakespeare y las notas que acompañan a la Tragedia, son obra suya,
y a excepción de una u otra especie que ha tomado de los comentadores
ingleses (según lo advierte en su lugar) todo lo demás, como cosa
propia, lo abandona al examen de los críticos inteligentes.
Si se ha equivocado en su modo de juzgar o por malos principios o
por falta de sensibilidad, de buen gusto o de reflexión, no será inútil
impugnarle; que harto es necesario agitar cuestiones literarias relativas a
esta materia para dar a nuestros buenos ingenios ocupación digna, si se
atiende al estado lastimoso en que yace el estudio de las letras humanas,
los pocos alumnos que hoy cuenta la buena poesía y el merecido
abandono y descrédito en que van cayendo las producciones modernas
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del teatro.
Vida de Guillermo Shakespeare
Guillermo Shakespeare nació en Stratford, pueblo de Inglaterra, en
el Condado de Warwick, año de 1564, de familia distinguida y pobre.
Era su padre comerciante de lanas; y deseando que Guillermo, el mayor
de diez hijos que tenía, llevase adelante el mismo tráfico, le dio una
educación proporcionada a este fin, con exclusión absoluta de
cualesquiera otros conocimientos, que pudieran haberle hecho mirar con
disgusto la carrera a que le destinó. Así fue, que apenas había adquirido
algunos principios de Latinidad en la escuela pública de Stratford,
cuando aún no cumplidos los diecisiete años, le casó con la hija de un
rico labrador y comenzó a ocuparle en el gobierno de la casa, y en las
operaciones de su comercio. Obligado de la necesidad venció Guillermo
la repugnancia que tenía a tal profesión; y hubiera continuado en ella si
un accidente imprevisto no le hubiese hecho salir de la obscuridad en
que estaba, abriéndole el camino a la fortuna y a la gloria.
Acompañado Shakespeare con otros jóvenes mal educados e
inquietos, dio en molestar a un caballero del país llamado Tomás Lucy,
entrando en sus bosques y robándole algunos venados. Esta ofensa irritó
en extremo el ánimo de aquel caballero, y por más que el joven
Guillermo procuró templarle, arrepentido sinceramente de su exceso y
ofreciéndole cuantas satisfacciones pidiese, todo fue en vano; el Señor
Tomás Lucy era uno de aquellos hombres duros que no conocen el
placer de perdonar. Sentido Shakespeare de tal obstinación, quiso
vengarse en el modo que podía, escribiendo contra él alguno versos
satíricos, los primeros que en su vida compuso; poniendo en ridículo a
un hombre iracundo y poderoso, que a este nuevo agravio redobló sus
esfuerzos, imploró todo el rigor de las leyes y le persiguió con tal
empeño que al fin hubo de ceder como más débil, y no hallando
seguridad sino en la fuga, abandonó su patria, y su familia, y se fue a
Londres, solo, sin dinero, ni recomendaciones en aquella ciudad, ni
arrimo alguno.
En aquel tiempo no iban los caballeros encerrados en los coches
entre cristales y cortinas como hoy sucede; iban a caballo, y a la entrada
de los teatros, de las iglesias, de los tribunales, y en otros parajes
públicos, había muchos mozos que se encargaban de guardar las
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caballerías a los que no llevaban consigo criados que se las cuidasen.
Tal fue la ocupación de Shakespeare en los primeros meses de su
residencia en Londres; se ponía a la puerta de un teatro y servía de
mozo de caballos a cuantos le llamaban, para adquirir algunos cuartos
con que poder cenar en un bodegón. ¿Quién, al verle en aquel estado
obscuro e infeliz, hubiera reconocido en él, el mejor Poeta Dramático de
su nación, el que había de excitar la admiración de los sabios, el que
había de merecer estatuas y templos?
La circunstancia de hallarse diariamente a la entrada del teatro, le
facilitó el conocimiento de algunos cómicos, que viendo en él mucha
viveza y buena disposición, se le hicieron amigos y en breve le
determinaron a salir a la escena para desempeñar algunos papeles
subalternos; pero no correspondieron los efectos a la esperanza que de
él se había concebido. Rara vez la naturaleza prodiga sus dones, y casi
nunca permite que un hombre sobresalga en dos facultades distintas;
que tal es la limitación del talento humano. Dícese únicamente que
Shakespeare desempeñaba muy bien el papel del muerto en la tragedia
de Hamlet, elogio que puede considerarse como una prueba de su corta
habilidad
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