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La Pacnha


Enviado por   •  8 de Junio de 2013  •  2.519 Palabras (11 Páginas)  •  262 Visitas

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hecho una traducción fiel y perfecta; pero no quiso hacerlo.

Había en su tiempo en Francia dos partidos muy poderosos, que

mantenían guerra literaria y dividían las opiniones de la multitud.

Voltaire apasionado del gran mérito de Racine, profesaba su escuela, se

esforzó cuanto pudo por imitarle, en las muchas obras que dio al teatro,

y este ilustre ejemplo arrastro a muchos Poetas, que se llamaron

Racinistas. El partido opuesto, aunque no tenía a su frente tan temible

caudillo, se componía no obstante de literatos de mucho mérito; que

prefiriendo lo natural a lo conveniente, lo maravilloso a lo posible, la

fortaleza a la hermosura, los raptos de la fantasía a los movimientos del

corazón, y el ingenio al arte; admirando los aciertos de Corneille, se

desentendían de sus errores e indicaban como segura y única la senda

por donde aquel insigne Poeta subió a la inmortalidad. Pero todos sus

esfuerzos fueron vanos. La multitud de papeles que diariamente se

esparcían por el público, ridiculizando la secta Racinista y apurando

para ello cuantas sutilezas sugiere el ingenio y cuantos medios buscan la

desesperación y la envidia; si por un momento excitaban la risa de los

lectores, caían después en obscuridad y desprecio, cuando aparecía en la

escena francesa la Fedra, la Ifigenia, el Bruto o el Mahomet. Entonces

se publicó la traducción de Letourneur; impresa por suscripción,

dedicada al Rey de Francia y sostenida por el partido numeroso de

aquellos a quienes la reputación de Voltaire atropellaba y ofendía.

Tratose, pues, de exaltar el mérito de Shakespeare y de presentarle a la

Europa culta como el único talento dramático digno de su admiración, y

capaz de disputar la corona a los Eurípides y Sófocles. Así pensaron

abatir el orgullo del moderno trágico francés, y vencerle con armas

auxiliares y extranjeras, sin detenerse mucho a considerar cuán poca

satisfacción debía resultarles de una victoria adquirida por tales medios.

Con estos antecedentes, no será difícil adivinar lo que hizo

Letourneur en su versión de Shakespeare. Reunió en un discurso

preliminar y en las notas y observaciones con que ilustró aquellas obras,

cuanto creyó ser favorable a su causa, repitiendo las opiniones de los

más apasionados críticos ingleses en elogio de su compatriota,

negándose voluntariamente a los buenos principios que dictaron la

razón y el arte y estableciendo una nueva Poética, por la cual, no sólo

quedan disculpados los extravíos de su idolatrado autor, sino que todos

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ellos se erigen en preceptos recomendándolos como dignos de imitación

y aplauso.

En aquellos pasajes en que Shakespeare, felizmente sostenido de su

admirable ingenio, expresa con acierto las pasiones y defectos humanos,

describe y pinta los objetos de la naturaleza o reflexiona melancólico

con profunda y sólida filosofía, allí es fiel la traducción; pero en

aquellos en que se olvida de la fábula que finge, del fin que debió en

ella proponerse, de la situación en que pone a sus personajes, del

carácter que les dio, de lo que dijeron antes, de lo que debe suceder

después; y acalorado por una especie de frenesí, no hay desacierto en

que no tropiece y caiga; entonces el traductor francés le abandona y

nada omite para disimular su deformidad, suponiendo, alterando,

substituyendo ideas y palabras suyas a las que halló en el original;

resultando de aquí una traducción pérfida o por mejor decir, una obra

compuesta de pedazos suyos y ajenos, que en muchas partes no merece

el nombre de traducción.

Lejos, pues, de aprovecharse el traductor español de tales versiones,

las ha mirado, con la desconfianza que debía, y prescindiendo de ellas y

de las mal fundadas opiniones de los que han querido mejorar a

Shakespeare con el pretexto de interpretarle, ha formado su traducción

sobre el original mismo; coincidiendo por necesidad con los traductores

franceses, cuando los hallo exactos, y apartándose de ellos cuando no lo

son, como podrá conocerlo fácilmente cualquiera que se tome la

molestia de cotejarlos.

Esto es sólo cuanto quiere advertir acerca de su traducción. La vida

de Shakespeare y las notas que acompañan a la Tragedia, son obra suya,

y a excepción de una u otra especie que ha tomado de los comentadores

ingleses (según lo advierte en su lugar) todo lo demás, como cosa

propia, lo abandona al examen de los críticos inteligentes.

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