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Caida Oscura

svera16732 de Julio de 2015

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Noches oscuras

La noche estaba viva latiendo con el pulso

de incontables multitudes . Caminó

entre ellos, sin ser visto, indetectabl

e, moviéndose con la fluida gracia de un

depredador de la jungla. Su esencia le in

vadía la nariz. Ropa perfumada. Dulce.

Champú. Jabón. Alcohol. Drogas. SIDA. El

dulce e insidioso olor de la sangre.

Había mucha en esta ciudad. Ganado, ovej

a, presas. La ciudad era el coto de

caza perfecto.

Pero se sentía bien ese día, aunque la sa

ngre le susurraba, tentándole con la

promesa de fuerza y poder, el seductor fr

enesí de la excitación, se abstuvo de

satisfacer sus deseos. Después de tantos siglos de caminar por la tierra, sabía

que las promesas susurradas estaban va

cías. Ya tenía una fuerza y poder

enormes, y sabía que el frenesí, aunque podía

ser adictivo, era la misma ilusión

que proporcionaban las drogas en los humanos.

El estadio de esta moderna ciudad

era enorme, con miles de personas

aglomeradas dentro. Caminó pasando a los

guardias sin dudar, con la seguridad

de que no podrían detectar su presencia.

El espectáculo de magia que combinaba

escapismo, desaparic

ión y misterio

estaba casi finalizando, y conteniendo el al

iento un silencio de anticipación había

caído sobre la multitud. Sobre el esc

enario una columna de niebla rosa surgió

desde el punto donde, un momento ant

es, la maga había estado en pie.

Se mezcló entre las sombras, su mirada gr

is pálida recorrió el escenario. Entonces

ella emergió de la niebla, la fantas

ía, el sueño de todo hombre, de calidas y

húmedas noches. De raso y seda. Mística, misteriosa, una mezcla de inocencia y

seducción, se movía con la gracia de una encantadora. El espeso pelo negro

azulado caía en cascada formando ondas hasta sus delgadas caderas. Un vestido

blanco de estilo Victoriano cubría su

cuerpo, moldeando sus altos y turgentes

pechos así como su delgado tórax y la estrecha y diminuta cintura. Pequeños

botones de perlas bajaban por la parte delant

era del vestido, abiertos a partir de

los muslos, revelando incitantes vistazos

de piernas bien formadas. Gafas oscuras

de fabricación especial ocultaban sus ojos

pero atraían la atención a la lujuriosa

boca, los dientes perfectos, los pómulos clásicos.

Savannah Dubrinsky, una de las más grandes magas del mundo.

Él había soportado casi mil años de negro vací

o, sin alegría, sin rabia, sin deseo,

sin emoción. Nada, excepto la bestia

agazapada, hambrienta,

insaciable. Nada

más que la oscuridad, la mancha que se extendía por su alma. Sus pálidos ojos se

deslizaron sobre la pequeña y pe

rfecta figura, y la necesidad le invadió. Dura.

Hambrienta. Dolorosa. Su cuerpo se inflamó, se endureció, cada músculo se

tensó, caliente y doloroso. Sus dedos

se cerraron lentamente alrededor del

respaldo de un asiento del estadi

o, hundiéndose prof

undamente, dejando las

impresiones visibles de los dedos de un

hombre en el metal. La transpiración

bañaba su frente. Permitió que el

dolor pasara sobre él, a través de él. Lo saboreó.

Lo sintió.

Su cuerpo no sólo la quería. La exigía, ardía por ella. La bestia elevó la cabeza y

la miró, marcándola, reclamándola. El

hambre surgió brusca, peligrosa,

ferozmente.

...

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