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Cotirianidad


Enviado por   •  20 de Septiembre de 2014  •  567 Palabras (3 Páginas)  •  155 Visitas

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escasas las lágrimas (excepto quizá de los muy pequeños) y pocos

los gritos de júbilo. La asistencia de los niños a la escuela es, en nuestra sociedad, una experiencia tan

corriente que pocos de nosotros nos detenemos apenas a considerar lo que sucede cuando están allí.

Desde luego, nuestra indiferencia desaparece ocasionalmente. Cuando algo va mal o se nos informa de

un logro importante, podemos reflexionar, por un instante al menos, sobre el significado de la

experiencia para el niño en cuestión. Pero la mayor parte del tiempo simplemente advertimos que

nuestro Johnny se dirige a la escuela y que ha llegado el momento para una segunda taza de café.

Desde luego, los padres se interesan por

lo bien

que Johnny realice todo allí. Cuando regrese al

hogar, es posible que le pregunten cómo le fueron hoy las cosas o, en términos más generales, cómo va.

Pero tanto las preguntas como las respuestas se centran en los hitos de la experiencia escolar —sus

aspectos infrecuentes— más que en los hechos vanos y aparentemente triviales que constituyeron el

conjunto de sus horas escolares. En otras palabras, los padres se preocupan por el condimento de la

vida escolar más que por su propia naturaleza.

También los profesores se interesan sólo por un aspecto muy limitado de la experiencia escolar

de un pequeño. Es probable además que se concentren en actos específicos de mala conducta o de

logros como representación de lo que un determinado alumno hizo ese día en la escuela, aunque los

actos en cuestión supusieran tan sólo una pequeña fracción de tiempo del estudiante. Como los padres,

los profesores rara vez reflexionan sobre el significado de los millares de acontecimientos fugaces que

se combinan para formar la rutina del aula.

El propio alumno no se muestra menos selectivo. Incluso si alguien se molestara en preguntarle

por los detalles de su día escolar, probablemente sería incapaz de formular una relación completa de lo

que hizo. También para él se ha reducido el día en la memoria a un pequeño número de acontecimientos

señalados («Saqué una buena nota en el examen de ortografía»; «Llegó un chico nuevo y se sentó a mi

lado») o a actividades recurrentes («Fuimos a gimnasia», «Hemos tenido música»). Su recuerdo

espontáneo de los detalles no es muy superior a lo exigido para responder a nuestras preguntas

convencionales.

Desde el punto de vista del interés humano resulta comprensible la concentración en los hitos

de la vida escolar. Se opera un proceso similar de selección cuando investigamos otros tipos de

actividad cotidiana o hacemos una relación de ellos. Cuando se nos pregunta sobre nuestro viaje al

centro de la ciudad o nuestra jornada en la oficina, rara vez nos molestamos en describir el

desplazamiento en autobús o el tiempo que pasamos frente a la máquina del café. Desde luego resulta

más probable que digamos que nada sucedió en vez de contar los hechos rutinarios que se desarrollaron

desde que salimos de casa hasta que regresamos. A no ser que hubiera ocurrido algo interesante, no

tiene sentido hablar de nuestra experiencia.

Sin embargo, desde el punto de vista de dar forma y significado a nuestras vidas, estos hechos

sobre los que rara vez hablamos pueden ser tan importantes como los que retienen la atención de quien

nos escucha. Ciertamente representan una porción de nuestra experiencia mucho más grande que la de

aquellos que nos sirven como tema de conversación. La rutina cotidiana, la «carrera de las ratas» y los

tediosos «afanes cotidianos» pueden quedar iluminados de vez en cuando por acontecimientos que

proporcionan color a una existencia por lo demás gris; pero esa monotonía de nuestra vida cotidiana

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