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Enviado por   •  14 de Octubre de 2012  •  3.659 Palabras (15 Páginas)  •  252 Visitas

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El papel del docente es un punto clave del proceso de enseñanza-aprendizaje, por lo cual,

para comprender como opera la reproducción de la condición social subordinada a través de

la practica educativa, este es un elemento que no se pude relegar.

Uno de los aspectos que deberían tomarse en cuenta a la hora de considerar el análisis del

rol docente es no perder nunca de vista que el docente es el mediador entre el mundo

subjetivo (los estudiantes, su particular condición y representación del mundo), y el mundo

que se pretende hacer pasar por objetivo (el orden social imperativo). Como han planteado

Bourdieu y Chamboredon:

En una formación social determinada la acción pedagógica legitima, o sea, dotada de

la legitimidad dominante, no es más que la imposición arbitraria de una arbitrariedad

cultural dominante, en la medida en que es ignorada en su verdad objetiva de acción

pedagógica dominante y de arbitrariedad cultural dominante. (Bourdieu, Passeron,

1996, p. 62)

Por tanto, debería considerarse, no solo el lugar que ocupa el docente en el plano de la

lucha de clases, lo cual es muy importante, pero además de ello debe tomarse en cuenta las

propias representaciones que posee el docente respecto al mundo objetivo, respecto a la

sociedad burguesa, y el sistema capitalista, respecto de las nociones de ser humano, en fin,

la concientización de y explicitación de sus cargas axiologicas. Es posible encontrar casos en

Revista Electrónica “Actualidades Investigativas en Educación”

______________________________________________________________Volumen 9, Número 2, Año 2009, ISSN 1409-4703

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los que las representaciones que posea el docente no estén del todo claras, o precisas, pero

siempre se encontrarán indicios de una ideología (de la cual se es conciente o no) que

determina su proceder. De tal modo, esta condición o función asumida por los docentes

puede ser ya bien de forma consciente o no.

Si afirmamos que el poder personal que un sujeto cree poseer al ocupar un puesto de

autoridad (padre, maestro o gobernante) es ilusorio, es porque, es la estructura la que

asigna ese poder, por una parte, y porque el mismo solo puede entenderse en tanto

haya otros que a través de su reconocimiento mantienen a alguien en ese lugar. De

ninguna manera podría concebirse que un sujeto pueda tener poder por lo que el

mismo es. En este sentido es necesario recordar que el hombre, como el psicoanálisis

lo ha descubierto, no domina, sino que esta dominado. Es un sujeto sometido a un

orden cultural que lo constituye como tal. El orden simbólico le posibilita ser solo en

tanto que representado en sus redes significantes. (Gerber, 1992, p. 46)

Por tal razón, debe tenerse en cuenta que, al ser el docente el representante de una cultura

sobre la cual se va a instruir a los alumnos, este, se encuentra en una posición de poder

respecto a los estudiantes, lo cual de modo simbólico, representa una jerarquización del

orden social de la vida real, en términos histórico-sociales, cuya representación será

interiorizada por los sujetos de aprendizaje.

El fenómeno de la imagen idealizada en el docente es uno de los problemas más serios y menos tomados en cuenta en la educación, ya que la mayoría de las renovaciones pedagógicas están basadas en el “deber ser” del docente, no en lo que “es”; se pretende que el maestro sea un modelo de enseñanza, más que reconocer que es una persona que pretende educar.

Aunque esto parece simple, entramos a una de las complejidades más serias de la educación y más íntimas del docente: su persona.

Frecuentemente ha sido discutido que, aunque los sistemas de gobierno encargados de la educación elaboren interesantes diagnósticos y hagan lúcidas propuestas, difícilmente éstas serán seguidas por los maestros en su mundo privado: el aula. El reclamo está centrado en que el maestro no se apropia del cambio, se deja llevar por las inercias, etc.

En realidad, estas propuestas no evolucionan porque el problema está mal planteado desde sus orígenes, los cuales responden a la visión del mundo: ¿qué debemos cambiar del maestro para que sea un buen maestro? ¿qué debemos dar al maestro para que sea buen maestro?

Si las propuestas fueran planteadas desde lo que sí se tiene, hablaríamos de potenciar, apoyar o impulsar al maestro, pero desde su propia plataforma, desde lo que sí puede hacer, desde sus propias fortalezas y debilidades, planteamiento éste mucho más complejo y sin embargo más certero.

Pretender ver a la persona detrás del docente, es entrar en un mundo de satisfacciones y tensiones, de amores y desamores. Si bien es un mundo lleno de complejidades, es importante penetrar en él, dado que “es necesario que el enseñante tome conciencia de las tensiones y conflictos que se viven en el campo escolar y tenga el coraje de reconocer la ansiedad que ello le provoca para preservar su equilibrio psíquico.” (Abraham, 1987:10).

Son muchas las tensiones que envuelven el ser docente, desde las propias confrontaciones sociales y la devaluación de su práctica, hasta la contradicción permanente en la que por la naturaleza de su trabajo, “aspira a un alto status intelectual y la pobreza económica en la que generalmente vive” (Adorno, en Glazman,1986:14) no le permite aspirar a un alto status social.

Una de las tensiones importantes que reportan algunos autores, entre ellos Adorno (1986) y

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