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LSANCHEZ119

LSANCHEZ11914 de Octubre de 2014

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La palabra adventus significa venida, advenimiento. Proviene del verbo «venir».

Es utilizada en el lenguaje pagano para indicar el adventus de la divinidad: su

venida periódica y su presencia teofánica en el recinto sagrado del templo. En

este sentido, la palabra adventus viene a significar «retorno» y «aniversario».

También se utiliza la expresión para designar la entrada triunfal del emperador:

Adventus divi. En el lenguaje cristiano primitivo, con la expresión adventus se

hace referencia a la última venida del Señor, a su vuelta gloriosa y definitiva.

Pero en seguida, al aparecer las fiestas de navidad y epifania, adventus sirvió

para significar la venida del Señor en la humildad de nuestra carne. De este

modo la venida del Señor en Belén y su última venida se contemplan dentro de

una visión unitaria, no como dos venidas distintas, sino como una sola y única

venida, desdoblada en etapas distintas. Aun cuando la expresión haga

referencia directa a la venida del Señor, con la palabra adventus la liturgia se

refiere a un tiempo de preparación que precede a las fiestas de navidad y

epifanía. Es curiosa la definición del adviento que nos ofrece en el siglo IX

Amalario de Metz: «Praeparatio adventus Domini». En este texto el autor

mantiene el doble sentido de la palabra: venida del Señor y preparación a la

venida del Señor. Esto indica que el contenido de la fiesta ha servido para

designar el tiempo de preparación que la precede.

1. Ilustración Historica

La historia de este período de tiempo es sencilla. Parece fuera de discusión el

origen occidental del adviento. A medida que las fiestas de navidad y epifanía

iban cobrando, en el marco del año litúrgico, una mayor relevancia, en esa

misma medida fue configurándose como una necesidad vital la existencia de un

breve periodo de preparación que evocara, al mismo tiempo, la larga espera

mesiánica. Habría que considerar también un cierto mimetismo litúrgico que

invitaría a plasmar aquí lo que la cuaresma es a pascua. Más aún, la posible

celebración del bautismo vinculada por algunas Iglesias de occidente a epifanía,

especialmente en Galia y España, motivaría también la institución de un tiempo

de preparación catecumenal. Este último hecho, expresado aquí en términos de

hipótesis, explicaría por qué el adviento aparece primeramente en Galia y en

España no como preparación a la solemnidad del 25 de diciembre, sino como

preparación a la fiesta de epifanía.

Al principio ni siquiera se llama adviento. Es un tiempo de preparación a la

fiesta de epifanía que dura tres semanas. Hay que anotar, sin embargo, que de

esta primera fase original no se encuentra ningún rastro en los libros litúrgicos

más antiguos. Más aún, estas tres semanas de preparación habría que

entenderlas en el marco de la piedad y de la ascesis cristiana, al margen de

estructuras litúrgicas consolidadas y estables, bien como acompañamiento de la

comunidad a quienes se preparaban al bautismo, o bien como reacción contra

los saturnales paganos, que tenían lugar precisamente durante esos días. A

finales del siglo V comienza a dibujarse en Galia una nueva imagen del

adviento. No se trata ya de tres semanas, sino de un largo período de cuarenta

días que daba comienzo a partir del día de san Martín (15 de noviembre) y se

prolongaba hasta el día de navidad. Se trataba, pues, de una verdadera

«cuaresma de invierno» o, como prefieren otros, «cuaresma de san Martín». En

España, la evolución del adviento se orienta en el mismo sentido. Los libros

litúrgicos, que reflejan la liturgia hispana del siglo VII, nos ofrecen un adviento

de treinta y nueve días. Comenzaba el día de san Acisclo (17 de noviembre) y

terminaba el día de navidad'.

A pesar de las evidentes afinidades entre la cuaresma y este adviento de

cuarenta días, sería un error interpretar ambos períodos de tiempo con el

mismo patrón. En ambos casos se trata de un período de preparación. Pero en

adviento la práctica penitencial del ayuno no tuvo jamás la relevancia que tenía

en cuaresma. Adviento, en esta segunda fase, venía a ser un tiempo

consagrado a una vida cristiana más intensa y más consciente, con una

asistencia más asidua a las celebraciones litúrgicas que ofrecían un marco

adecuado a la piedad cristiana.

La institución del adviento no aparece en Roma hasta mediados del siglo VI.

Los primeros testimonios los encontramos en los libros litúrgicos. Precisamente

en el Sacramentario gelasiano. En una primera fase el adviento romano incluía

seis domingos. Posteriormente, a partir de san Gregorio Magno, quedará

reducido a cuatro. Y así ha llegado a nosotros.

Originariamente, el adviento romano aparece como una preparación a la fiesta

de navidad. En ese sentido se expresan los textos litúrgicos más antiguos. A

partir del siglo VII, sin embargo, al convertirse la navidad en una fiesta más

importante, en competencia incluso con la fiesta de pascua, el adviento

adquirirá una dimensión y un enfoque nuevos. Más que un período de

preparación, polarizado en el acontecimiento natalicio, el adviento se perfilará

como un «tiempo de espera», como una celebración solemne de la esperanza

cristiana, abierta escatológicamente hacia el adventus último y definitivo del

Señor al final de los tiempos. El adviento que hoy celebra la Iglesia ha

mantenido esta doble perspectiva.

2. Espíritu y dimensión del adviento hoy

Toda la mística de la esperanza cristiana se resume y culmina en el adviento.

Por otra parte, también es cierto que la esperanza del adviento invade toda la

vida del cristiano, la penetra y la envuelve.

Hay que distinguir en el adviento una doble perspectiva: una existencial y otra

cultual o litúrgica. Ambas perspectivas no sólo no se oponen, sino que se

complementan y enriquecen mutuamente. La espera cultual, que se consuma

en la celebración litúrgica de la fiesta de navidad, se transforma en esperanza

escatológica proyectada hacia la parusía final. La espera, en última instancia, es

única; porque la venida del Señor, aparentemente múltiple y fraccionada,

también es única.

Las primeras semanas del adviento subrayan el aspecto escatológico de la

espera abriéndose hacia la parusía final; en la última semana, a partir del 17

de diciembre, la liturgia del adviento centra su atención en torno al

acontecimiento histórico del nacimiento del Señor, actualizado

sacramentalmente en la fiesta.

3. Adviento y esperanza escatológica

La liturgia del adviento se abre con la monumental visión apocalíptica de los

últimos tiempos. De este modo, el adviento rebasa los límites de la pura

experiencia cultual e invade la vida entera del cristiano sumergiéndola en un

clima de esperanza escatológica. El grito del Bautista: «Preparad los caminos

del Señor», adquiere una perspectiva más amplia y existencial, que se traduce

en una constante invitación a la vigilancia, porque el Señor vendrá cuando

menos lo pensemos. Como las vírgenes de la parábola, es necesario alimentar

constantemente las lámparas y estar en vela, porque el esposo se presentará

de improviso. La vigilancia se realiza en un clima de fidelidad, de espera

ansiosa, de sacrificio. El grito del Apocalipsis: «¡Ven, Señor, Jesús!», recogido

también en la Didajé, resume la actitud radical del cristiano ante el retorno del

Señor. En la medida en que nuestra conciencia de pecado es más intensa y nuestros límites e indigencia se hacen más patentes a nuestros ojos, más ferviente es nuestra esperanza y más ansioso se manifiesta nuestro deseo por la vuelta del Señor. Sólo en él está la salvación. Sólo él puede librarnos de nuestra propia miseria. Al mismo tiempo, la seguridad de su venida nos llena de alegría. Por eso la espera del adviento, y en general la esperanza cristiana, está cargada de alegría y de confianza.

4. Adviento y compromiso histórico

La invitación del Bautista a preparar los caminos del Señor nos estimula a

realizar una espera activa y eficaz. No esperamos la parusía con los brazos

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