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LOS ALIMENTOS TRANSGENICOS Y LAS CORPORACIONES


Enviado por   •  21 de Noviembre de 2012  •  2.425 Palabras (10 Páginas)  •  500 Visitas

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Es indiscutible el daño para la salud y el medio ambiente. La ingeniería genética aplicada a los vegetales, animales y a los diversos alimentos humanos entraña serios riegos de salud y de vida, porque rompe con las leyes de la naturaleza. El traspaso de genes de un organismo a otro, de una especie vegetal o animal a otra, puede producir serios trastornos, muchos de ellos de consecuencias impredecibles.

Las transnacionales productores de semillas, alimentos y agroquímicos -entre ellos MONSANTO- usan la ingeniería genética para producir semillas estériles (que no se reproducen), semillas híbridas (que degeneran en cada cosecha), pollos pelones, vacas superlecheras, tomates resistentes al frío, soya, maíz, papas y otros cultivos resistentes a las plagas (porque le meten a las semillas bacterias que rechazan las plaga), pero que tienen efectos nocivos para la vida vegetal, animal y humana.

Las semillas que ofertan esas corporaciones generan productos tóxicos y células cancerígenas; y, además, producen resultados descendentes en las cosechas, al tiempo que los productores nacionales quedan atados al suministro transnacional.

Así las cosas, los cultivos transgénicos erosionan la seguridad alimentaria y la salud, en cuando consumimos productos dañinos a la integridad física y mental; y afectan la soberanía alimentaria, dado que las semillas transformadas y los secretos de la ingeniería alimentaria son propiedad exclusiva de las trasnacionales.

Las grandes corporaciones de las semillas y los alimentos transgénicos son cinco: Monsanto y Dupont de EEUU, AstraZeneca de Inglaterra y Suecia, Novatis de Suiza y Aventis de Francia. Ellas dominan el 80% de la biología genética del mundo, el 60 % del mercado de plaguicidas, el 100% de semillas transgénicas y el 23 % del mercado de semillas naturales.

Las principales empresas multinacionales químicas, las responsables de la contaminación tóxica por sustancias sintéticas nocivas o por pesticidas, controlan ahora la investigación y aplicación industrial de la ingeniería genética o por pesticidas, bajo el derecho de patentes que creará monopolios absolutos orientados sobre todo al desarrollo de cultivos resistentes a sus propios herbicidas. La Empresa Multinacional Monsanto tiene el 80% del mercado de las plantas transgénicas, seguida por Aventis con el 7%, Syngenta (antes Novartis) con el 5%, BASF con el 5% y DuPont con el 3%. Estas empresas también producen el 60% de los plaguicidas y el 23% de las semillas comerciales.

En su dinámica empresarial predomina el afán de aumentar sus ganancias, sin importarles los efectos dañinos sobre la naturaleza, el ambiente y los seres humanos.

La razón como siempre es la codicia disfrazada con argumentos comerciales y políticos. Como ejemplo, la multinacional Monsanto, que manipuló las semillas de soja para hacerlas resistente a su plaguicida de amplio espectro Roundup, que supone la cuarta parte de los ingresos de esta empresa, las patentó, y ahora se las vende a los agricultores bajo estrictas condiciones de un contrato-licencia de uso, como los programas informáticos, hasta con, incluso, acceso a sus tierras de cultivo los siguientes dos años de la cosecha.

La revolución verde de los transgénicos fue una campaña de gobiernos y empresas para convencer a los agricultores de países en desarrollo para que sustituyeran cultivos autóctonos por variedades de alto rendimiento dependientes de productos químicos y fertilizantes. En la India provocó la pérdida de casi 50.000 arroces distintos, en Indonesia se han extinguido 1.500 variedades locales de arroz en los últimos 15 años. Los insecticidas y herbicidas, empleados necesariamente, causaron la pérdida de numerosas especies que vivían en los arrozales. Desde que en los años 40 Estados Unidos introdujera los insecticidas, las pérdidas de cosechas por plagas se han incrementado un 13%...

Es falso que procuren resolver los problemas agrícolas y de alimentación de los pueblos: su móvil esencial es el lucro a como dé lugar. Su política de comercialización, además, se caracteriza por vender paquetes completos, en los que semillas transgénicas se ofertan atadas a los fertilizantes, fungicidas y herbicidas, incluidos los nefastos “herbicidas plásticos”

MONSANTO, por ejemplo, estuvo involucrada en la creación del llamado “agente Naranja”, usado por el Pentágono en la guerra de Vietnam para quemar enormes extensiones de cultivos y bosques, que a su vez provocaron la muerte de más de 400 mil vietnamitas, junto a deformaciones y enfermedades terminales a muchos sobrevivientes y a sus descendientes.

Hace 34 años la humanidad tenía un problema, la ciencia tenía una fascinación, y la industria tenía una oportunidad. Nuestro problema era la injusticia. Las masas de hambrientos crecían y al mismo tiempo la cantidad de campesinos y agricultores disminuían. La ciencia mientras tanto, estaba fascinada por la biotecnología –la idea de que podríamos manipular genéticamente los cultivos y el ganado (y la gente) para insertarle características que supuestamente superarían todos nuestros problemas. La industria de los agronegocios vio la oportunidad de extraer las enormes ganancias latentes en toda la cadena alimentaria. Pero el sistema alimentario tremendamente descentralizado les impedía llenarse los bolsillos. Para remediar esta enojosa situación había que centralizarlo. Todo lo que la industria tuvo que hacer fue convencer a los gobiernos de que la revolución genética de la biotecnología podía poner fin al hambre sin hacer daño al ambiente. Pero, dijeron, la biotecnología era una actividad con demasiado riesgo para pequeñas empresas y demasiado cara para investigadores públicos. Para llevar esta tecnología al mundo, los fitomejoradores públicos tendrían que dejar de competir con los fitomejoradores privados.

Los reguladores tendrían que mirar para otro lado cuando las empresas de agroquímicos compraran compañías de semillas que, a su vez, compraron otras compañías de semillas. Los gobiernos tendrían que proteger las inversiones de las industrias otorgándoles patentes, primero sobre las plantas y luego sobre los genes. Las reglamentaciones de inocuidad para proteger a los consumidores, ganadas arduamente en el transcurso de un siglo, tendrían que rendirse ante los alimentos y medicamentos modificados genéticamente.

La industria obtuvo lo que quiso. De las miles de compañías de semillas e instituciones públicas de mejoramiento de cultivos que existían treinta años atrás, ahora solo quedan diez transnacionales que controlan más de dos tercios de las ventas mundiales de semillas que están bajo propiedad intelectual. De las docenas de compañías de plaguicidas que existían hace treinta años, diez controlan ahora casi el 90%

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