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Comercio


Enviado por   •  22 de Abril de 2014  •  Ensayos  •  1.625 Palabras (7 Páginas)  •  143 Visitas

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Había una vez una princesa muy bella, que vivía en un castillo lejano llamado Yujulandia. La princesa tenia como mascota, un caballo muy peludo. Él era el rey de todos los caballos.

La princesa estaba casada con un apuesto príncipe que también tenía como mascota una yegua, muy bonita, que usaba vestidos, tacones y joyas.

LOS TRES AMIGOS

Había una vez tres amigos a los que le gustaba estar juntos; pero uno de ellos era negrito y quería ser blanquito. Un amigo empezó a investigar la forma de como volver a su amigo blanquito y encontró que en un pueblo muy lejano había un mar donde si el niño entraba cambiaba de color.

Entonces le dijo al amigo:

- Ya se la forma de como volverte blanquito.

El amigo le dice: – Si, ¿cual es?

- Tenemos que viajar a un lugar donde hay un mar que te puede cambiar de color.

El amigo le dice: - Bueno, ¡vamos, no esperemos más!

Se pusieron en marcha los tres amigos, primero viajaron en tren, pasaron muchas dificultades hasta que por ultimo llegaron al lugar que le habían dicho.

Para su sorpresa, encontraron que era un mar de chocolates. Emocionados se dejaron llevar por sus deseos y terminaron dos de ellos metidos dentro del chocolate comiendo ese delicioso manjar.

De pronto el negrito le dice:

- Amigos salir para meterme yo y poder cambiar de color.

Ellos contestaron: - Ven y nos bañamos todos juntos.

Se metió en el mar y y cuando ya estuvieron saciados salieron y se dieron cuenta que los que habían cambiado de color eran ellos, los amigos del negrito. Se pusieron a llorar y dijeron:

- Perdónanos solo queríamos que tu fueras como nosotros. Dios, ayúdanos a salir de esto, de hoy en adelante aceptaremos a todos como somos. No nos dimos cuenta que lo que cuenta es lo que esta en el corazón.

De un momento a otro el chocolate que tenían en sus cuerpo se derretía e iba cayendo lentamente. Miraron al cielo y le dieron gracias a Dios.

FIN

Moraleja: Las personas se deben aceptar tal cual y como son, no importa su color, su religión o sus costumbres.

este es otro

Me lo dijo el bosque

Fermín apenas había cumplido seis años. Vivía con sus padres y sus hermanos Juan y Ramón, en un pueblo cercano a un bosque de niebla, en lo alto de una montaña, donde crecían orquídeas y helechos y volaban los quetzales. El pequeño no podía disfrutar de esas imágenes porque era ciego de nacimiento. Sus padres lo habían llevado a la ciudad más cercana para darle tratamiento, pero el médico les había dicho que su problema no tenía cura.

Con todo y eso el pequeño llevaba una vida normal y estudiaba gracias a la lectura en voz alta que hacían sus familiares. Los demás habitantes lo respetaban, pero no le tenían el mismo aprecio que a los niños con vista normal, pues sentían que no podría ayudarlos en las faenas del campo. No sabían que, al carecer de vista, Fermín había desarrollado más de lo normal sus otros sentidos: su olfato era más refinado, su oído detectaba sonidos imperceptibles para los demás y sus dedos podían percibir cambios sutiles en los objetos. Su mejor amigo era el bosque de niebla. Cuando sus manos percibían la humedad del musgo en los troncos informaba: “el bosque me dijo que va a llover”; cuando sus oídos escuchaban un aleteo casi imperceptible entre las hojas, anunciaba “Vengan: dice el bosque que el quetzal no tarda”. Sus padres y sus hermanos lo escuchaban atentamente pues por él se enteraban de muchas cosas.

Eran tiempos de la Revolución y los bandoleros aprovechaban para saquear los pueblos: montados a caballo se metían a las casas, tomaban los objetos y se robaban a las muchachas. Los habitantes del pueblo de Fermín se creían a salvo, pues pensaban que los bandoleros andaban lejos, pero en realidad los pillos planeaban atacarlo y andaban cerca de allí. Una mañana, paseando por el bosque, Fermín notó señales extrañas. Tocó los troncos y percibió la vibración de una cabalgata; respiró, y olió el humo de fogatas; aguzó su oído, y escuchó ecos de un corrido. ¡El bosque le dijo que los bandoleros iban hacia el pueblo!

Nervioso, lo informó a los habitantes pero no le hicieron caso. Sus hermanos lo tomaron en serio y corrieron por las calles recomendando a todos que apagaran velas y braseros, que se quedaran quietos y guardaran a sus perros para que los malvados no ubicaran el pueblo. Orgulloso de Fermín, el bosque —con ayuda de la lluvia y la noche— produjo una espesa neblina que ocultó las casas entre los montes. Al acercarse, uno de los bandoleros dijo: “Aquí no se ve nada pelados. ¡Era mentira lo del pueblo!” y se alejaron

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