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Corazonada


Enviado por   •  12 de Marzo de 2013  •  1.526 Palabras (7 Páginas)  •  558 Visitas

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CORAZONADA

Apreté dos veces el timbre y en seguida supe que me iba a quedar.

Heredé de mi padre, que en paz descanse, estas corazonadas. La

puerta tenía un gran barrote de bronce y pensé que iba a ser bravo

sacarle lustre. Después abrieron y me atendió la ex, la que se iba.

Tenía cara de caballo y cofia y delantal. "Vengo por el aviso", dije. "Ya

lo sé", gruñó ella y me dejó en el zaguán, mirando las baldosas.

Estudié las paredes y los zócalos, la araña de ocho bombitas y una

especie de cancel.

Después vino la señora, impresionante. Sonrió como una Virgen, pero

sólo como. "Buenos días." "¿Su nombre?" "Celia." "¿Celia qué?" "Celia

Ramos." Me barrió de una mirada. La pipeta. "¿Referencias?" Dije

tartamudeando la primera estrofa: "Familia Suárez, Maldonado 1346,

teléfono 90948. Familia Borrello, Gabriel Pereira 3252, teléfono

413723. Escribano Perrone, Larraíaga 3362, sin teléfono." Ningún

gesto. "¿Motivos del cese?" Segunda estrofa, más tranquila: "En el

primer caso, mala comida. En el segundo, el hijo mayor. En el tercero,

trabajo de mula." "Aquí", dijo ella, "hay bastante que hacer". "Me lo

imagino." “Pero hay otra muchacha, y además mi hija y yo ayudamos.

" "Sí señora." Me estudió de nuevo. Por primera vez me di cuenta que

de tanto en tanto parpadeo. "¿Edad?" "Diecinueve." "¿Tenés novio?"

"Tenía." Subió las cejas. Aclaré por las dudas: "Un atrevido. Nos

peleamos por eso." La Vieja sonrió sin entregarse. "Así me gusta.

Quiero mucho juicio. Tengo un hijo mozo, así que nada de sonrisitas ni

de mover el trasero." Mucho juicio, mi especialidad. Sí, señora. "En

casa y fuera de casa. No tolero porquerías. Y nada de hijos naturales,

¿estamos?" "Sí señora." ¡Ula Marula! Después de los tres primeros días

me resigné a soportarla. Con todo, bastaba una miradita de sus ojos

saltones para que se me pusieran los nervios de punta. Es que la vieja

parecía verle a una hasta el hígado. No así la hija, Estercita,

veinticuatro años, una pituca de ocai y rumi que me trataba como a

otro mueble y estaba muy poco en la casa. Y menos todavía el patrón,

don Celso, un bagre con lentes, más callado que el cine mudo, con

cara de malandra y ropas de Yriart, a quien alguna vez encontré

mirándome los senos por encima de Acción. En cambio el joven Tito,

de veinte, no precisaba la excusa del diario para investigarme como

cosa suya. Juro que obedecí a la Señora en eso de no mover el trasero

con malas intenciones. Reconozco que el mío ha andado un poco

dislocado, pero la verdad es que se mueve de moto propia. Me han

dicho que en Buenos Aires hay un doctor japonés que arregla eso,

pero mientras tanto no es posible sofocar mi naturaleza. 0 sea que el

muchacho se impresionó. Primero se le iban los ojos, después me

atropellaba en el corredor del fondo. De modo que por obediencia a la

Señora, y también, no voy a negarlo, pormigo misma, lo tuve que

frenar unas diecisiete veces, pero cuidándome de no parecer

demasiado asquerosa. Yo me entiendo. En cuanto al trabajo, la gran

siete. "Hay otra muchacha" había dicho la Vieja. Es decir, había. A

mediados de mes ya estaba solita para todo rubro. "Yo y mi hija

ayudamos", había agregado. A ensuciar los platos, cómo no. A quién

va a ayudar la vieja, vamos, con esa bruta panza de tres papadas y

esa metida con los episodios. Que a mí me gustase Isolina o la

Burgueño, vaya y pase y ni así, pero que a ella, que se las tira de

avispada y lee Selecciones y Lifenespañol, no me lo explico ni me lo

explicaré. A quién va a ayudar la niña Estercita, que se pasa

reventándose los granos, jugando al tenis en Carrasco y

desparramando fichas en el Parque Hotel. Yo salgo a mi padre en las

corazonadas, de modo que cuando el tres de junio (fue San Cono

bendito) cayó en mis manos esa foto en que Estercita se está bañando

en cueros con el menor de los Gómez Taibo en no sé qué arroyo ni a

mí qué me importa, en seguida la guardé porque nunca se sabe. ¡A

quién van ayudar! Todo el trabajo para mí y aguantate piola. ¿Qué

tiene entonces de raro que cuando Tito (el joven Tito, bah) se puso de

ojos vidriosos y cada día más ligero de manos, yo le haya aplicado el

sosegate y que habláramos claro? Le dije con todas las letras que yo

con ésas no iba, que el único tesoro que tenemos los pobres

...

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