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Cumanacoa


Enviado por   •  30 de Enero de 2013  •  4.348 Palabras (18 Páginas)  •  268 Visitas

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El tema de la cultura en el pensamiento latinoamericano.

Pablo Guadarrama González.

Si bien es cierto que el tema de la cultura tomó progresivo interés en el pensamiento latinoamericano especialmente en las últimas décadas del siglo XX y hoy en día abunda la literatura que se dedica a su estudio ; no debe ignorarse que las reflexiones sobre el lugar, los valores y los problemas de la cultura en general y en especial de su especificidad en “Nuestra América” son de vieja data.

Los cuestionamientos sobre las particularidades y significación de dicha cultura no han aflorado siempre con la misma magnitud e intensidad, ya que su formulación ha estado siempre en dependencia de determinadas necesidades epocales. Por tal motivo no fue similar la atención otorgada a estos problemas de la cultura en el pensamiento de la época colonial que el período de desarrollo de los estados independientes.

Ya desde los primeros cronistas españoles que se trasladaron a América, y fueron asimilados por el mal llamado “Nuevo Mundo”, aparecieron frecuentes reconocimientos sobre la riqueza de las culturas originarias, que habían sido aplastadas por la conquista .

Tanto Bartolomé de las Casas como otros sacerdotes defensores de la condición humana de la población autóctona revelaron el carácter avanzado de muchas de las actividades e instituciones de aquellos pueblos, especialmente de los aztecas e incas.

Incluso algunos como el jesuita José de Acosta, que se estableció en el Perú en el siglo XVI, llegó a sostener que estos pueblos en muchas cosas eran dignos de admiración’ y llegaban a aventajar a los europeos . No en balde algunos escritores del viejo continente entre los que sobresalen los utopistas se inspiraron en América para sus idealizaciones reorganizativas de la sociedad.

En el pensamiento humanista que se consolida en América durante el siglo XVIII en consonancia con la incorporación al espíritu moderno y como expresión temprana de nuestra ilustración se intensificaron los estudios por las cuestiones de la cultura autóctona como expresión del necesario proceso de emancipación mental que precedió al movimiento independentista.

En México se acentuó este movimiento de recuperación cultural y así quedó plasmado en innumerables obras, entre las que se destacan: “Historia antigua de México” de Francisco Javier Clavijero, la “Vida de mexicanos ilustres” de Juan Luis Maneiro. Esta época quedó caracterizada como “el siglo de oro mexicano” en la que el pensamiento ilustrado y humanista tendría prestigiosos representantes. Entre ellos, por sus análisis filosóficos en relación a la cultura se destacó Pedro José Marquez, quien sostenía que el verdadero filosofo:

“es cosmopolita (o sea ciudadano del mundo), tiene por compatriota a todos los hombres y sabe que cualquier lengua, por exótica que parezca, puede en virtud de la cultura ser tan sabia como la griega, que cualquier pueblo por medio de la educación puede llegar a ser tan culto como el crea serlo en mayor grado. Con respecto a la cultura, la verdadera filosofia no reconoce incapacidad en hombre alguno, o porque haya nacido blanco o negro, o porque haya sido educado en los polos o en la zona tórrida. Dada la conveniente instrucclón enseña la filosofia en todo clima el hombre es capaz de todo.

Resalta en las ideas de este sacerdote mexicano la convicta conflanza en las posibilidades humanas a través de la educación para eliminar los posibles obstáculos que condiciones secundarias podrían anteponer. Sus ideas constituían un abierto enfrentamiento al racismo y al determinismo geográfico, a la par que dejaba esclarecido en qué medida cada hombre desde su circunstancia particular podría contribuir a la cultura universal.

De tal forma estos humanistas latinoamericanos iban creando las bases teóricas de la exigida emancipación política que se avecinaba.

Un ideal arraigado en los próceres de la independencia fue extender la cultura a todo el puebIo y con ese fin utilizaron sistemáticamente la prensa periódica.

La espada libertadora de los guías de la independencia latinoamericana no sólo estuvo empuñada por la fortaleza de la decisión tomada, sino por la profunda meditación sobre la historia, las condiciones y las perspectivas de los pueblos del continente.

Bolívar consideraba que “nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares; nuevo en casi todas las artes y las ciencias aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil” . El libertador confiaba que en la futura América, una vez derrotado el poder colonial, se convertiría en un favorable asilo que acogería las ciencias y las artes provenientes del Oriente y de Europa para impulsarlas con el aliento de la cultura latinoamericana.

Tal preocupación estuvo presente también en Andrés Bello, quien con su erudición científica y originalidad filosófica podía considerarse al nivel más alto del pensamiento latinoamericano de la época. El ilustre venezolano propugnó la autonomia cultural de las repúblicas hispanoamericana como una exigencia de naturalización de las constituciones, leyes, instituciones, etc. acorde con las condiciones y características de los pueblos de esta región que entraban en la vida política independiente.

En tanto, en aquellos casos como el de Cuba, en el que el dominio español se mantenía y trataba de resarcir en algo las grandes pérdidas en el continente, la lucha por enarbolar los valores de la cultura vernácula tendría mayor significación aún, como se aprecia en el sacerdote Felix Varela .

Durante el primer tercio del siglo XIX, que el filósofo cubano Enrique José Varona denominaría “verdadero crepúsculo de la historia de nuestra cultura” el pensamiento filosófico cubano se elevó a un plano a tono con las exigencias de la época, de lo que se desprende su autenticidad . Pero no serían sólo cultivadores de la filosofía, como Varela o Luz y Caballero, los que pensarían sobre los problemas de la universalidad de la cultura y sus manifestaciones en el ámbito del pais, sino intelectuales de las más diversas ocupaciones como Francisco de Arango y Parreño y José Antonio Saco, los que aportarían valiosas ideas desde diversos campos del saber o del arte al proceso de formación de la conciencia nacional cubana.

Punto culminante de este pensamiento humanista práctico que devino en acción revolucionaria es la obra de José Marti.

Sus ideas sobre la cultura latinoamericana han dejado su impronta sobre varias generaciones posteriores no sólo de cubanos. En especial su artículo “Nuestra América”, en el que insistía en la urgencia de conocer la cultura de los pueblos latinoamericanos y la realidad de sus países para poder gobernar mejor y librarlos de tiranías.

“La universidad europea -sostenía Marti- ha de ceder a la universidad americana. La Historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria” . Su énfasis en el estudio del mundo latinoamericano no implicaba ningún tipo de desdén por la cultura de otros pueblos. Simplemente aspiraba ante todo a que esta enseñanza se revirtiera en una mejor forma de orientar el progreso en estas tierras y además que se reconociera el lugar de la cultura en el concierto de la universalidad, al igual que la proveniente de Europa o de otras latitudes.

La idea de revalorizar la actitud de los latinoamericanos respecto a la cultura universal y en especial de reconsiderar las particularidades que debía poseer la cultura filosófica había sido plasmada también desde mediados del siglo pasado por Juan Bautista Alberdi, para quien: “No hay, pues, una filosofia universal porque no hay una solución universal de las cuestiones que la constituyen en el fondo. Cada país, cada época, cada filósofo ha tenido su filosofia peculiar que ha cundido más o menos, que ha durado más o menos, porque cada pais, cada época, y cada escuela han dado soluciones distintas a los problemas del espiritu humano” . De ahí que el pensador argentino insistiera en crear una filosofia latinoamericana que se ocupara de los problemas de este continente sin renunciar, por supuesto, a lo que el pensamiento hubiera elaborado ya en cualquier parte. No obstante lo importante era para él que se correspondiese con las necesidades, esencialmente sociales y políticas que demandaban los pueblos latinoamericanos.

Se debe tener en consideración que ese afán por volver la mirada hacia adentro, por hacer de la filosofia un instrumento para ponerlo en función de lo peculiar latinoamericano no fue compartido por todos los miembros de aquella generación de pensadores argentinos que confluyen con el positivismo. Entre aquellos pensadores se encontraba Domingo Faustino Sarmiento, quien al cuestionarse por el sello especial que debía tener la literatura, las instituciones y en general la cultura latinoamericana, propugnaba un cosmopolitismo que diluía en un universalismo abstracto sus ideas sobre el mundo espiritual latinoamericano, dado que su mayor interés estaba en la transformación material de aquella sociedad. Tal utilitarismo sin dudas de algun modo atentaba contra el reconocimiento de la especificidad y los valores de la cultura latinoamericana.

A Sarmiento no le interesaba la procedencia de las ideas si estas habían pasado a formar parte del aparato conceptual o estético del hombre de estas tierras; por eso planteaba:

“El espíritu con esta preparación conserva las dotes naturales sin adquirir las curvaturas que le imprimen las particularidades locales y adquiriendo, por el contorno, el tono de pensamiento universal de su época, que no es francés ni ingles, ni americano del sur o del Norte sino humano. Así es un instrumento apto para examinar toda clase de hechos, y encontrar la relación de causa a efecto, importa poco que se produzcan de este o del otro lado de los Andes, a las márgenes del Sena, del Plata o del Hudson” .

No cabe duda de que Sarmiento aspiraba con tal posición a acentuar la validez universal de las ideas, que independientemente de cualquier circunstancia deben corresponderse con la realidad. Sin embargo, con esto, en, cierto modo, soslayaba la historicidad y la concreción necesaria que debe poseer todo pensamiento que pretenda captar acertadamente la realidad circundante, la cual no se manifiesta jamás de forma idéntica a la que se da en otras partes.

Tales criterios llevaron a Sarmiento a renunciar y encontrar en la “barbarie” de la cultura latinoamericana algún sostén aconsejable para apoyar su proyecto de “civilización”. Recomendaba imitar la cultura anglosajona y en especial la norteamericana. Actitud esta que encontró reprobación no sólo en Martí, sino también en el uruguayo José Enrique Rodó, quien criticó tal “nordomanía” y antepuso el espiritu arielista al utilitarismo positivista al considerar que: “La civilización de un pueblo adquiere su carácter, no de las manifestaciones de su prosperidad o de su grandeza material, sino de las superiores maneras de pensar y de sentir que dentro de ellas son posibles” . Ese mismo idealismo imbuiría a toda la generación de pensadores que en contraposición a los xenófilos positivistas se darían a la tarea de demostrar la vitalidad y el carácter propio y novedoso del mundo cultural latinoamericano.

En tal sentido crítico se reveló el chileno Francisco Bilbao al considerar a la cultura europea como dominadora y pragmática. Por eso sostenía:

“El viejo mundo ha proclamado la civilización de la riqueza, de lo útil, del confort, de la fuerza, del éxito, del materialismo. Esa es la civilización que rechazamos. Ese es el enemigo que tememos penetre en los espíritus de América.” . Y más adelante puntualizaba: “Hemos querido preservar el hombre americano de la contaminación del viejo mundo” .

Como puede apreciarse resulta muy diáfana la postura asumida por estos defensores de la singularidad de la cultura latinoamericana que aspiran a mantenerla con su identidad propia que la diferencia de la europea y la norteamericana.

Este espíritu se fortalecería aun más con el advenimiento de esa nueva generación de filósofos de la oleada antipositivista y que buscaban en el irracionalismo un instrumento que les permitiera descubrir desde esa perspectiva teórica los tesoros subyacentes en el mundo latinoamericano. Este empeño que no sólo se plasmó en el plano filosófico, sino en el literario, en el de las artes plásticas, en las investigaciones antropológicas, folklóricas,etc., constituyó una muestra de insatisfacción con el conocimiento que hasta el momento se poseía sobre la cultura latinoamericana.

En esa labor de reconsideración de dicha cultura se destacó la obra del mexicano José Vasconcelos, quien aunque no compartía el criterio de la necesidad o la posibilidad de una filosofia latinoamericana, por cuanto, para él, “La filosofía, por definición propia, debe abarcar no una cultura, sino la universalidad de la cultura” y de tal modo evadía cualquier regionalismo filosófico, no obstante quiso proyectar su pensamiento con aspiraciones de universalidad cultural, pero desde una perspectiva latinoamericana.

Independientemente de las derivaciones reaccionarias que se revelaron finalmente en el ideario y la actitud del destacado intelectual mexicano, es preciso reconocer que en su monismo estético se aprecia su intento por elaborar un sistema teórico, que por su universalidad y su vuelo metafisico, pudiera situarse, a la par de cualquier otra doctrina filosófica europea, pero conformado a su vez a tono con sus raíces latinoamericanas. Sus anhelos de alcanzar una raza cósmica en la que confluyeran todos los pueblos del orbe con los de Sudamérica, a fin de que el espíritu universal se expresase a través de “nuestra raza” no era más que una fórmula muy inteligente para tratar de evadir simultáneamente el universalismo abstracto de Sarmiento y el particularismo unilateral de Alberdi, posiciones estas que encontrarían seguidores en el pensamiento latinoamericano del siglo xx.

Vasconcelos pretendió hacer confluir ambos momentos en una filosofia que sin renunciar a mirar hacia la universalidad tuviese sus pies en el suelo latinoamericano y se revistiera en él. Para el pensador mexicano la cultura india, que fue fuente nutritiva vital de la cultura latinoamericana jamás podría recuperar su identidad anterior aislándose de las influencias culturales. Según su opinión: “ninguna raza vuelve; cada una plantea su misión, la cumple y se va... Los días de los blancos puros, los vencedores de hoy están contados como lo estuvieron los de sus antecesores. AI cumplir su destino de maquinizar al, mundo, ellos mismos han puesto sin saberlo las bases de un período nuevo, el período de la fusión y la mezcla de todos los pueblos. El indio no tiene otra puerta hacia el porvenir que la cultura moderna, ni otro camino que el camino ya desbrozado de la civilización latina. También el blanco tendrá que deponer su orgullo y buscar progreso y redención posterior en el alma de sus hermanos de las otras razas y se perfeccionaron en cada una de las variedades superiores de la especie” . Esto no significa para él renunciar a los valores que encierra la cultura, india, sino recuperarlos pero armonizados con los logros de la cultura moderna.

Para el filósofo mexicano la causa fundamental de la debilidad de la cultura iberoamericana frente a la cultura sajona radicaba en la falta de unidad, que había hecho fuerte a otros pueblos. Criticaba que el acendrado nacionalismo haya dado por frutos la imposibilidad de presentar un frente común de ideas. La carencia de un pensamiento creador y un excesivo afán critico, que es también prestado de otras culturas ha llevado a los pueblos del continente a la actual situación. De modo que para salir de aquel estado profetizaba la integración de todas las razas en una “raza cósmica” que las sintetlzaría a todas y a la vez las haría desaparecer. La utópica propuesta vasconceliana, preñada por el idealismo a la larga conduciría a una disolución de todas las culturas y con esto llegaba prácticamente Vasconcelos a confiuir con las ideas universalistas que había criticado anterionnente en los positivistas.

El tema de la cultura y en particular de la latinoamericana siguió siendo objeto de reflexión obligada y sui generis en todo un grupo de intelectuales mexicanos que cultivaron el saber filosófico a la par de la actividad literaria junto a Vasconcelos, como fueron Antonio Caso, Alfonso Reyes, Samuel Ramos y posterioimente la generación de Leopoldo Zea, quienes por lo general abordaron el problema desde las posiciones del irracionalismo, el fideísmo, la fenomenología o el historicismo, pero también fue analizado desde la perspectiva marxista. En esta última posición se destacó Vicente Lombardo Toledano, quien desde sus polémicas con Caso en los años treinta y posteriormente con frecuencia abordó el problema dadas sus repercusiones no filosóficas, sino ideológicas y políticas.

El enfoque marxista fue sostenido por Vicente Lombardo Toledano.en 1937 cuando aseveraba que “Ia cultura es efecto y no causa, es expresión de un momento determinado; pero cuando merece el nombre de tal, es expresión de un momento creador para beneficio perpetuo de los hombres que han de venir” . De tal modo se enfrentaba al enfoque idealista tan manejado en su entomo filosófico que hipostasiaba la cultura espiritual y la ubicaba como agente excluslvo de los movimientos históricos.

La crftica marxista a las posiciones de Vasconcelos, Caso, etc., así como al elitismo, el espiritualismo y el regionalismo cultural por aquellos años en el ámbito latinoamericano no siempre estuvo acompañada de un sopesado razonamiento respecto a los valores de la cultura latinoamericana.

Esto se apreció especialmente en Mariátegui, quien, no obstante considerar con razón que América debía constantemente abrirse a la cultura occidental sin renunciar a los valores autóctonos y de esa forma mantenerse en permanente vínculo orgánico con la universalidad, llegó a sostener erróneamente que “es absurdo y presuntuoso hablar de una cultura propia y genuinamente americana en germinación, en elaboración” y a la vez consideraba que no existía propiamente un pensamiento latinoamericano, pues, según él, “Ia producción intelectual del continente carece de rasgos propios”’ . Tales desaciertos producidos por el interés de subrayar el carácter universal de la cultura y de rebatir algunas formas de chauvinismo cultural traerían consecuencias desfavorables en lo que respecta a la consideración del valor de los análisis marxistas sobre la especificidad de lo latinoamericano.

Por fortuna la mayoría de los marxistas no compartieron tal enfoque y por el contrario trataron de justipreciar en mayor medida la significación de lo autóctono, de lo indígena, de lo criollo, etc. -elementos estos sin embargo que habian estado muy presentes en los análisis socioeconómicos y politícos del gran marxista peruano- para la cultura latinoamericana y sus aportes a la cultura universal. Asi, Diego Rivera supo incorporar a su obra plástica los resultados del arte mundial, independientemente del lugar de origen y a la vez al situar como eje de su creación el mundo, la historia, el hombre latinoamericano. De tal modo les otorgaba a estos también el digno lugar de la universalidad que les correspondía. En sus reflexiones estéticas desde la perspectiva marxista supo el gran muralista mexicano superar los escollos que podía anteponer lo mismo una concepción europeizante que una visión latinoamericanística cerrada de la cultura.

El pensamiento marxista latinoamericano no abandonaría jamás el tema de la cultura como uno de los ejes principales alrededor de los cuales giraban todos los cuestionamientos de mayor urgencia. Aníbal Ponce se detuvo en el justo reconocimiento de la herencia cultural burguesa que había producido un humanismo que debía ser suplantado por uno más concreto y real. El intelectual argentino supo denunciar que “cuando a la cultura se le disfruta como un privilegio, la cultura envilece tanto como el oro” , por eso vio en la nueva cultura que nacia con el socialismo el alumbramiento de una cultura más plena y verdaderamente humana. Estos criterios serían compartidos por su entrañable amigo Juan Marinello quien convertiría también el estudio de la cultura en una de las tareas a atender cuidadosamente por los marxistas cubanos.

En 1932 escribiendo sobre lo que llamó “cubanismo universal” analizó dialécticamente la correlación existente entre lo universal y lo singular en la cultura de los pueblos al señalar:

“ninguna obra de grandeza permanente se ha producido sin el buceo limpio y cálido en la intimidad intransferible del hombre. Pero del hombre en un recodo de la tierra y en un dia de la historia. Hasta ahora lo humano sólo ha podido mostrarse hiriendo muy en lo hondo un costado del mundo... Sólo la fisionomfa que dan el instante y el lugar es posible tocar al hombre trascendente. El poder genial no es más, en última instancia, que la fuerza para reunir en un tipo egregio la intimidad presentánea de muchos hombres sin pérdida de la sangre patética de ninguno. Don Quijote es más real que Cervantes -como ha probado cumplidamente don Miguel de Unamuno- porque su españolidad se integra con las esencias determinantes de lo español en el dia de su encarnación. Para lograr un puesto en la cancha dificil de lo universal no hay otra vía que la que nos lleva a nuestro cubanismo recóndito, que, por serlo, dará una vibración capaz de llegar al espectador lejano” .

Tales son las vibraciones que han producido las ideas de José Martí, la poesía de Nicolas Guillén, los cuadros de Wilfredo Lam, el ballet de Alicia Alonso, las novelas de José Lezama Lima o Alejo Carpentier o las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. De tal modo paulatinamente la cultura cubana ha ido llegando, en relación con los valiosos logros intelectuales del pasado y el presente, a niveles superiores de elaboración que posibilitan una concepcion más integradora y a la vez diferenciadora de la autenticidad cultural.

Tras el triunfo de la Revolución Cubana y con los cambios culturales que esta trajo aparejada para este país su orientación socialista, las inquietudes intelectuales sobre la universalidad, singularidad o autenticidad de la cultura cubana y latinoamericana se han constituido en una tarea de primer orden no solo en los análisis teóricos sino en la política educativa y cultural del país.

En resumen, para lograr una definición de cultura que logre eludir el carácter estrecho o unilateral de muchas concepciones que abundan en los ambientes académicos y usualmentre en mayor medida fuera de estos debe considerarla como el grado de dominación por el hombre de las condiciones de vida de su ser, de su modo histórico concreto de existencia , lo cual implica de igual modo el control sobre su conciencia y toda su actividad espiritual, posibilitándole mayor grado de libertad y beneficio a su comunidad. Si determinados animales son capaces de en su actividad de cumplimentar tales requisitos axiológicos que demandara siempre este concepto - no por simples razones etimológicas- entonces no habría inconvenientes en incluir sus actividades dentro del mismo, el problema radicaría mas bien en la consideración de que sus actividaes “culturales” resulten provechosas o no a dicha especie.

No sin falta de razón Gabriel García Márquez ha sostenido que “cuando se habla de cultura, la dificultad principal reside en que esta carece de definición. Para la UNESCO, la cultura es lo que el hombre agrega a la naturaleza. Todo lo que es producto del ser humano. Para mí, la cultura es el aprovechamiento social de la inteligencia humana. En el fondo, todos sabemos qué abarca el término cultura, pero no podemos expresarlo en dos palabras” . Es significativo que muchas de las valoraciones filosóficas que posibiltan un análisis de la cultura tanto en sentido general como en sus especificidad latinoamericana la podamos encontrar no sólo en filosófos de profesión y declaración, sino en significativos escritores como Carpentier, Borges, Lezama o García Márquez.? Será esta también otras de las vías a través de las cuales la cultura latinoamericana participa en la cultura universal?

Siempre que el hombre domina sus condiciones de existencia lo hace de forma específica y en una situación espacio-temporal dada. En tanto no se conozcan las formas de dominación desalienadora en sus circunstancias especiales alcanzadas por determinadas comunidades históricas, y no sean valoradas por otros hombres que en otras circunstancias sean capaces de justipreciarlas prevalecerá el anonimato que no le permite a dicha comunidad participar adecuadamente de la universalidad. A partir del momento que se produce la comunicación con aquellos que por supuesto poseen otras formas específicas de cultura esta comienza a dar pasos cada vez más firnes hacia la universalidad. La Historia se encarga posteriormente de ir depurando aquellos elementos que no son dignos de ser asimilados y "etemizados". Solo aquello que trasciende a los tiempos y los espacios es lo que posteriormente es reconocido como clásico en la cultura, independientemente de la región o la época de donde provenga.

Debe tenerse presente que la creciente standarización que produce la vida modema con los adelantos de la revolución científico-técnica y con los forzados procesos de globalización no significa que en todas sus producciones deban ser consideradas como manifestaciones auténticas de la cultura.

Auténtico debe ser considerado todo aquel producto cultural, material o espiritual que se corresponda con las principales exigencias del hombre para mejorar su dominio sobre sus condiciones de existencia en cualquier época histórica y en cualquier parte, aun cuando ello presuponga la imitación de lo creado por otros hombres. De todas formas la naturaleza misma de la realidad y el curso multifacético e irreversible de la historia le impone su sello distintivo.

Ir a la búsqueda de la cultura auténtica de América Latina no significa proveerse de un esquema preelaborado de lo que debe ser considerado auténtico y luego tratar de acomodar lo específico del mundo cultural latinoamericano como en lecho de Procusto a tal concepto, ahistórico. El problema no consiste en descubrir primero qué es lo que debe ser considerado auténtico, para después ir verificando empíricamente si cada manifestación de la cultura de esta región pueda ser validada con tal requerimiento. La cultura auténtica es siempre específica y por tanto histórica y debe ser medida con las escalas que emergen de todos los demás contextos culturales, pero en primer lugar de las surgidas del mundo propio.

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