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DAYVISMAR8 de Junio de 2014
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DURANTE MUCHÍSIMOS AÑOS, el pequeño cementerio había sido un
verdadero lugar de reposo, dentro de sus amarillentos paredones, detrás
de la herrumbrosa y alta puerta cerrada. Algunos árboles, entretanto,
habían crecido; se habían vuelto coposos y corpulentos; al mismo tiem-
po, la ciudad fue creciendo también; poco a poco fue acercándose al
cementerio, y acabó, finalmente, por rodearlo y dejarlo atrás, enclavado
en el interior de un barrio nuevo. Los muertos, dormidos en sus fosas,
no se dieron cuenta de estos cambios, y siguieron tranquilos algunos
años más. Pero, después, hubo sorpresas. La ciudad seguía ensanchán-
dose, año tras año, y por todas partes se buscaba ahora, como el más pre-
ciado bien, cualquier sobrante de terreno aún disponible, para aprove-
charlo y negociarlo; hasta los olvidados camposantos de otro tiempo,
eran arrasados, excavados y abolidos, para dar asiento a modernas cons-
trucciones.
Una noche llegaron, en doliente caravana, los muertos que
habían sido arrojados de otro distante cementerio (en donde una Com-
pañía comenzaba a levantar sus imponentes bloques), y pidieron sitio y
descanso a sus hermanos; éstos refunfuñaron; pero les dieron puesto, al
cabo, estrechándose un poco, y juntos durmieron todos nuevamente.
Pero más tarde aún, cuando fueron arregladas las calles adyacentes, el
camposanto vino a quedar mucho más elevado que el nivel de la calzada,
de modo que desde la calle podía verse un abrupto y rojizo talud, y sobre
éste, la vieja tapia del cementerio, coronada por el follaje de los árboles
y las enredaderas; brotaban éstas, igualmente, por entre el carcomido
resquicio del portón, y por todos lados alargaban sus brazos y sus gan-
chos y zarcillos, dispuestos a agarrarse de lo primero que encontraron
para sostenerse y extenderse más aún. Pronto pasaron por allí cerca los
autobuses y los camiones, y esto empezó a molestar mucho a los muer-
tos, sobre todo a los que estaban enterrados del lado del barranco
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