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El Esterminador


Enviado por   •  20 de Febrero de 2014  •  2.477 Palabras (10 Páginas)  •  188 Visitas

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El exterminador

A. Hyatt Verrill

The exterminator, © 1931 by Teck Publishing Co..

A. Hyatt Verrill (1871-1954) participó en los inicios de las revistas de ciencia ficción en los Estados Unidos, vendiendo relatos cortos a la revista Amazing en 1926, primer año de publicación de la misma. Fue también ilustrador de historia natural, inventor del proceso de emulsión fotográfica o autocromo, y explorador y viajero por las selvas de América central y del Sur. Latinoamérica y las Indias Occidentales le proporcionaron el ambiente donde desarrollar sus argumentos de ciencia ficción.

Hace muchísimo tiempo, en la historia de la vida, se formaron las primeras células. Todavía no sabemos con exactitud si hubo una época previa, en que la vida consistió en simples moléculas libres de ácidos nucleicos y proteínas. Si realmente fue así, la formación de una célula representó un hito importantísimo en la historia de la vida.

La célula es una porción microscópica del océano, comprimida, rodeada y protegida por una membrana semipermeable, es decir, que deja penetrar algunas substancias e impide el paso a otras. El alimento, las moléculas utilizadas por la forma de vida para contribuir a la construcción de sí misma o para ser transformadas en energía, puede penetrar y ser conservado en el interior. El material de desecho, por su lado, puede ser expulsado de la célula. Dentro de ésta existe una concentración del material que forma la vida, agrupado para una mayor facilidad de manipulación y de modificación por vía química y para una mayor seguridad y protección.

La célula tenía mucha mayor capacidad de supervivencia —había de tenerla— que las moléculas libres, pues éstas debían, buscar sus recursos necesarios en el océano molécula a molécula, sin posibilidad de juntarlas y concentrarlas. El resultado fue que, con la aparición de la célula, el material precelular quedó anticuado y desapareció.

Hoy toda la vida, salvo una excepción, es de naturaleza celular. La excepción la constituyen los virus, e incluso éstos microorganismos son incapaces de reproducirse salvo en forma de parásitos de otras células. Más aún, los virus no deben de ser restos de la antigua vida precelular, sino que deben haber evolucionado por degeneración a partir de las células.

Una célula de gran tamaño como el paramecio es más avanzada que una célula pequeña como la bacteria. La célula de gran tamaño puede dividir su substancia en diferentes especializaciones, puede formar orgánulos, o pequeñas zonas subcelulares que digieren alimentos, producen energía, construyen proteínas, o protegen los programas de ácido nucleico que constituyen su parte más importante.

Sin embargo, existen límites para el tamaño de una célula. Ésta utiliza para su funcionamiento todo su volumen, pero sólo puede absorber alimento y expulsar los desechos a través de la membrana superficial. El volumen de una célula aumenta el cubo de la medida lineal, mientras que su superficie aumenta sólo el cuadrado. Si una célula dobla sus dimensiones, su material interno habrá aumentado en ocho veces su cantidad, mientras que la membrana sólo habrá multiplicado por cuatro su superficie. El funcionamiento de la membrana tiene entonces que doblar su eficacia. Casi siempre, la membrana no puede adecuarse a tales exigencias y las células o bien deben mantener un tamaño reducido, o bien deben volverse muy planas o muy alargadas para aumentar su superficie (volviéndose, con ello, más débiles).

¿Cómo pueden, entonces, evolucionar los grandes organismos? La respuesta es la siguiente: haciendo que las células conserven su pequeño tamaño pero agrupándolas, desarrollando especializaciones no en el interior de la célula sino entre las células y los grupos de éstas. En pocas palabras, cabe decir que en la Tierra se alcanzó, hace unos seiscientos millones de años, este estadio del organismo multicelular. Hoy existen ballenas que pesan hasta 150 toneladas y contienen unas 100.000.000.000.000.000.000 células, estando todas ellas en estrecho contacto con una compleja red de canales sanguíneos que sirven como eficaz substituto del océano. Cada una de estas células tiene una posición precisa, con un lado al menos «orientado al océano» y una membrana individual de la que hace uso para alimentarse y eliminar los desperdicios.

De algún modo, siempre volvemos la mirada a esas células. Algo en nuestro interior nos dice que son fundamentales para la vida, que somos conjuntos de células, pero nada más que células, en el fondo. Los escritores de ciencia ficción pueden dramatizar este hecho, como sucede en El exterminador, de A. Hyatt Verrill, un relato magnífico que parece escrito ayer, y no hace setenta años.

Isaac Asimov

Era un magnífico ejemplar de su especie: translúcido, blanco, de rápidos movimientos, con una facultad casi misteriosa para descubrir a su presa e invariablemente triunfante sobre sus enemigos naturales. Pero su rasgo más sobresaliente era su insaciable apetito.

Para matar era tan cruel e indiscriminado como la comadreja o el hurón, pero a diferencia de ellos, que mataban por matar, el Exterminador jamás actuaba así. Cayese sobre lo que cayese, lo devoraba al instante. Habría sido fascinante contemplarlo en esa actividad. Se lanzaba con precipitación sobre su presa, inmóvil durante un breve instante, un aparente titubeo, un leve temblor en su cuerpo... y todo había terminado; el desafortunado ser que había estado moviéndose en su modo acostumbrado, sin sospechar el peligro, había desaparecido por completo, y el Exterminador, con avidez, se apresuraba en busca de una nueva víctima. Se movía constantemente en un flujo invariable de líquido, en absoluta oscuridad: de ahí que sus ojos no le fueran necesarios, y estuviera enteramente guiado más bien por el instinto o la naturaleza que por las facultades que conocemos.

No se hallaba solo. Otros de su especie pululaban a su alrededor, y la corriente estaba atestada por un número incalculable de otros organismos: objetos redondeados de color rojizo que se movían lentamente, culebreantes criaturas semejantes a renacuajos, cuerpos de forma estrellada, gráciles y tenues objetos dotados de vida; criaturas globulares, cosas informes cambiando constantemente de configuración al moverse o más bien nadar; seres diminutos, casi invisibles; organismos filiformes, serpentinos o semejantes a anguilas, e innumerables otras formas. El Exterminador atravesaba la atestada y cálida corriente al azar, aunque siempre con un propósito definido: matar y devorar.

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