El escusado
sergiobaldomir9 de Octubre de 2011
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El escusado
JOSÉ A. GARCÍA DEL CASTILLO/
Sin ningún ánimo de hacer historia, desde que el hombre es hombre, e incluso antes de serlo según la teoría de la evolución, ha necesitado cubrir sus necesidades más primarias, las fisiológicas, que en la famosa pirámide del humanista Maslow se encuentran en el primer escalón, como punto de partida para la gran ascensión a la cúspide para aquellos que son capaces de logralo. Puede que lo más llamativo de estas necesidades no sea en realidad el que todo hijo de vecino tiene que satisfacerlas a diario, sino la gran variedad de posibilidades que se han ido generando a lo largo del tiempo y en función de las diferentes culturas. No hay nada más globalizado que las necesidades fisiológicas de evacuación, pero los matices son los que ponen el punto de inflexión.
Una de las cuestiones más evidentes y seguras, además de comunes a la globalidad, es que para disfrutar de una expulsión agradable se necesita intimidad y soledad, a pesar de que se describen muchas situaciones en las que grupos de amigos se reúnen en lugares apartados para disfrutar de una orgía urinaria que les reporta satisfacciones de comparación, no solamente de miembros, también de potencia y calidad del producto miccionado. Y, por supuesto, no podemos olvidar que las señoras acostumbran a ir al escusado en parejas cuando coinciden en algún lugar público, pero posiblemente el motivo sea de carácter más atribuible a la sociabilidad y el cotilleo que al propio hecho de hacerlo juntas.
A pesar de que en los tiempos modernos un retrete es algo común y adecuadamente instituido en la sociedad, su establecimiento riguroso fue de lo más costoso. Los primeros datos los encontramos en los cretenses que dos mil años antes de Cristo ya disponían de modernos sistemas de evacuación de aguas fecales. Pero esa civilización desaparece y con ella los avances, como por arte de magia y se tiene que estar reinventando el sistema una y otra vez, hasta el punto de que en la Edad Media no se disponía de procedimiento alguno predeterminado para las aguas menores, por lo que las ciudades, pueblos y aldeas de la época parecían auténticos estercoleros. Se contaba entonces con la escudilla o el orinal como únicos utensilios para no empantanar las casas de inmundicias fecales, pero que eran vaciados de sopetón y con previo aviso al grito de «agua va» a las calles, con el consecuente riesgo para los viandantes de ser rociados del líquido elemento.
Hasta el siglo XVI no se institucionaliza el disfrute del inodoro, en lugar recogido y son los franceses, quienes posteriormente, son los primeros en obligar por ordenanzas a que se instalen en todas las casas estos aparatos higiénicos, a pesar de que el invento fuera de origen británico. Desde estas fechas hasta la actualidad se han recorrido muchas formas de decoración y la imaginación a hecho que se generen infinidad de modelos y formas para recrear al máximo ese rato de sosegada descarga y alivio del cuerpo.
Pero una de las cuestiones que más impresiona y llama la atención es, sin duda, la privacidad que se cierne en torno al escusado, separándose celosamente en los servicios públicos a hombres de mujeres para salvaguardar la dignidad del acto a realizar y por evitar males mayores de carácter impúdico o morboso. En cambio los mingitorios masculinos no tienen en cuenta veleidades de ninguna índole y ponen en fila a todos orinando como si se tratara de una exhibición, rompiendo la intimidad y soslayando la privacidad del momento.
La grandeza de un buen escusado es que te permite la reflexión, el poder hablar contigo mismo sin interrupciones molestas, generar nuevos proyectos para el resto del día o de la vida, tomar decisiones pausadamente y sin alteraciones o leer a tus autores favoritos sin ningún remilgo. También es pieza clave para seccionar
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