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GANIMEDES

taremInforme19 de Febrero de 2014

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En mi libro anterior, "YO VISITE GANIMEDES...", explicaba cómo fui aleccionado por nuestro Muy Amado Hermano "Pepe" sobre la forma en que él podría continuar instruyéndonos desde ese lejano satélite del planeta Júpiter, a través del receptor-transmisor que trajera de allá y que dejó en mi poder, con instrucciones específicas y concluyentes. Ante todo, quiero explicar el porqué del apelativo de "Muy Amado Hermano" empleado por mí en varios pasajes de esta obra: es el título que acostumbramos darnos los miembros de la Antigua y Soberana Orden a la que pertenecemos todo el grupo que trabaja, abnegada y firmemente, en la misión de hacer conocer a la humanidad los trascendentales mensajes de estas horas cruciales para nuestro mundo. Y quienes leyeron "YO VISITE GANIMEDES..." estarán enterados de que esa peque¬ña y maravillosa máquina, del tamaño de una simple y muy chica máquina fotográfica moderna o de una radio a transistores, me ha servido para seguir comunicándome, a través de más de setecientos sesenta millones de kilóme-tros, con nuestro Hermano, desde los días en que dejó la Tierra para siem¬pre.

De tal manera, cumpliendo estrictamente sus instrucciones, fui arreglan¬do mis asuntos profanos para estar en condiciones de alejarme, lo más pron¬to posible, de mis ocupaciones y compromisos diarios de todo orden, a fin de conseguir que mi familia pudiese cambiar de vida y de domicilio en el momento oportuno. Al escribir estas líneas han transcurrido algo más de dos años de la fecha en que "Pepe" abandonara definitivamente la Tierra, como se narra con lujo de detalles en mi anterior libro. En ese lapso, me preparé con todo esmero a fin de estar listo a viajar con mi esposa y mis hijos, a un lejano lugar de Asia a donde seríamos conducidos en cuanto estuviéramos en condiciones de olvidamos, para siempre, de la vida que, hasta entonces, habíamos llevado. Esto fue lo que motivó nuestro paulatino alejamiento del ambiente que nos rodeara, y la consigna dada a nuestros Amados Hermanos mencionados en el prólogo, a fin de no ser molestados ni interrumpidos en el adiestramiento previo a nuestro viaje.

Así llegó el momento ansiado, y también, por qué no decirlo, confusa-mente temido -temido por nuestra aún débil contextura psíquica, y la pode¬rosa influencia de este mundo al que tantos años de experiencia terrena todavía nos unía- de salir de nuestra América Latina, de nuestra patria peruana, para alojarnos en un desconocido y misterioso monasterio perdido entre las nevadas cumbres de los Himalayas. Ya lo expliqué, muchas veces, al escri¬bir "YO VISITE GANIMEDES...", cómo me sentía, a cada paso, enorme¬mente confuso, profundamente aturdido por culpa de mi atraso mental y psíquico en comparación con nuestro Hermano "Pepe"... y todo lo que Él nos enseñara, a manera de base elemental de nuestra futura preparación, sólo era un leve prólogo de lo mucho que teníamos que aprender si queríamos estar en condiciones de aspirar a conocer Ganímedes. Pero nuestra ignorancia y temor fueron dominándose, poco a poco gracias a la amorosa ayuda de Pepe, que todas las semanas, sin faltar una sola y en dos días cada una, se comunicaba con nosotros a través del mencionado aparatito. De tal suerte, seis meses después de su partida, estábamos listos para dejar nuestro hogar, nuestras ocupaciones acostumbradas y nuestras amistades, para emprender la marcha hacia el enigmático lugar en donde sería realizada la profunda transformación de todo el grupo.

Se me dijo que nos llevarían a un apartado valle enclavado entre las imponentes cumbres de los Himalayas, y que ese lugar era conocido solamen¬te por muy pocos, vale decir por aquellos que han tenido el privilegio de recibir una adecuada educación iniciática espiritual, mental y psíquica, dentro de una cerrada Escuela u Orden que no figura ni en la Historia ni en los mapas... Pepe me aleccionó en el sentido de no preocuparnos, mayormente, por el equipa¬je que sería menester, pues nuestra vida en ese sitio habría de cambiar, ínte¬gramente, de todo lo conocido hasta entonces. Y nos previno que el viaje se efectuaría en una de las astronaves que el vulgo llama "platillos voladores"...

Quienes han leído mi libro anterior, repito, estarán familiarizados con la casa de Monterrico, en la zona residencial de la capital peruana, Lima, conocida con ese nombre. Esta casa, que fuera de Pepe y desde la cual fue transportado en un OVNI cuando viajó a Ganímedes, casa que me legara y en donde viví hasta el día de nuestra partida para el Asia, ha servido, otra vez, como aeropuerto de salida en nuestro viaje al Oriente. Debo pedir perdón a mis lectores por las continuas alusiones a ese libro, pues ha de tenerse en cuenta hechos importantes que fueron referidos en tal obra y que resultarían incomprensibles a quienes leyeran estas líneas sin haber conocido los hechos narrados en el anterior trabajo. Y uno de esos hechos es el referente al jar¬dín de nuestra casa de Monterrico, en el cual, por su amplitud, pudo descen¬der, varias veces, una de aquellas astronaves conocidas vulgarmente como OVNI.

Los que en el Perú, más concretamente en Lima, conocen aquella her¬mosa zona residencial, todavía no poblada totalmente, y en la que existen amplias áreas cubiertas de frondosos prados y magníficos jardines, sabrán, también, que ese lugar de la periferia urbana de la Gran Lima es visitado frecuentemente por las máquinas extraterrestres mencionadas, y tal conocimiento es común, en particular, a los miembros de nuestra Orden que, en varias oportunidades también, han llegado a realizar contactos directos con OVNIS en esa zona. Por tanto, no debe extrañar a nadie que la máquina encargada de conducirnos al Oriente descendiera por nosotros en nuestro propio jardín.

Nuestro amigo y Hermano Pepe nos había comunicado, con antelación, la fecha en que vendría a llevarnos. Y lo mismo que en el caso anterior, cuando él se fue, tuvimos el tiempo suficiente para preparar nuestra partida, sin dejar en esa parte del mundo nada que pudiera ser motivo de preocupación posterior. Todos mis asuntos personales, económicos y sociales, fueron liquidados, a fin de no dejar atrás nada que pudiese ocasionar ulteriores preocupaciones o molestias a nadie. Y la educación y experiencias recibidas por los míos y por mí durante esos seis meses que mediaron entre la partida de Pepe y nuestro viaje de adiestramiento al Oriente, fueron suficientes para que, llegado el momento, ya no sintiéramos la tremenda impresión que nos causó, en otro tiempo, la presencia de un OVNI y su descenso en nuestro propio jardín.

Se nos había prevenido, como dije, la fecha exacta en que bajarían por nosotros. Como de costumbre, la hora sería en la madrugada, cuando todo el vecindario duerme y no hay posibilidad en esa extensa zona para intromisión de curiosos. Listos nosotros y dos Hermanos nuestros que quedarían a car-go de la casa y de algunas últimas diligencias de Nuestra Orden, nos reuni-mos esa noche en una cena fraternal de despedida. Para ninguno del grupo iba a ser una novedad aquello. Tanto nuestros en territorio del Nepal; pero me dijo que nadie, en el exterior, conoce aquel sitio, pues está enclavado entre altas montañas nevadas en una zona verdade-ramente inaccesible, a la que únicamente se puede llegar por el aire, con helicópteros, porque no tiene absolutamente pistas de aterrizaje, o por un pasaje secreto, a través de la montaña, que es sólo conocido por los monjes que allí viven.

Rosciano guardó silencio. Se paseó un rato por el salón, como si se concentrara en algún pensamiento muy íntimo, y de pronto, mirándome con fijeza, me dijo:

-Eso está vinculado a lo "Nuestro", ¿verdad?

-Sí; es una rama de Nuestra Orden...

-Ya... comprendo que no se puede hablar en público...

Miramos a los demás. Mi esposa daba algunas instrucciones a la cria¬da. Mis hijos estaban en el jardín, oteando el cielo en su afán por ver llegar al OVNI, y nuestro Hermano Pedro hojeaba una revista, cómodamente arre¬llanado en un sillón.

El reloj de pared marcaba tres minutos para las dos de la madrugada. Mi inquietud se iba acentuando. Rosciano, dando vueltas en tomo mío, volvió a sonreírse y me guiñó un ojo.

-Ya falta poco -me dijo.

En aquel momento mis hijos nos llamaron a gritos.

-¡Hay luz en el cielo! ¡Parece un OVNI!

Todos corrimos al jardín. Efectivamente, una luz como un gran lucero se movía en el firmamento, como si viniera en dirección a nosotros. Yo sentí como un ligero escalofrío que me recorría la espalda. Me volví hacia Roscia¬no, que me tomó el brazo presionándolo como para darme aliento. El cora¬zón me palpitaba con fuerza. Mi esposa se acercó a mí y me tomó de la mano. Todos habíamos formado un grupo junto a la puerta del comedor. La luz se acercaba a gran velocidad. Ya podía percibirse una circunferencia luminosa que parecía girar sobre sí misma y que en pocos segundos llegó a colocarse exactamente sobre nosotros. Estaría más o menos a unos quinientos metros de altura, y podíamos apreciar con claridad que se trataba de una gran má¬quina redonda rodeada por un círculo de luces parpadeantes... Comenzó a descender, suavemente, y de su centro brotó un poderoso haz de luz blanca-amarillenta que iluminó el jardín.

Nos miramos todos en silencio. Mi esposa me apretó la mano. Roscia¬no y Pedro me sonreían, como deseando confortarme. Yo sentía un ligero estremecimiento... La astronave estaba ya a punto de tocar tierra, y los chi¬cos gritaron:

-¡Qué grande es el "platillo...!

Les hice una seña de que guardaran silencio y esperamos.

El OVNI acababa de posarse,

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