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Gastrotube

club600t26 de Junio de 2013

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Ahora que empiezan a “bombardearnos” con infinitos mensajes de Navidad dónde invitar al consumo, me hace pensar sobre las cosas positivas que tiene la Navidad, sobre todo en estos tiempos dónde la palabra más oída es “crisis”, me gustaría hablar del sentido de juntarnos y de vivir el placer de compartir comidas, el origen de estas celebraciones que nos hacen disfrutar de los nuestros y olvidarnos, aunque sólo sea un ratito, de los malos tiempos…

Cualquier acuerdo un poco solemne que vinculara individuos, y sobre todo grupos familiares, se concreta en su participación en una comida compartida. La comida simboliza el acuerdo, y compartir bebida y alimento es la parte material de un contrato escrito: vincula a los participantes y se expresa en documentos de principios del segundo milenio por la fórmula: “comimos pan, bebimos cerveza y nos ungimos con óleos”. Esta práctica, se explicita sobre todo en los contratos de venta de bienes inmobiliarios, sobre los que suelen pesar derechos de propiedad familiares. Si seguimos aplicando el esquema válido para los dioses, correspondía al primogénito el honor de ofrecer a los invitados el agua para lavarse las manos, primero, y servirles el alimento y la bebida, después.

Comer (y comer juntos) es mucho más que el puro acto de nutrirse. Desde nuestros orígenes como seres humanos es un ritual cargado de significado. La comida crea vínculos sociales, da estatus y siempre fue sinónimo de celebración. El Homo sapiens es uno de los pocos animales capaces de ver comer a sus semejantes sin intentar arrancarles la comida violentamente. Somos la única especie que piensa sobre los alimentos: hablamos y escribimos sobre ellos. La forma en la que preparamos, servimos y consumimos comida y bebida forma parte de nuestra identidad colectiva desde que somos pequeños. “En todas las culturas se cocina para y se come con –explica Jesús Contreras, catedrático de Antropología Social de la Universitat de Barcelona y director del Observatorio de la Alimentación–. Luego difieren las formas de cocinar y las formas de comensalidad”. Las lenguas hablan de eso: compañero, del latín cum panis, quiere decir “aquél con el que comparto mi pan”.

Si compartimos la mesa con alguien, prestar atención a los alimentos que se comparten viene de manera casi espontánea, ya que no sólo nos preocupamos de nuestras sensaciones, sino también de las nuestros invitados. ¿Estará bueno? ¿Se quedarán con hambre? Por eso, es habitual el intercambio de comentarios gastronómicos cuando compartimos una comida o una cena con nuestra familia, pareja o amigos. No es que el almuerzo sea mágico per se. Sin embargo, está sobradamente probado que comer en compañía es mucho más ventajoso para nuestra salud y para nuestro ánimo. “La propia fisiología de la digestión exige que demos tiempo al cuerpo y que sigamos una cierta cadencia. La estructura de las comidas familiares –sentados con otras personas, y varios platos en orden, desde el primero al postre– responde perfectamente a esta necesidad”, expone el doctor José Manuel Moreno, del servicio de pediatría del hospital universitario 12 de Octubre de Madrid. “Cuando se come en familia se dedica más tiempo a ello, más tiempo para masticar, y se come las cantidades adecuadas, porque hay un familiar coordinando.

La comida como ritual social tiene muchas vertientes. Muchas reuniones de trabajo o negocios se realizan fuera de la oficina, en un restaurante. Los congresos y las convenciones suelen empezar por un cóctel de bienvenida. Es incluso un arma diplomática de primer nivel: cualquier jefe de Estado o Gobierno que visita un país extranjero es agasajado con solemnes cenas de gala. Todo el mundo recuerda cuando el nuncio apostólico (el embajador del Vaticano), Manuel Monteiro, invitó al entonces presidente Zapatero a un “caldito”

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