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Habia Una Vez

lferna378 de Diciembre de 2014

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Había una vez – porque siempre las buenas historias comienzan con había una vez – un leñador, muy pobre, que lo único que hacía era quejarse. No se conformaba con la mujer con la que se había casado, ni con la cabaña en medio del bosque en la que vivían y mucho menos con el nuevo sombrero que se había comprado –como no le va a gustar a uno, y si era nuevo, como la bicicleta que me regalaron en navidad -.

Un día el leñador salió al bosque como todas las mañanas - como cuando voy al colegio –. Lo hacía para trabajar y recolectar la mayor cantidad de madera posible. Pero la noche anterior había llovido mucho y toda la leña estaba muy mojada y era inservible para venderla luego – pero hay que reconocer lo rico que huele la madera mojada - . Tanto se quejó, tan fuertes fueron sus lamentos que desde lo profundo del bosque apareció un misterioso viejo sabio – y esta parte es la que más me emociona, porque siempre que en una frase aparece la palabra “misterioso” es emocionante –.

El viejo sabio del bosque cansado de sus quejas quiso convencerlo de su falta de fundamento. Le otorgó tres deseos, que se harían realidad siempre que fuera lo que fuese lo que deseara lo hiciera desde el corazón. Le pidió que eligiera lo que lo podría hacer más dichoso y lo que lo dejara completamente satisfecho, pero como recomendación le dijo que reflexionara bien antes de formularlos. Cuando terminó de pronunciar estas palabras el viejo sabio desapareció y el leñador entonces sí contento – y quién no estaría feliz con tres deseos, yo me conformo con uno solo - volvió a su cabaña para compartir con su esposa la maravillosa experiencia que había vivido en el bosque.

Su mujer, que era mucho menos impulsiva, no quería que la impaciencia los perjudicara por lo que le propuso que cada uno pensara qué deseos le gustarían y luego los compartirían para que juntos pudieran elegir los mejores – y en esta parte siempre me gusta dejar volar la imaginación, cuando mi mamá me lee el cuento. Juntos repasamos qué deseos podríamos pedir , a veces se nos ocurren algunos medio disparatados, otros tienen que ver con alargar la vida o ser muy ricos y vivir en un palacio muy grande o con la posibilidad de pedir deseos infinitos –. Tanto esfuerzo hizo el leñador por pensar los deseos que se quedó profundamente dormido. Pasaron horas y cuando su mujer fue a despertarlo, medio despierto medio dormido, el leñador en lo único que podía pensar era en comida. Tanta hambre tenía que deseó con todo el corazón – y con su estómago me imagino – que apareciera una salchicha. En ese mismo momento, un embutido común y corriente apareció arriba de la mesa. Su mujer lo vio con gran sorpresa y lanzó un grito de espanto, pero cayó luego en la cuenta de que se debía al ridículo deseo formulado por su marido – siempre cuando me leen este cuento me llama la atención que al que lo escribió se le ocurriera que lo que deseara fuera una salchicha - .

Mucho discurrieron, pero siempre con la mirada puesta en la salchicha. El leñador se puso hecho una furia, enojado porque su mujer lo retara por haber malgastado un deseo. Deseó que se le pegara en la nariz. Y así fue como la salchicha apareció en la cara de la esposa.

La mujer se puso bizca, tironeó de la salchicha tratando de desprendérsela, pero fue inútil.

El marido sorprendido pensó en gastar su último deseo en pedir dinero, mucho dinero, – ese siempre hubiera sido mi primer deseo - para pagarle a los mejores médicos. Mientras tanto, ella podría usar bufandas para disimular su nariz, pero no pudo convencerla.

Entonces sucedió algo, miró a su esposa y, al verla tan fea, deseó de todo corazón volver a ver su linda nariz y su carita alegre.

Y fue así que utilizó el último deseo.

La salchicha desapareció en un instante, como si todo hubiese sido un sueño.

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