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KUYA KUYA


Enviado por   •  10 de Abril de 2014  •  9.015 Palabras (37 Páginas)  •  461 Visitas

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KUYA KUYA

De Óscar Colchado Lucio

LOS SÁBADOS y domingos como no había estudio, mi mamita me mandaba por abajo, por Cajón, a pastear mis cabras y mis dos borreguitas que teníamos… Botado sobre la huaylla paraba yo por ahí todito el día, durmiéndome a ratos o si no juegue y juegue con el sol, probando la resistencia de mi vista. De lo cerrados que estaban mis ojos, poquito a poco los iba abriendo, aguantando aguantando el chorro de luz que con fuerza se quería meter. A veces aunque sea lagrimeando lograba como sea vencerlo, ¡qué caray! Ahí era cuando el sol desparramaba sus colores: azulitos, rojos, medio verdes, morados, toda laya; hasta colores que nunca había visto. Después cuando cerraba mis ojos, así nomás los colores no se iban. Ahí se quedaban un rato todavía, nadando sobre amarillo o brillando en la oscuridad… Cansándome ya, si no me quedaba dormido, lo que más me gustaba hacer era pensar en ti, en lo lindo que sería casarnos cuando fuéramos grandes. ¡Achallau!, decía yo, ella con su monillo blanco y su falda floreada y yo con mi sombrero nuevo en la iglesia de Huaylas, bonita pareja haríamos… Medio flojo nomás era yo para el trabajo, me acuerdo; diferente a mi hermano Lupo que le gustaba andar sólo de minga, ayudando a uno y otro. Pero más que por ayudar era por comer. De lo tragón que era no me olvido. Yo sólo cuando mi mamita me decía, Ha venido don Quintiliano a suplicarme que lo ayudes en su chacra, me iba sin renegar. Cierto, no hay cariño sin interés. Tus viejos qué ni se iban a imaginar que si aceptaba era sólo para tener pretexto de llegar y verte, aunque tú no me hicieras caso, aunque pusieras mala cara cuando intentaba acercarme y preguntarte algo… ¡Pasa, hijo, ven, siéntate, vamos a servirnos algo!, me decía tu mamita alcanzándome un plato de comida después que volvíamos ya tarde de la chacra con tu taita. Yo ni comía casi por estar mirándote, por estar arrimándome con disimulo, tratando de hallarme lo más cerca de ti. Quería sentir tu aliento, ver el reflejo de tus ojos junto al fogón, saber cómo hablabas, como reías entre los tuyos, fuera de la escuela, donde viéndote a diario, me parecías ausente. Lo que más anhelaba cuando estaba en tu casa, era que alguna vez me dijeran tus viejos, vamos a quedarnos, hijo, aquí pasaremos la noche. Pero no me decían, aun cuando a veces la noche estaba muy oscura y ya era muy tarde. Haciéndome el cansado yo esperaba hasta el último por si nos dejaran algún instante solos. Y cuando eso ocurría, aprovechaba para decirte, ¿Vamos Floria? ¿Vamos a jugar? Y tú molestándote como siempre, ¡Mana munuatsu!, ¡no quiero!, me respondías. De mala gana salía entonces y me iba sin despedirme ni nada, escuchando después ya lejitos, por el camino, cómo te huajayllabas jugando a las cosquillas con el Amosho, tu hermanito.

TRISTE seguro me veía mi mamita llegar a la casa, por eso medio preocupada me preguntaba, ¿Qué tienes, hijo? ¿Te han resondrado? No, le decía yo, estoy cansando solamente, harto hemos trabajado champeando esa chacra. Calladita se quedaba entonces, como si le remordiera haberme mandado trabajar. Tú a esa hora ya ni te acordabas de mí seguro. Peor, qué ibas a ni a maliciar que a la hora que me vencía el sueño, yo te veía señorita cansándote casi siempre con alguien que no era yo. Llorando me despertaba entonces ¡Qué tienes! ¡Qué tienes!, me sacudía mi mamita, despertándome de lo que ya estaba despierto. Y como yo no le daba contestación, tratando de adivinar, me decía, El alma te ha machucado quizá… Sin saber qué responder, Sí, le decía nomás. Preocupada se ponía entonces, Tu taita seguro, hablaba, su misa quiere, así me ha revelado en sueños, y como me quedaba callado, oyéndola, ella seguía, A veces, hijo, clarito cuando estoy mirando, lo veo que entra empujando la puerta, haciéndolo sonar, ¡reech!, y después siento que me machuca con ese peso que parece que todo el aire de la tierra lo estuviera a uno aplastando, hasta dejarme después con el cuerpo tembloroso, llena de espanto. A veces se le ocurre cosquillarme. Feo cosquillan, hijo, los muertos, hacen doler y nos dejan con el cuerpo todo verdeado. Por eso juntando estoy algunos centavitos, para hacerlo decir de una vez su misa el día de Todos los Santos… así hablando que estaba, yo me volvía a dormir; de rato en rato, ¿Me oyes? ¿Me oyes?, sentía que me codeaba. Sí, seguramente le respondía entre mi sueño, y ella estaría dale y dale quién sabe hasta qué hora. Quien no despertaba por más que se cayera la casa era mi hermano Lupo. Como pagado roncaba ahí a mi lado. El era el único que sabía mi sufrimiento por ti. Y cada que yo le daba cólera o peleábamos, de vengativo me decía, Cojudo, carajo, crees que la Floria te va a querer? Ella aborrece a los paliacos, bienecho. Así diciendo, dándome un puntapié se corría. Verdad, todos en la escuela me decían Paliaco desde que el profesor Alicho me pusiera ese sobrenombre, dizque porque era yo flaquito y medio trompudo, como esos zorritos que bajan de la puna y a veces los pescamos con las orejitas paradas aguaitando los corrales desde un altito. Sólo tú me llamabas por mi nombre, pero no por cariño seguro, creo que por distanciarte de mí más bien…

“QUE NOMAS hiciera para robarme su corazón de la Floria”, me acuerdo que estuve piense y piense más de una semana, “Tal vez dándole una prenda de recuerdo”, me dije, “Pero qué nomás“… Para ver qué me decían otros, pregunté al Eusebio en la escuela, qué le compraría él a su china si estuviera enamorado. Una casa, me dijo sin darme importancia y corrió a patear una pelota que asomó rodando desde el patio; luego lo vi que se metió en esa pelotera en que se hallaban afanados chico y grande a esa hora del recreo. Cuando me fui a preguntarles a otros eso mismo, no sabían qué responder. Estaba visto que a ellos no les interesaba las mujeres. En cambio yo hasta cólera tenía ya de no poder apartarte de mi mente ni por un ratito. Peor todavía desde que el día anterior te viera buenamoza, más de lo que eras, puesta un sombrero nuevo con cinta colorada. ¡Caramba, ah; bonito te queda!, te dije haciéndome el encontradizo. ¡Calla!, me respondiste molestándote!, ¡qué te importa! …

NUNCA habría sabido qué regalarte si no es porque una tarde, de casualidad te escuché decirle a tu mamita, después que llegó de Huaylas arreando su burro, Mamá, ¿has traído mi gancho? Y ella te diría no, seguramente (estaba detrás del animal desatando la carta y no se oyó bien lo que habló), porque ahí mismito te pusiste a renegar y a ponerte malcriada, sin hacerle caso cuando te dijo, ¡Lleva esto adentro!

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