NI LO SUEÑES
Dahirlyn24 de Septiembre de 2014
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LLÁMAME
BOMBÓN
Hace tiempo que para
Gema nada tiene
sentido. La joven se
debate entre su
aprensiva madre y su
sobrino, mientras
intenta salir adelante
con un modesto
sueldo de auxiliar
administrativa en una
oficina.
Una tarde de compras
navideñas, Gema y su
amiga Elena se topan
con un hombre
disfrazado de Papá
Noel que las invita a
pedir un deseo.
Aunque en un primer
momento Gema se
muestra reticente, por
fin accede y se atreve
a soñar con lo que
más anhela. Lo que
ella no sabe es que en
ocasiones los deseos
se cumplen y, además,
de la manera más
extraña…
Autor: Megan Maxwell
ISBN: 9788408039174
MEGAN MAXWELL
Llámame bombón
Autor
Megan Maxwell es una reconocida y
prolífica escritora del género romántico.
De madre española y padre americano, ha
publicado novelas como Te lo dije
(2009), Deseo concedido (2010), Fue un
beso tonto (2010), Te esperaré toda mi
vida (2011), Niyomismalosé (2011), Las
ranas también se enamoran (2011), ¿Y a
ti qué te importa? (2012), Olvidé
olvidarte (2012), Las guerreras
Maxwell. Desde donde se domine la
llanura (2012), Los príncipes azules
también destiñen (2012), Pídeme lo que
quieras (2012) y Casi una novela (2013),
además de cuentos y relatos en antologías
colectivas. En 2010 fue ganadora del
Premio Internacional Seseña de Novela
Romántica, y en 2010, 2011 y 2012
recibió el Premio Dama de
Clubromantica.com.
Pídeme lo que quieras, su debut en el
género erótico, fue premiada con las Tres
plumas a la mejor novela erótica que
otorga el Premio Pasión por la novela
romántica.
Megan Maxwell vive en un precioso
pueblecito de Madrid, en compañía de su
marido, sus hijos, su perro Drako y su
gato Romeo.
Encontrarás más información sobre la
autora y sobre su obra en www.meganmaxwell.
com.
Llámame bombón
22 de diciembre de 2011
En la cafetería de un gran centro
comercial de Madrid, Gema y Elena, dos
buenas amigas, desayunaban crujientes
churros con café.
—¿En serio que la sosa de
administración se ha liado con Jesús, el
buenorro de contabilidad?
—Ya te digo. Confirmado —asintió
Gema.
Elena, tras mojar un churro en el café,
le dio un mordisco y susurró:
—¡Qué fuerte…! ¿Adónde vamos a
llegar?
Reían y disfrutaban de los últimos
cotilleos de la oficina cuando se
percataron de que se les hacía tarde.
Llamaron al camarero y, después de pagar
sus desayunos, se encaminaron hacia la
salida.
Era Navidad. Una época adorada por
muchos, pero que a Gema no le gustaba.
La entristecía demasiado. Siempre había
creído en la magia de la Navidad, hasta
que el 18 de diciembre de seis años atrás
un fatal accidente se había llevado por
delante a su hermano y a su cuñada, y el
año siguiente, una enfermedad, a su padre.
Eso había acabado con la magia y, en
especial, con sus creencias.
Cuando salían del centro comercial un
enorme Papá Noel las paró y,
tendiéndoles una huchita, les dijo con una
sonrisa:
—¡Jou, jou, jou! ¡Feliz Navidad! ¿Una
ayuda para cumplir deseos navideños?
Gema negó con la cabeza, pero al ver
a su amiga abrir el bolso, decidió
imitarla. Tras echar un par de euros en la
hucha, ésta se iluminó. Aquello las hizo
sonreír, y el enorme Papá Noel dijo:
—Ahora debéis pedir un deseo de
Navidad.
Las muchachas se miraron, y Elena,
divertida, preguntó:
—Esta modalidad de pedir deseos es
nueva, ¿verdad?
El Papá Noel de turno asintió, y
entonces Elena añadió alegremente:
—Deseo que un tío guapo, cachas y
con pasta se vuelva loco por mí y quiera
casarse conmigo el Día de los
Enamorados en Venecia.
Gema sonrió al escucharla, y la amiga,
encogiéndose de hombros, exclamó:
—¡Por pedir, hija, que no quede! Y
oye…, ¿hay algo más romántico que
casarse en Venecia el 14 de febrero?
El supuesto Papá Noel sonrió y,
mirando a la otra joven, le preguntó:
—Y tu deseo ¿cuál es?
—Salud —dijo suspirando.
—Pichurra, de verdad, qué sosa eres
para pedir deseos —la recriminó Elena,
mirándola—. Pide algo diferente, algo
realmente increíble, algo que te gustaría
que ocurriera. Y si no crees en los
príncipes azules y toda su parafernalia,
pide un lobo macizo, que al menos te
comerá mejor.
Aunque primero se quedó
boquiabierta por lo que su amiga acababa
de decir delante de aquel extraño, Gema
se echó a reír de inmediato y repuso:
—Vale, vale… Deseo ver sonreír a
mi madre y que mi sobrino olvide sus
inseguridades. Y venga, ya de paso, un
lobo feroz.
El hombre les guiñó el ojo, risueño, y
antes de alejarse dando unos cómicos
saltitos, dijo:
—¡Jou, jou, jou! ¡Que la magia de la
Navidad os conceda vuestros deseos!
Media hora después, y ya en sus
puestos de trabajo, Gema, mientras
miraba por la ventana, se quejó:
—¡Ay, Diosss! ¿Por qué? ¿Por qué
justamente hoy se tiene que poner a nevar?
Elena sonrió al oírla, y dejando a un
lado la carpeta que llevaba en la mano, se
acercó hasta la ventana donde Gema,
apoyada, miraba al exterior y le preguntó:
—¿Qué esperabas, pichurra? Estamos
en Navidad.
—¡Maldita Navidad y maldita nieve!
Hoy no llego a mi casa ni a las mil y
monas. ¡Ya lo verás!
—Venga, venga…, reina del drama,
¡no exageres!
—Te lo digo en serio… No sé
conducir cuando nieva. Con lo patosa que
soy seguro que me doy un leñazo.
Ante aquellas palabras y el gesto
simpático de su amiga, Elena tuvo que
sonreír. Si alguien conocía bien a Gema,
ésa era ella. Llevaban trabajando más de
diez años juntas y ambas se habían
contado sus vidas de pe a pa.
—Tranquilízate, mujer… Verás como
pronto dejará de nevar. Además, está
lloviznando y cuando pasa eso la nieve no
cuaja, y…
—No cuaja, no cuaja… ¡Odio la
Navidad! —se quejó Gema, sentándose
ante su mesa.
Sin que pudiera evitarlo, Elena
suspiró, y observándola mientras la otra
cogía unos papeles, supo el porqué de
aquel mal humor. En esa época del año,
mientras todos cantaban «¡Ay del
chiquirritín!», Gema revivía el drama
ocurrido tiempo atrás.
En los últimos años, Elena había
intentado que su amiga retomara su vida.
Pero no era fácil. De la noche a la mañana
a la joven le habían caído cientos de
obligaciones que se había empeñado en
cumplir al ciento por ciento.
—Pásame el contrato de tu derecha,
que lo archivo —le pidió Gema justo en
el momento en que comenzó a sonar la
melodía de Corazón latino en su móvil.
Era su madre—. ¡Hola, mamá!
—¡Hola, tita! Soy yo, David.
Al reconocer la voz de su salado
sobrino de siete años, sonrió y dijo:
—¡Hola, maestro Pokémon! ¿Qué
pasa, cariño?
Al niño le encantaba que lo llamara
así.
—Tita, dice la yaya que te pregunte si
cuando vengas me llevarás a la papelería
de Sagrario para darle a Papá Noel mi
carta. No quiero que se le olvide traerme
el juego para la Play de los Pokémon y…,
y el perrito.
—Tú tranquilo, cariño. Papá Noel es
muy listo y seguro que no se le olvida —
sonrió Gema al pensar que ya tenía ese
juego guardado en su armario—. En
cuanto a lo del perrito, Papá Noel sabrá si
lo trae o no.
—Pero yo lo quiero, tita.
—Lo sé, cielo…, lo sé.
David llevaba años queriendo tener
una mascota, pero Gema no podía darle
ese capricho. Su madre se negaba a bajar
a la calle sola, el niño era muy pequeño
para pasear a un perro sin la compañía de
un adulto, y ella, con su trabajo y los
cientos de obligaciones, no tenía tiempo
para ocuparse de un animal.
—Pero tita, ¿me llevarás a la
papelería? —insistió el pequeño.
—¡Ufff, cielo!, con esta nevada creo
que me voy a demorar bastante. Además,
esta tarde unos señores tienen que ir a
casa y…
—Porfiiiiiiii, titaaaaaaaaaaaaaa.
Porfiiiiiiiiiiiiiii…
Oír la vocecita de su sobrino, al que
adoraba, le llegó al corazón. Desde que su
hermano Lolo había muerto y ella había
tomado
...